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Un roble en la Calle Almendra.

En la esquina de la Calle Almendra y la de la Tierra, en Ferrol, hay un enorme roble en una plazoleta sin nombre. Tiene exactamente setenta y ocho años, según se dice. La historia es la siguiente: En la plaza que actualmente alberga a tan notable árbol había un aserradero. En él se fabricaban tablones con madera de roble que se transportaba desde los montes de Brión en una carreta. Jornada tras jornada la carreta hacía su recorrido desde las arboledas de las alturas de la Ría hasta esa empresa, que imagino que en sus orígenes estaría rodeada de huertas y de pequeñas casas; dudo que la Calle de la Tierra se pareciera en nada a lo que conocemos ahora, pero el trazado ya estaba.
Un día empezó la Guerra, la que no necesita apellidos y que unos conocen como El Levantamiento, otros como La Cruzada y la mayoría como Civil. Fue la última de las confrontaciones fratricidas que han asolado nuestro país, a la que Cecilia atribuía un millón de muertos y que sigue tensando las costuras de la convivencia pese a que pocos de sus protagonistas viven más allá de los recuerdos. Fueron tres años de sangre y dolor, de traiciones y brutalidad, de rupturas permanentes y de heridas que ya nunca serían restañadas, y el aserradero dejó de funcionar.
Un día la guerra terminó y se decidió retomar la actividad: Se volverían a cortar robles en los altos de Brión, y la carreta retomaría su itinerario para suministrar a los obreros material con el que hacer sus tablones. Pero Galicia no es como otros sitios, y en ese carro olvidado entre las umbrías laderas Montecoruto se habían ido acumulando otoños en forma de hojas, de tierra y de bellotas, y la fortuna quiso que una de ellas germinara y se convirtiera en un pequeño árbol. Uno de los trabajadores decidió plantarlo en el aserradero, no sé si para celebrar la paz o la vuelta al trabajo.
El caso es que pasaron los años y la fábrica cerró, como todas las que entonces había en Ferrol, quedándose el local tapiado y sin uso y permitiendo a ese pequeño vástago convertirse en un roble, que fue salvado de la tala cuando se urbanizó la plazoleta.
Para mí ese árbol es un símbolo y un aviso, y no creo que costara mucho poner una placa para que la gente sepa que un día hubo una guerra y que un día se acabó, como recordatorio de que en paz estamos mejor y que sin guerra somos mejores... como un faro que ilumine a todos los que con buena voluntad quieren construir para todos un futuro mejor.

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