Era una tarde fría de un invierno que se alargaba demasiado. Después de un duro día de trabajo leía las Cartas Marruecas de Cadalso mientras un tibio rayo de sol me impelía a dormitar. En el preciso instante en que me empezaba a abandonar a los brazos de Morfeo escuché cerrarse la puerta de la calle: Sin duda mi mujer había salido para hacer algo. El súbito golpe de la puerta me despertó y me trajo de vuelta de finales del Siglo XVIII, por lo que decidí proseguir con la lectura en la que me hallaba enfrascado.
La correspondencia entre los protagonistas del escrito describían los caracteres de las distintas provincias de España:
"Los gallegos, en medio de la pobreza de su tierra, son robustos; se esparcen por la península a emprender los trabajos más duros, para llevar a sus casas algún dinero físico a costa de tan penosa industria. Sus soldados, aunque carecen de aquel lucido exterior de otras naciones, son excelentes para la infantería por su subordinación, dureza de cuerpo y hábito de sufrir incomodidades de hambre, sed y cansancio..."
Sonó el teléfono -
-Oye, que tengo una reunión y voy a tardar. Sí... no me esperes y prepara las meriendas.
Continué en ese 1789 en que España, cansada de tantas guerras y sufriendo la decadencia de su imperio vivía adormilada ignorando que su desmembramiento no había hecho si no comenzar y que la decadencia moral e intelectual a la que estaba sometida en ese momento no era nada comparable a la que sobrevendría tras las guerras carlistas y la guerra civil posterior.
"... Los catalanes son los pueblos más industriosos de España. Manufacturas, pescas, navegación, comercio y asientos son cosas apenas conocidas por los demás pueblos de la península respecto de los de Cataluña. No sólo son útiles en la paz, sino del mayor uso en la guerra. Fundición de cañones, fábrica de armas, vestuario y montura para ejército, conducción de artillería, municiones y víveres, formación de tropas ligeras de excelente calidad, todo esto sale de Cataluña. Los campos se cultivan, la población se aumenta, los caudales crecen y, en suma, parece estar aquella nación a mil leguas de la gallega, andaluza y castellana. Pero sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia e interés. Algunos los llaman los holandeses de España. Mi amigo Nuño me dice que esta provincia florecerá mientras no se introduzca en ella el lujo personal y la manía de ennoblecer los artesanos: dos vicios que se oponen al genio que hasta ahora les ha enriquecido."
Dejé el libro a un lado y decidí leer la prensa en internet. Al cabo las noticias con que me regalaban los noticiarios en esta sombría tarde de invierno me confirmaron lo que ese noble e ilustrado militar ya intuía más de dos siglos atrás.
Por ventura que alguno pensaría entonces que aquello no podía caer más bajo, ignorando sin duda la invasión francesa, la traición de los monarcas, la independencia de las tierras de ultramar, la restauración, las guerras entre carlistas e isabelinos, las repúblicas, la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico tras la guerra contra Estados Unidos y la cruenta contienda fratricida en la que se produjeron barbaridades que ni Goya y su genial paleta lograron imaginar.
Y recuerdo cuando en el colegio me las mandaron leer por primera vez, y cómo sin darnos cuenta desapareció de España la historia de España y nos dedicamos a estudiar la de nuestras taifas, negacionistas todas de la verdad, de la grandeza y de las miserias que nos han traído hasta aquí.
Verdaderamente qué obtusos podemos llegar a ser cuando queremos. Cualquier persona con dos dedos de frente obligaría a estudiar estas cartas de tan letrado, heróico y poliglota gaditano, aunque de ascendencia vizcaína, que fue capaz de glosar con tan breve pero magna obra los problemas que nos han traído hasta aquí; problemas que, por desgracia, no se han resuelto todavía.
Y otro día hablaremos de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
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