En Junio, no recuerdo que día, encontraron el cadáver mutilado de Satao, el rey de los elefantes de Kenia. Las imágenes que hay del paquidermo vivo son impresionantes, con sus enormes y amenazantes colmillos que, al cabo, provocaron su muerte.
Las imágenes de su cadáver mutilado son también patéticas. El enorme y orgulloso animal yace sobre sus patas sin colmillos ni trompa. Dicen que los colmillos de este rey de la sábana pudieron ser adquiridos por unos 100.000 euros, ignoro lo que puede costar la trompa; y me da la impresión que los que han pagado por tan macabros adornos (a los que se suele atribuir propiedades virilizantes y afrodisíacas) no son muertos de hambre.
Ignoro si los musulmanes que han amenazado de muerte a cualquier occidental que pretenda conocer Kenia, si algún cacique local o algún nuevo rico de cualquier parte del mundo son los instigadores de tamaña felonía. Y esto lo digo porque entiendo que los autores no son en absoluto culpables de lo que han hecho (¿Alguien cree cuando se pispa un chuletón que hay un culpable de la muerte del buey que ha aportado tan suculento manjar?) y que la vida de ningún animal debería valer ese dinero.
Porque seguramente si siguiera vivo podría generar mucho más dinero en forma de divisas aportadas por los visitantes que cada año se toman la molestia de desplazarse a miles de kilómetros para ver a estos monumentos vivientes, y no es menos cierto que este tipo de incidentes generan un clima de inseguridad que no contribuye a atraer turistas.
Pero la verdad es que, por mucha pena que me de Satao, lo que realmente me da pena es pensar en la miseria en la que siguen estando tantos africanos, y pensar en que nosotros hablamos con demasiada ligereza de lo que es la pobreza, con nuestras calles llenas de naranjos y nuestros estanques llenos de patos, mientras en otros sitios la gente se muere de hambre.
Y sí, yo lo he visto, y he visto el agradecimiento en los ojos de aquellos que te reciben de forma hospitalaria pese a estar invadidos por el miedo, la guerra, el hambre o la ignorancia. y aun así elevaría mi canto a ese prodigio de lo salvaje que fue el rey de los elefantes, pero después de elevar el canto a esos miserables que lo mataron por hambre, miedo e ignorancia.
Imaginaos a qué acepción de miserable me refiero.
Las imágenes de su cadáver mutilado son también patéticas. El enorme y orgulloso animal yace sobre sus patas sin colmillos ni trompa. Dicen que los colmillos de este rey de la sábana pudieron ser adquiridos por unos 100.000 euros, ignoro lo que puede costar la trompa; y me da la impresión que los que han pagado por tan macabros adornos (a los que se suele atribuir propiedades virilizantes y afrodisíacas) no son muertos de hambre.
Ignoro si los musulmanes que han amenazado de muerte a cualquier occidental que pretenda conocer Kenia, si algún cacique local o algún nuevo rico de cualquier parte del mundo son los instigadores de tamaña felonía. Y esto lo digo porque entiendo que los autores no son en absoluto culpables de lo que han hecho (¿Alguien cree cuando se pispa un chuletón que hay un culpable de la muerte del buey que ha aportado tan suculento manjar?) y que la vida de ningún animal debería valer ese dinero.
Porque seguramente si siguiera vivo podría generar mucho más dinero en forma de divisas aportadas por los visitantes que cada año se toman la molestia de desplazarse a miles de kilómetros para ver a estos monumentos vivientes, y no es menos cierto que este tipo de incidentes generan un clima de inseguridad que no contribuye a atraer turistas.
Pero la verdad es que, por mucha pena que me de Satao, lo que realmente me da pena es pensar en la miseria en la que siguen estando tantos africanos, y pensar en que nosotros hablamos con demasiada ligereza de lo que es la pobreza, con nuestras calles llenas de naranjos y nuestros estanques llenos de patos, mientras en otros sitios la gente se muere de hambre.
Y sí, yo lo he visto, y he visto el agradecimiento en los ojos de aquellos que te reciben de forma hospitalaria pese a estar invadidos por el miedo, la guerra, el hambre o la ignorancia. y aun así elevaría mi canto a ese prodigio de lo salvaje que fue el rey de los elefantes, pero después de elevar el canto a esos miserables que lo mataron por hambre, miedo e ignorancia.
miserable
- adj. Desdichado, infeliz:
¡qué miserable fortuna la mía! - De escasa cuantía o valor:
sueldo miserable para vivir. - adj. y com. Avariento, mezquino:
es miserable hasta para la comida. - Malvado, perverso:
solo un miserable es capaz de pensar así.
Imaginaos a qué acepción de miserable me refiero.
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