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El niño sirio.

Vaya por delante que cuando vi la imagen del cuerpo de esa pobre criatura lamido por las olas en una ignota playa de Turquía sentí un estremecimiento y una compasión que me movieron a musitar un padrenuestro por la salvación de su alma, o por la de la nuestra, no lo sé; pero me da la impresión de que la reacción empieza a ser amarillista, al menos tanto como otras crisis que hemos vivido recientemente.

Ya se escuchan los tambores de guerra en occidente y los aliados, los adalides de la verdad y del bien, nos aprestamos a invadir Oriente Medio por enésima vez desde Alejandro Magno, para imponer nuestra solución otra vez a sabiendas de que esta vez sí tenemos razón.

No importan especialmente los niños fallecidos sin un objetivo apuntando, pero ahora este angelito se convierte en un símbolo; Aylan se llamaba, y ahora todos vamos a acoger en nuestras casas a refugiados sirios porque nos han tocado la fibra sensible y porque hemos visto a los nuestros no llegar a la orilla.

No hemos hecho nada contra la imposición de la sharia en Nigeria pretendida manu militari por Boko Haram; no levantamos una ceja contra el genocidio en el Sahel perpetrado por el DAESH; no pestañeamos ante el exterminio de los fatimíes o el de los kurdos o cuando quemaron vivos o degollaron en fila a los cristianos sirios: al parecer no son nuestro problema.

Pero ahora hemos visto a un niño inocente vestido como los nuestros, en una playa como las nuestras, en un mundo cercano al nuestro... y queremos sangre, invasión, venganza y humanidad alzando la voz a favor de una intervención (para algunos armada, para otros no se sabe) y soslayamos que ya estamos interviniendo a base de presencia militar, apoyo humanitario, oraciones -porque los católicos creemos en el poder de la oración- y donativos más o menos cuantiosos según la voluntad o disponibilidad de cada uno. Y creo que en general el mundo occidental es bastante más solidario y colaborativo que el árabe o el negro; sí, lo sé: Es porque no tenemos la conciencia tranquila.

Pero nosotros no lo hemos matado, ni tenemos la culpa, ni somos cómplices de su muerte, y lo peor de todo es que, como pasa siempre, seremos Charlie un par de semanas o el perro de la enfermera de Becerreá, pero luego volveremos a la champions, al Sálvame de Luxe o al peinado de la reina, y es precisamente en ese momento cuando deberíamos sentirnos culplables, y no los días inmediatamente siguientes a los anzuelos sensacionalistas.

Sé que es mi opinión y que no va a ser precisamente popular, pero qué queréis: Llevo vistos demasiados horrores como para que crea que uno más merece un nuevo Irak, un nuevo Afganistan o una nueva Libia, y mucho menos para creer que la culpa de lo que está pasando es de Occidente. Faltaría más: Es de los asesinos que están exterminando a sus semejantes.

Hoy en la segunda cerveza, cuando pidamos al camarero unas olivas, reflexionemos un poco hasta dónde va a llegar -esta vez- nuestra indignación.

PD: Cuando mueren los niños en la frontera mexicana, en Ucrania o en Tibet no le tosemos a los americanos, rusos o chinos ¿Estamos dispuestos a invadir las zonas fronterizas para evitar que las bombas maten, los ríos ahoguen o las policías repriman. A veces, cuando nos ponemos gallitos, me parece que nos hemos vuelto rematadamente idiotas.

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