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Y no nacen niños.

No, no nacen, y es tan triste como el principio de un apocalipsis al que estamos abocados si no revertimos la situación. Y lo peor no es que no nazcan niños, que es trágico; lo peor es la complacencia de las administraciones, los terribles y desesperanzadores números del aborto, el último mantra de la progresía acerca de la necesidad de que los inmigrantes ocupen nuestro puesto o las amenazas de los islamistas de conquistarnos mediante el fomento de la natalidad entre los musulmanes censados en nuestro entorno a los que financiamos su lenta pero constante invasión.


¿Y por qué pasa esto? ¿Alguien puede decirme el porqué de un declive demográfico que se agrava cuando mejor hemos vivido en nuestra historia? ¿Queremos de verdad encontrar la clave de que ahora que tenemos más de lo que necesitamos no queramos tener hijos? ¿Nos atrevemos a afrontar que somos los responsables de no reproducirnos? ¿Vislumbramos entre la niebla a los autores de esas nuevas ideologías que pretenden que nos destruyamos nosotros mismos sin ayuda?


Os voy a pintar un futuro que puede estar más cerca o más lejos según lo que hagamos:


Mi amigo Nikola, de Serbia, me explicó que los kosovares habían ganado el territorio con el coño (disculpad la expresión, es literal) porque hacían lo imposible porque sus mujeres parieran siempre en territorio Serbio para adquirir la nacionalidad, aumentar el porcentaje de musulmanes en el área y así generar una masa crítica suficiente como para incomodar a los serbios ortodoxos, que acabarían desplazándose a  otros territorios del país para convivir con sus iguales. Siempre según su relato, cargado de una intensa amargura, no existía ninguna búsqueda de integrarse con la población local, antes bien hablaban su propio idioma, seguían costumbres árabes, comían sus propios alimentos, vestían sus propios ropajes, establecían su propio comercio... ¿Os suena de algo? A esa decidida acción colonizadora se unía (se sigue uniendo) una actitud victimita conducente a que las administraciones costeasen su vida con los impuestos que ellos normalmente no pagaban, puesto que su manera de vivir suele ser en negro (vendedores ambulantes, chapuzas a domicilio, pirateo, contrabando...). sin embargo, estas víctimas de la cruel sociedad cristiana que los oprime suelen usar los servicios públicos con una asiduidad que a veces roza lo ridículo, con excepción de la educación, porque ellos prefieren adoctrinar a sus hijos en casa, no vaya a ser que alguno vaya a pensar que las costumbres árabe-musulmanas son machistas, inhumanas, retrógradas o delictivas.


En unos años podríamos encontrarnos con que los miembros de aquellos partidos que jalean a países donde rige la sharia o a países donde la libertad brilla por su ausencia, de esos partidos que defienden el aborto como un derecho, de esos que dicen que España no es una nación empiezan a cobrar los réditos de su asquerosa traición a la patria que les dio todo, hasta permitirles vivir de su saliva. Tal vez (es irónico) algunos de ellos ya están cobrando por ello, y estoy seguro de que no es casualidad que la palabra traición haya desaparecido de nuestro vocabulario.


España está en peligro, y Europa también, y todavía hay algunos que nos quieren convencer de que el peligro somos nosotros mismos, cuando no es verdad: el peligro consiste en que se han acallado todos aquellos principios que nos permitían avanzar y crecer en una relativa paz y libertad. Igual que sus abuelos nos quisieron vender a la Unión Soviética esta casta de bastardos nos quiere vender a Muza, como hicieron sin duda sus antepasados en el siglo VIII.


Y además de que se han empeñado en que no sepamos historia y en que seamos los malos de todas las películas, han conseguido que no nazcan niños, o al menos los suficientes para garantizar un relevo generacional que haga que al menos el enemigo tenga que luchar para quedarse con el campo de batalla, porque ahora mismo lo único que tienen que hacer es sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver de su enemigo, para ver pasar nuestros cadáveres.

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