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De Caranza, y otras cosas.

Hoy es un 1 de Mayo frío, con lloviznas intermitentes y un cielo gris plomizo que amenaza con empeorar el día para aquellos que temen las inclemencias del tiempo; no es mi caso. Llego a casa de mi madre, a esa gran casa donde me críe entre un continuo ir y venir de gente, rencillas y amor fraterno en sus diferentes avatares desde el coscorrón hasta los besos. Tal como entro me cuenta que se ha muerto mi tío, apenada porque era el último de los hermanos de mi padre y sabe que por su edad se acabó esa parte de su vida que la vinculaba a esas lejanas tierras aragonesas que son la parte paterna de nuestro origen.
El sol se pone todos los días.

Yo soy católico, creo que todos los sabéis, y no puedo sentir pena salvo por mí, porque confío plenamente que ahora está con sus añorados hermanos, con su queridísima Madre y con el padre al que nunca conoció; mi tío nació póstumo después de que un miliciano asesinara a mi abuelo en Toledo a la salida de Misa en los comienzos de la Guerra Civil, esa que soló este país por enésima vez, dejando otra cicatriz a las innumerables que adornan la piel de toro.
Y claro, en estos momentos yo siempre trato de ponerme en el lugar de los que sufren la pérdida, que son sus hijos, nietos, amigos... y no en lugar del que ya descansa en paz, después de una vida al menos tan dura como la que han tenido todos los que nacieron en esa España devastada por la guerra y el odio.

Mientras esto sucedía -ya he dicho que llegaba a casa en ese momento- yo paseaba por Caranza, por la ermita, la playa y el paseo marítimo y los caminitos que bajan hacia el mar. Ya he dicho que es un día frío e incómodo, y sin embargo hay gente pese a lo temprano de la hora. El agua, la mar, parece más limpia, aunque anda algo revuelta. Alisos, abedules, pinos, eucaliptos, tojos, ortigas, zarzas, tréboles, higueras, laureles y todos los sospechosos habituales acompañando a unos ya crecidos plátanos de sombra que parecen sentirse tan a gusto como el resto del acompañamiento vegetal. En la playa unos pequeños pajarillos picotean entre las algas (¿Chorlitos o algo así?) y una bandada de gaviotas acompañan y jalean a unos marineros que recogen unas nasas.
Hay un cierto descuido primaveral, no exento de encanto, porque la naturaleza tiene eso, que no espera. En la playa ha crecido hierba y algunos matorrales, porque incluso en la arena se enseñorea nuestra Galicia con su manto verde y frondoso.
Sé que Caranza será un día mejor que ahora como ahora es mejor que antes: El Auditorio,el Conservatorio, la iglesia, el hospital, el pabellón, los centros de enseñanza, el Paseo Marítimo, el muelle deportivo, los parques... nada de eso estaba en mi niñez, y el barrio parece estar esperando que soterren las líneas de alta tensión, que arreglen el problema del mercado y, seguramente, que la Avenida de las Pías se convierta en ese bulevar que lo vertebrará con el Bertón y la Gándara, creando un continuo urbano desde el centro hasta Narón que podría convertir esa ribera en la joya que merece ser.
Su asociación de vecinos, los vecinos (o la veciñanza, que se dice ahora) claman por algo que es justo: Ya acabó esa época de las drogas y la delincuencia, ya se vive bien y sin miedo; ahora es cuando los poderes públicos deben actuar: Esos árboles que proporcionan sus frutosy la fresca sombra del verano ya son grandes, el barrio ya es mayor y en esa quinta década desde que comenzó su expansión ha de aprovechar haberse convertido en la única zona urbana de Ferrol en la que el mar y la ciudad se unen.
Hoy es un día amargo, de pasados y presentes y futuros, y así como no puedo evitar la certeza de un fin, espero al menos tener la esperanza de un inicio.
No debemos olvidar que a cada ocaso le sigue un amanecer.

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