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La mentira

Así, rapidito, que no hay mucho que discutir:


Ayer me encontré con la cuarta situación en lo que va de año en la que alguien te miente a la cara sin dudar sabiendo ambos que lo que está diciendo es mentira. El caso de ayer me parece más preocupante en tanto que era un adolescente y su padre estaba delante. Realmente que la gente mienta es habitual y normal, pero creo que en este mundo moderno en el que vivimos la mentira ha dejado de considerarse algo malo.


Yo no tengo cuajo para decir una mentira flagrante a la cara de nadie, y más difícil me resultaría si sé la persona que está delante sabe que estoy mintiendo. "Yo en absoluto he dicho eso", "no entiendo como puedes dudar de mí", "si quieres engáñame a mí, pero por favor no te engañes a ti mismo".


Seguramente por eso hay tanto forofo de los partidos políticos que apoyan como si les fuera la vida en ello a sus adorados líderes de este momento. Ayer, sin ir más lejos, parece que ha quedado demostrado que el cretino de Aznar participó en la mentira que ha costado -y está costando- más muertes de nuestra historia reciente: Bush, Blair y Aznar ordenaron la invasión de Irak mintiendo a la población del mundo, sin sonrojarse.


Otros líderes mienten de forma más o menos clara (menos el ministro del interior español, que no sabe) y justifican sus mentiras en la búsqueda de un bien superior como puede ser que Rajoy deje de gobernar, lo que justifica que la extrema izquierda diga que hay muertos de hambre por las calles o que la gente muere en urgencias por falta de médicos.


Y claro, llega la hora de votar, de hacer la declaración, de relacionarte con tus "amigos", de asistir a Misa los domingos... y es que ni te lo piensas: Tú haces lo que te convenga, porque aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío.


Un día nos daremos cuenta de que todas las mentiras de la prensa, de los políticos, las nuestras, las de los gobernantes y demás son una mala película, un triste cuento sin moraleja, un castillo de naipes sin sustento, y empezaremos a enfadarnos cuando la gente emita sus falsos testimonios sin rubor. Tal vez ese día recuperaremos el rumbo que nunca debimos cambiar, o tal vez seamos al fin lo suficientemente humildes como para reconocer que nosotros también, y constantemente, mentimos a los demás.

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