No me tocaba escribir, según mi extraño esquema mental que me impele a tratar de no repetir etiquetas, de nada relacionado con la gastronomía o el turismo. Ni siquiera me tocaba hablar del paisaje y su gestión o del patrimonio; me tocaba hablar de esos catalanes que tratan de convencernos de que son super-demócratas porque quieren votar y de que el resto de los españoles no lo somos porque queremos que se cumpla le ley. Pero el caso es que yo no puedo educar a nadie y presumo que los que me leéis no sois independentistas, por lo que procedo a escribir, como siempre, de lo que más me apetezca, y ahora lo que me apetece es divagar un poco.
Estoy viendo en mi mente un campo de un intenso verde en el que un blanco y espeso rocío difumina todos los colores. Una vaca rubia y su ternero caminan con un paso somnoliento mientras un espeso vaho delata su respiración. El gallo no se ha cansado aun de anunciar la mañana y el enorme palleiro que cuida el rebaño de cabras y ovejas hace alarde de su potente ladrido, tal vez a sabiendas de que algún lobo ronda la zona con, sin duda, poco nobles intenciones.
En los caserones que rodean los prados una tranquila pero constante actividad ha comenzado: Unos se dirigen a cosechar patatas, berzas, maiz o algún tardío tomate; otros preparan todo lo necesario para que la leche se vuelva queso; más allá se abre un establo del que salen unos impacientes cabalos que empiezan a corretear por la gran pradera saludando esa gloriosa y despejada mañana. Un corzo que ramonea por la zona se asusta del piafar de los equinos y desaparece en la espesura de un souto de castaños en el que los erizos ya empiezan amarillearse.
Los huéspedes, contagiados de la calma reinante, remolonean en la cama entre las cálidas sábanas. Todas las estancias están húmedas y frescas, con excepción de la cocina y del zaguán, donde salen del horno de leña de carballo dos enormes y castañas hogazas de pan acompañadas de un olor que delata que además de trigo hay maiz en la masa.
Unas gallinas piñeiras arañan el suelo en busca de alguna despistada lombriz, ajenas al eterno robo de sus huevos que ha vuelto a suceder en el corral. Leche, café, mantequilla, mermelada, bacon... todo espera en las mesas a que algún huesped aparezca queriendo hacer acopio de energías ante las visitas y planes del día que acaba de empezar...
Y si no os lo creeis uniros a los más de tres millones de turistas que han visitado este año Galicia hasta agosto. Yo sólo sé que hay días en que me lo que más me apetece es remolonear entre las sábanas disfrutando los sonidos y absorviendo los olores que me devuelven a mi estado original, aunque también reconozco que me engordan bastante.
Amanecer en el rural gallego. |
En los caserones que rodean los prados una tranquila pero constante actividad ha comenzado: Unos se dirigen a cosechar patatas, berzas, maiz o algún tardío tomate; otros preparan todo lo necesario para que la leche se vuelva queso; más allá se abre un establo del que salen unos impacientes cabalos que empiezan a corretear por la gran pradera saludando esa gloriosa y despejada mañana. Un corzo que ramonea por la zona se asusta del piafar de los equinos y desaparece en la espesura de un souto de castaños en el que los erizos ya empiezan amarillearse.
Los huéspedes, contagiados de la calma reinante, remolonean en la cama entre las cálidas sábanas. Todas las estancias están húmedas y frescas, con excepción de la cocina y del zaguán, donde salen del horno de leña de carballo dos enormes y castañas hogazas de pan acompañadas de un olor que delata que además de trigo hay maiz en la masa.
Unas gallinas piñeiras arañan el suelo en busca de alguna despistada lombriz, ajenas al eterno robo de sus huevos que ha vuelto a suceder en el corral. Leche, café, mantequilla, mermelada, bacon... todo espera en las mesas a que algún huesped aparezca queriendo hacer acopio de energías ante las visitas y planes del día que acaba de empezar...
Y si no os lo creeis uniros a los más de tres millones de turistas que han visitado este año Galicia hasta agosto. Yo sólo sé que hay días en que me lo que más me apetece es remolonear entre las sábanas disfrutando los sonidos y absorviendo los olores que me devuelven a mi estado original, aunque también reconozco que me engordan bastante.
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