Pues ahora van y dicen los del partido que ha obtenido más escaños en las elecciones legislativas en España que ellos son los único legitimados para gobernar porque "han ganado" y que los perdedores no pueden formar gobierno. Me perdí.
Resulta que en España tenemos un sistema que consagra la separación de poderes y que instituye como principales entidades competentes en la labor legislativo al Congreso de los Diputados y al Senado. Nuestra ley electoral, además, asigna los diputados de una forma no directamente proporcional al número de votos recibidos, sino que busca la representación de cada una de las provincias en el Parlamento y asigna asientos en el Senado a las Comunidades Autónomas.
Además parece que la ley no gusta mucho a un Partido Popular que ha gozado de dos mayorías absolutas en el Congreso, que la tiene en el Senado y que la aplicado con mano de hierro en sus comunidades mientras pudo.
Si ellos creen que al presidente del ejecutivo no lo deben elegir las Cortes creo que el momento de proponerlo no es cuando se han visto sin apoyos para formar su, para ellos, legítimo gobierno.
Y vuelvo al problema de siempre: Lo que hemos elegido los españoles es a nuestros representantes en las cámaras, cuya misión es hacer las leyes. Yo preferiría que el jefe de gobierno fuera elegido en una votación distinta, pero en ese caso tendríamos que delimitar claramente hasta dónde llegan las competencias de cada poder del estado.
Por hacernos una idea pongamos el ejemplo de Estados Unidos de América, donde en un régimen presidencialista en el que el presidente del gobierno lo es además de la república (eso no pasa ni en Francia ni Alemania, por ejemplo) el Nobel Obama se ha topado de bruces con que no ha podido instaurar la sanidad universal porque no ha conseguido los apoyos en el congreso.
Una de las propuestas más razonables que he leído últimamente es la de decidir cuántos diputados queremos y dividir el número total de votantes entre el número de representantes. Esto nos daría que para una población votante de treinta y cinco millones cada diputado vendría saliendo a cien mil ¿Fácil? Pues mucho: Imagínense si una vez llegados a este punto dividiéramos territorialmente las circunscripciones: Ferrol y Narón tendrían un diputado que sería la cara visible de todos los ciudadanos de la zona; Madrid tendría treinta y cinco, y Bilbao nueve... y así sucesivamente.
Y el mismo día se elige presidente de España, no diputado-de-tu-provincia-que-va-a-votar-lo-que-le-diga-el-señorito-de-Madrid pero con una papeleta aparte; ¿Con doble vuelta? ¿Sien ella? Pues seguramente con dos es mejor, y así se refleja más claramente la voluntad del pueblo español... y si sale con barba San Ramón y si no la Purísima Concepción.
Y que se legisle de una vez que las administraciones ni los poderes del estado podrán invadir competencias que no les son propias, bajo pena inmediata de inhabilitación más las penas económicas o de cárcel que pudieran corresponder en caso de que en la comisión de esos delitos se cometan otros, como es el caso de Cataluña.
Resulta que en España tenemos un sistema que consagra la separación de poderes y que instituye como principales entidades competentes en la labor legislativo al Congreso de los Diputados y al Senado. Nuestra ley electoral, además, asigna los diputados de una forma no directamente proporcional al número de votos recibidos, sino que busca la representación de cada una de las provincias en el Parlamento y asigna asientos en el Senado a las Comunidades Autónomas.
Además parece que la ley no gusta mucho a un Partido Popular que ha gozado de dos mayorías absolutas en el Congreso, que la tiene en el Senado y que la aplicado con mano de hierro en sus comunidades mientras pudo.
Si ellos creen que al presidente del ejecutivo no lo deben elegir las Cortes creo que el momento de proponerlo no es cuando se han visto sin apoyos para formar su, para ellos, legítimo gobierno.
Y vuelvo al problema de siempre: Lo que hemos elegido los españoles es a nuestros representantes en las cámaras, cuya misión es hacer las leyes. Yo preferiría que el jefe de gobierno fuera elegido en una votación distinta, pero en ese caso tendríamos que delimitar claramente hasta dónde llegan las competencias de cada poder del estado.
Por hacernos una idea pongamos el ejemplo de Estados Unidos de América, donde en un régimen presidencialista en el que el presidente del gobierno lo es además de la república (eso no pasa ni en Francia ni Alemania, por ejemplo) el Nobel Obama se ha topado de bruces con que no ha podido instaurar la sanidad universal porque no ha conseguido los apoyos en el congreso.
Una de las propuestas más razonables que he leído últimamente es la de decidir cuántos diputados queremos y dividir el número total de votantes entre el número de representantes. Esto nos daría que para una población votante de treinta y cinco millones cada diputado vendría saliendo a cien mil ¿Fácil? Pues mucho: Imagínense si una vez llegados a este punto dividiéramos territorialmente las circunscripciones: Ferrol y Narón tendrían un diputado que sería la cara visible de todos los ciudadanos de la zona; Madrid tendría treinta y cinco, y Bilbao nueve... y así sucesivamente.
Y el mismo día se elige presidente de España, no diputado-de-tu-provincia-que-va-a-votar-lo-que-le-diga-el-señorito-de-Madrid pero con una papeleta aparte; ¿Con doble vuelta? ¿Sien ella? Pues seguramente con dos es mejor, y así se refleja más claramente la voluntad del pueblo español... y si sale con barba San Ramón y si no la Purísima Concepción.
Y que se legisle de una vez que las administraciones ni los poderes del estado podrán invadir competencias que no les son propias, bajo pena inmediata de inhabilitación más las penas económicas o de cárcel que pudieran corresponder en caso de que en la comisión de esos delitos se cometan otros, como es el caso de Cataluña.
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