Estaba escribiendo un artículo en el que hago una analogía entre las ciudades y las personas, de hecho si no fuera por la tormenta mediática de esta semana habría logrado terminarlo, pero al final mi cabeza sólo barrunta algo así como que
A la vieja piel de toro hendida por el rayo
y en su mitad podrida
con las lluvias de marzo le ha salido
del lobby transexual un sarpullido.
Sí, ya sé que ahora cualquiera que niegue la realidad va a empezar a pensar que soy todo eso que se dice que somos los que no creemos que haya que defender que la hierba es verde con el sable en la mano, sino con la constatación objetiva y tomasiana de los hechos.
No hay tutía, que se dice: Puedes cometer la blasfemia pública más flagrante de la historia y recibir el primer premio en el certamen más infame que se celebra en nuestra nación, no pasa nada. Y en este punto aprovecho para expresar que de verdad sé que Dios es capaz de perdonar todo y pido porque al pobre muchacho manipulado ese de Canarias no le espere una eternidad en las calderas de Pedro Botero, pero es que el problema es la idea de partida.
No se trata de que el autobús diga o no la verdad, que eso nadie lo duda aunque diga que lo haga. Hace muy poco tiempo en esa distópica euskalerría propia de un guion de Ridley Scott se pagó con fondos públicos una campaña que decía y mostraba exactamente lo contrario (ahí si que me cago en sus muelas, vaya por delante); en la Isla de León de mis amores han puesto semáforos de parejas homosexuales con corazoncitos; en casi cualquier red social de entre el centro y la izquierda se niega la existencia de verdades y en general y por doquier se relativiza todo, e incluso la absueltísima lumbrera de "arderéis como en el 36" ha rebuznado que decir que los órganos sexuales definen el sexo es incitar al odio.
¿Y todo esto para qué?
Pues resulta que la extrema izquierda lleva más de cien años intentando controlar la sociedad, y no lo consigue porque en las familias tradicionales se transmiten los valores y se garantiza la continuidad de esa ética humana inmutable que nos diferencia de los animales, o seres sintientes que graznan ahora las miríadas de cretinos aborregados que pueblan este precioso país.
Y ellos y ellas, tontos y tontas, se creen que saben más que aquellos que han estudiado la disforia y demostrado que rara vez se adquiere una conciencia sexual hasta la pubertad, que cerca del 90% de los niños que tienen sentimientos contradictorios los suelen perder en la edad adulta, que el número de suicidios entre los transexuales es altísimo y que, para afianzar sus convicciones, se dedican a colgar en las redes sociales supuestas verdades acerca de civilizaciones como los comanches que defendían la existencia de cinco géneros (lo deben haber leído en su extenso cuerpo jurídico escrito, sin duda) o aplauden que la Disney meta cada día un poco más de ideología de género en todo lo que produce.
Y es que no se trata de que Elsa sea lesbiana o Lefou marica, ni de tolerar o no que hay gente distinta; no, el problema es que han pervertido el lenguaje pretendiendo dotar de nuevos significados a palabras y conceptos como la normalidad, el sexo o el género, y no son los iletrados que lo cacarean los que empiezan con esta perversión, obviamente.
Y esos mismos que niegan la existencia de fronteras y verdades son los que acaban de recular y ordenar la expulsión de un millón de refugiados en situación ilegal, porque están empezando a sentir el cálido aliento del toro que está -o ha estado- a punto de cornearlos.
Y no soy homófobo ni nadófobo, pero estoy hasta los genitales que me hacen ser hombre de que no se me permita expresarme precisamente por aquellos descastados que pretenden ganar la guerra civil que provocaron y perdieron sus abuelos y romper nuestra España en mil pedazos por encima de los cientos de miles de bebés abortados, del derecho a usar la lengua castellana, del derecho a la educación de nuestros hijos y que mientras, y aprovechando que el Pisuerga no sólo pasa por Valladolid, se reparten el dinero que pagamos los amables contribuyentes. Y lo peor es que lo dicen sin ningún tipo de vergüenza, como cuando decidieron que los hombres denunciados por sus mujeres perderían su hacienda y a su prole negando la presunción de inocencia que rige nuestro derecho.
Y ni la décima parte se ha dado cuenta, que es lo mejor.
PD: VOX sigue sin existir gracias a que el PP y la izquierda así lo han decidido, porque si no fuera así la izquierda intentaría que el PP perdiera un millón y medio de votos más para perpetuarse en el poder ¿Sabéis por qué nadie los quiere? Porque la verdad al final acaba saliendo a flote, e independientemente de que yo no crea que los de VOX son santos que han venido del Cielo, lo que les da miedo no son Abascal, Ortega Lara, Monasterio ni ninguno de ellos; lo que les da miedo es la verdad, como le da miedo a su príncipe.
Y otro día os cuento lo de estar buenos.
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