Bueno, pues resulta que en las últimas semanas se ha dado cuenta en la prensa local, pero también en la autonómica y en la nacional, de que un grupo de cuatro chicas gallegas de la Escuela Universitaria de Diseño Industrial de Ferrol han quedado finalista en un concurso a nivel mundial con su diseño de un drone para el transporte de órganos. Es sin duda una buena noticia, pero podría verse como un caso aislado o un golpe de ingenio de alguna alumna aventajada de la misma.
Pero resulta que también ha quedado finalista un muchacho que ha diseñado un volante para un concurso convocado por una multinacional del automovilismo y ha estado en Alemania explicando su propuesta.
Ambas noticias se unen al incesante goteo de buenas nuevas que provienen de un campus que cada día es más alabado por su jardín botánico y su disposición, heredadas ambas del muy racional Hospital de Marina que allí se emplazaba cuando Ferrol era la primera ciudad de Galicia y un hervidero de vida en sus calles.
Independientemente de la oportunidad que desaprovecharíamos si no hiciéramos lo posible por consolidar Esteiro como un barrio universitario y, por lo tanto, dinámico (¿Tal vez restaurando alguna de sus insignes ruinas para convertirlo en la ansiada residencia? ¡Quién sabe!) lo cierto es que todo lo que sea transversalizar la comunicación entre este barrio y la Magdalena, en el sentido literal y en el sentido de convertir el Campus en un foco de saber, redundará en beneficio de la ciudad.
Y esto me recuerda a tantas conversaciones que he mantenido desde que empezara la Escuela de Ingenieros Superiores: Que si no puede competir con la de Madrid, que si es una "pailanada", que si es tirar el dinero, que en dos días la cierran...
Yo pasé allí unos años en que todo estaba naciendo, en los que se inauguraban edificios, en los que se restauraron otros cuantos (con Humanidades y la Biblioteca al frente) y en los que todo empezó a cambiar con la construcción del pabellón y el progresivo frenazo al deterioro del barrio.
Pero ahora están las lanzas en ristre, se vuelve a escuchar ruido de sables y el entumecido músculo de aquellos que deberían dar luz (Hac luce, es el lema de la Universidad de la Coruña) se han enzarzado en un discurso político y vacío de sentido, con reivindicaciones extemporáneas y muy poca visión. La última afrenta que se le ha hecho a "la comunidad" es permitir que puedan acortar sus grados ¿Cómo es posible? ¡Libertades y derechos a nosotros! habrán pensado nuestras mentes más brillantes, ofendidos como novias adolescentes porque los que hemos pasado por la Universidad (por esta o por cualquiera) podamos emitir un juicio con fundamento acerca de su pequeña parcela del mundo, a la que han descuidado hasta que ha perdido el sentido para el que fue creada.
Y esto me recuerda a cuando uno de mis mejores amigos (cocinero él) me decía que en Ferrol no se podía innovar porque todo el mundo quería rajo, zorza y chipirones y de ahí no podías salir. Pues Daniel López, ese joven del que ya he escrito otras veces por su labor al frente de O Camiño do Inglés, acaba de ganar el primer premio en un concurso gastronómico en Londres en el que quitó las pegatinas a los otros noventa y cinco participantes; la receta fue su famosa escabechina, aunque esta vez la tuvo que hacer con caballa puesto que no encontró jureles en las tierras del Destripador.
Y como decía ese mítico personaje, yendo por partes nos aclararemos mejor: Resulta que en los dos barrios más degradados de la ciudad -pese a ser los originales- tenemos a gente joven, innovadora y dispuesta a comerse el mundo.
Como rezaba la letra de Acaso, de Los Limones, entre el fango nacen flores. Sólo espero que no las pisoteemos.
Pero resulta que también ha quedado finalista un muchacho que ha diseñado un volante para un concurso convocado por una multinacional del automovilismo y ha estado en Alemania explicando su propuesta.
Ambas noticias se unen al incesante goteo de buenas nuevas que provienen de un campus que cada día es más alabado por su jardín botánico y su disposición, heredadas ambas del muy racional Hospital de Marina que allí se emplazaba cuando Ferrol era la primera ciudad de Galicia y un hervidero de vida en sus calles.
Independientemente de la oportunidad que desaprovecharíamos si no hiciéramos lo posible por consolidar Esteiro como un barrio universitario y, por lo tanto, dinámico (¿Tal vez restaurando alguna de sus insignes ruinas para convertirlo en la ansiada residencia? ¡Quién sabe!) lo cierto es que todo lo que sea transversalizar la comunicación entre este barrio y la Magdalena, en el sentido literal y en el sentido de convertir el Campus en un foco de saber, redundará en beneficio de la ciudad.
Y esto me recuerda a tantas conversaciones que he mantenido desde que empezara la Escuela de Ingenieros Superiores: Que si no puede competir con la de Madrid, que si es una "pailanada", que si es tirar el dinero, que en dos días la cierran...
Yo pasé allí unos años en que todo estaba naciendo, en los que se inauguraban edificios, en los que se restauraron otros cuantos (con Humanidades y la Biblioteca al frente) y en los que todo empezó a cambiar con la construcción del pabellón y el progresivo frenazo al deterioro del barrio.
Pero ahora están las lanzas en ristre, se vuelve a escuchar ruido de sables y el entumecido músculo de aquellos que deberían dar luz (Hac luce, es el lema de la Universidad de la Coruña) se han enzarzado en un discurso político y vacío de sentido, con reivindicaciones extemporáneas y muy poca visión. La última afrenta que se le ha hecho a "la comunidad" es permitir que puedan acortar sus grados ¿Cómo es posible? ¡Libertades y derechos a nosotros! habrán pensado nuestras mentes más brillantes, ofendidos como novias adolescentes porque los que hemos pasado por la Universidad (por esta o por cualquiera) podamos emitir un juicio con fundamento acerca de su pequeña parcela del mundo, a la que han descuidado hasta que ha perdido el sentido para el que fue creada.
Y esto me recuerda a cuando uno de mis mejores amigos (cocinero él) me decía que en Ferrol no se podía innovar porque todo el mundo quería rajo, zorza y chipirones y de ahí no podías salir. Pues Daniel López, ese joven del que ya he escrito otras veces por su labor al frente de O Camiño do Inglés, acaba de ganar el primer premio en un concurso gastronómico en Londres en el que quitó las pegatinas a los otros noventa y cinco participantes; la receta fue su famosa escabechina, aunque esta vez la tuvo que hacer con caballa puesto que no encontró jureles en las tierras del Destripador.
Y como decía ese mítico personaje, yendo por partes nos aclararemos mejor: Resulta que en los dos barrios más degradados de la ciudad -pese a ser los originales- tenemos a gente joven, innovadora y dispuesta a comerse el mundo.
Como rezaba la letra de Acaso, de Los Limones, entre el fango nacen flores. Sólo espero que no las pisoteemos.
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