Llevo un tiempo esperanzado con escribir alguna noticia relativa al medio natural, a la gestión de residuos, a la generación de energía limpia y renovable o a algo parecido; lamentablemente esto no está siendo posible porque las administraciones públicas no parecen estar realizando grandes inversiones, las empresas privadas hacen lo poco que pueden para capear la crisis y los ciudadanos vemos como nuestra tan solicitada colaboración no se está traduciendo en gran cosa.
No es que no haya buenas noticias, al contrario: Se recuperan poblaciones de fauna especialmente sensible (osos o linces) o se finalizan con éxito reintroducciones de especies extintas (águila pescadora o ibis eremita); también se protegen nuevos espacios naturales (Guadarrama) o se obtiene nombramientos de nuevos LIC (Costa Artabra y muchos otros). También nos llegan números esperanzadores acerca de porcentajes de separación de residuos, clausura de vertederos o de inversiones en instalaciones energéticas cada día más eficientes. Este año, como colofón, los mejores datos en superficie quemada desde ya ni se sabe cuándo. To mu güeno.
Y no sé por qué no me lo acabo de creer, y no por las políticas públicas de fomento de practicas ambientales menos dañinas, o por falta de pedagogía en nuestros colegiales... es que hay algo que me falla, y es el ruido; no... es la falta de ruido.
Ahora que hay más ecologistas vociferantes militando en las instituciones no hay ruido mediático en absoluto. En España, donde son fagocitados por el resto de los partidos (lo cual para mí es una señal de que la conciencia es algo ya general) nadie alza la voz más que en campaña, se promueve poco la vida al aire libre, se potencia menos el transporte colectivo y en general no se trata a la naturaleza como una fuente de ingresos. Creo que ese es el principal error: Queremos nuestros monumentos naturales en jaulas de oro y eso acaba convirtiéndolos en objeto de las iras y las codicias de tirios y troyanos.
El lamentable ejemplo lo tenemos en lo que pasó este verano en la playa de Las Catedrales (inaugurada este año, por lo que se ve) donde jóvenes de esos que han disfrutado de esos super-planes de estudios tan tolerantes grabaron en las rocas su nombre, ignorando seguramente que esas rocas no las ha puesto la actual corporación municipal, sino que han tardado miles de millones de años en formarse. Y con lo de no tirar la basura pasa lo mismo: En gran parte de los espacios protegidos que he visitado recientemente encontré residuos más o menos voluminosos dañando y afeando el entorno.
Y es que nos movemos, borregos como somos, empujados por los ladridos de nuestro perro pastor; hoy el medio ambiente, mañana el ébola o las carreras solidarias. Ya nada importa excepto las descargas eléctricas que nos aplican desde los llamados medios. Lástima no fueran enteros.
No es que no haya buenas noticias, al contrario: Se recuperan poblaciones de fauna especialmente sensible (osos o linces) o se finalizan con éxito reintroducciones de especies extintas (águila pescadora o ibis eremita); también se protegen nuevos espacios naturales (Guadarrama) o se obtiene nombramientos de nuevos LIC (Costa Artabra y muchos otros). También nos llegan números esperanzadores acerca de porcentajes de separación de residuos, clausura de vertederos o de inversiones en instalaciones energéticas cada día más eficientes. Este año, como colofón, los mejores datos en superficie quemada desde ya ni se sabe cuándo. To mu güeno.
Y no sé por qué no me lo acabo de creer, y no por las políticas públicas de fomento de practicas ambientales menos dañinas, o por falta de pedagogía en nuestros colegiales... es que hay algo que me falla, y es el ruido; no... es la falta de ruido.
Ahora que hay más ecologistas vociferantes militando en las instituciones no hay ruido mediático en absoluto. En España, donde son fagocitados por el resto de los partidos (lo cual para mí es una señal de que la conciencia es algo ya general) nadie alza la voz más que en campaña, se promueve poco la vida al aire libre, se potencia menos el transporte colectivo y en general no se trata a la naturaleza como una fuente de ingresos. Creo que ese es el principal error: Queremos nuestros monumentos naturales en jaulas de oro y eso acaba convirtiéndolos en objeto de las iras y las codicias de tirios y troyanos.
El lamentable ejemplo lo tenemos en lo que pasó este verano en la playa de Las Catedrales (inaugurada este año, por lo que se ve) donde jóvenes de esos que han disfrutado de esos super-planes de estudios tan tolerantes grabaron en las rocas su nombre, ignorando seguramente que esas rocas no las ha puesto la actual corporación municipal, sino que han tardado miles de millones de años en formarse. Y con lo de no tirar la basura pasa lo mismo: En gran parte de los espacios protegidos que he visitado recientemente encontré residuos más o menos voluminosos dañando y afeando el entorno.
Y es que nos movemos, borregos como somos, empujados por los ladridos de nuestro perro pastor; hoy el medio ambiente, mañana el ébola o las carreras solidarias. Ya nada importa excepto las descargas eléctricas que nos aplican desde los llamados medios. Lástima no fueran enteros.
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