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Sardiñas, cachelos, fogatas y Esteiro.

Me gustan esos promocionales que empiezan con un "...en el ferrolano barrio de Esteiro..."; bueno, en realidad los promocionales suelen empezar con "...en el madrileño barrio de Salamanca...", pero claro, yo no suelo escribir de Madrid, porque allí son varios millones y aquí no llegamos ya ni a los tres cuartos de cien mil. Sí, es cierto, lo de los números redondos siempre tiene como un efecto esperanzador o devastador, depende de para qué.


Ferrol Vello visto desde Curuxeiras.

Porque decir que Ferrol ha llegado a 75.000 habitantes es muchísimo mejor que decir que ha bajado de 80.000, aunque sean menos habitantes en el primer caso. Y en esas estamos ahora: Ferrol pierde población porque los niños no quieren nacer, los hijos no quieren ser padres y a los viejos les da por morirse, que ya son ganas de fastidiar.

Y viene todo esto a colación porque dentro de muy pocos días (la noche del 23 al 24 de Junio, o de San Juan) se celebra en Ferrol la ancestral fiesta del solsticio de verano, para algunos, o las hogueras de San Juan... para casi todos. Y es que, aceptemos o no que la tradición es incluso anterior al cristianismo y que bebe de tradiciones indo-europeas que se repiten a lo ancho y largo de toda Eurasia, lo cierto es que aquí, los de la esquina, tenemos un San Juan que no es en absoluto original, y que tal vez por eso sea tan nuestro.

Cuando yo era apenas un mocoso fui con mi padre a ver la imponente hoguera que los esforzados Infantes de Marina del Tercio del Norte encendían para deleite de propios y extraños. Para mí era algo que perduraría por siempre, y que un se día acabó con el servicio militar obligatorio( la mili, vamos). Parece ser que los soldados profesionales no encontraban tan encantador el tema de quedarse hasta las tantas sin participar de las fiestas ni cobrar por ello como los de reemplazo, y la cosa desapareció como una tormenta de verano. Un año no hubo más hogueras y con Dios.

Pero el folkgeist no es algo que uno pueda decir que está y deja de estar, por lo que resurgió en manos de los vecinos con apenas unos pasos de separación, y allí, custodiado por el veterano y experto en esas lides Quartel de los Dolores -que así se llama la sede de los Infantes de Marina en Ferrol- renació con nuevas cenizas, aportadas por la combustión de nuestras penas y de los exámenes de los estudiantes de la zona, como no podía ser de otra manera.

Y esa fiesta en la que se ofrecen esas sardinas que se desembarcan en el muelle recién sacadas de nuestro mar cercano y esos cachelos de nuestra comarca y en la que se queman los restos de nuestros carballos y eucaliptos, esa fiesta que nunca será de renombre y que nunca alcanzará distintivos como la grandiosa noche de San Juan en Coruña o como las del Levante, tiene algo para muchos que jamás tendrán aquellas: Delante de esas piedras, con ese vino tintorro que rasca al bajar y con las manos manchadas de la grasa de las sardinas y el hollín de las patatas y la nariz maquillada de la harina del pan de Neda... muchos besaron por primera vez a esa chica que les dio la mano todo el año a lo largo de exámenes, trabajos, selectividades, milis o cursos varios. Y eso es algo que jamás puede olvidarse.

Este año no lloverá, lo sé, y unos cuantos centenares de ferrolanos acudirán a su cita íntima y personal, a la que no suelen dar promoción ni invitar a forasteros, tal vez porque la sienten tan suya que no quieren que vengan miles de turistas y se la cambien. Yo pienso ir, pero por favor, no se lo digáis a nadie.

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