Que nadie piense que voy a escribir acerca de ninguna ordinariez, pero el tema del marisqueo en Galicia es una fuente de ingresos y de prestigio que creo requiere un poco de cordura.
He escrito en varias ocasiones que opino que el potencial marisquero de las rías gallegas está todavía por desarrollarse en su plenitud, y que hay muchos productos que no se extraen por estar los mercados poco maduros. Es cierto que el prestigio del marisco gallego no ha dejado de crecer en todo el mundo, lo que prueba el hecho de que ya se falsifica o que incluso se engaña rotulando productos con un ambiguo "de las rías" que evoca a la vieja narizota.
El caso es que las cofradías vienen siendo un producto del timo comunista: Un producto que existe gracias a la evolución de organismos invertebrados (o sea: Gracias a Dios) es explotado por unos asociados que obtienen un carnet de la administración autonómica por un precio irrisorio; la administración, por su parte, dedica un presupuesto a mejoras en la extracción y comercialización del producto. Como pasa siempre que hay actividad comercial intervienen otros escalones de distribución y se pagan una serie de impuestos de actividades económicas y al consumo.
Hemos conseguido la cuadratura del círculo: Un producto que genera ingresos a coste prácticamente cero, especialmente en el caso del marisqueo a pie, en el que una persona con un rastrillo de su hija puede sacar una serie de kilos de producto como derecho inalienable y no traspasable a nadie más.
El caso es que Venancio, que anda en el paro, le quiere comprar al niño una escopeta de esas tan chulas que tiran flechitas de gomaespuma, pero como anda apretado con el subsidio sale a la ría a coger unas almejas que luego le vende al del bar de abajo, al que le importa bien poco una colitis más o menos en sus clientes, que por otra parte están encantados de perder algún kilo de más que tenía después de encadenar cuatro patrones consecutivos.
El Venancio, que no es mal muchacho, es detenido por furtivo y multado con unos euros que no tiene, al del restaurante ni se le pregunta, y mientras tanto los que sí tienen derecho a extraer (como el rey lo tiene a reinar) se quejan de que las bateas que ha instalado la Xunta provocan mortandad y que sólo les reintegran el dinero cuando ésta supera no se qué porcentaje del marisco.
Margarita ha ido de viaje a Camariñas con unos amigos de Madrid, y quiere que prueben la almeja de allí, que es muy buena, y el gachó que regenta la taberna de moda se las vende a veinte euros la ración, pero nada que ver con las de fuera, oye, que como el marisco gallego ninguno.
Y yo sigo pensando que hemos perdido los cuatro puntos cardinales y parte de la altitud, porque una cosa es que se proteja un área por salvaguardar el equilibrio ecológico, y que se conceda un permiso de explotación a una cofradía en una zona para que invierta en producción marisquera, e incluso soy capaz de comprender que parte de los impuestos que pagamos se inviertan en el control sanitario de los productos que van a servir de alimento, pero a veces pienso que éramos mucho más felices cuando íbamos al Couto, cogíamos berberechos y nos los comíamos abiertos con una hoja de laurel y un chorrito de limón, sin que el gran hermano público nos dijera que usáramos una servilleta para no mancharnos las manos.
Es que últimamente estamos de tontos...
He escrito en varias ocasiones que opino que el potencial marisquero de las rías gallegas está todavía por desarrollarse en su plenitud, y que hay muchos productos que no se extraen por estar los mercados poco maduros. Es cierto que el prestigio del marisco gallego no ha dejado de crecer en todo el mundo, lo que prueba el hecho de que ya se falsifica o que incluso se engaña rotulando productos con un ambiguo "de las rías" que evoca a la vieja narizota.
El caso es que las cofradías vienen siendo un producto del timo comunista: Un producto que existe gracias a la evolución de organismos invertebrados (o sea: Gracias a Dios) es explotado por unos asociados que obtienen un carnet de la administración autonómica por un precio irrisorio; la administración, por su parte, dedica un presupuesto a mejoras en la extracción y comercialización del producto. Como pasa siempre que hay actividad comercial intervienen otros escalones de distribución y se pagan una serie de impuestos de actividades económicas y al consumo.
Hemos conseguido la cuadratura del círculo: Un producto que genera ingresos a coste prácticamente cero, especialmente en el caso del marisqueo a pie, en el que una persona con un rastrillo de su hija puede sacar una serie de kilos de producto como derecho inalienable y no traspasable a nadie más.
El caso es que Venancio, que anda en el paro, le quiere comprar al niño una escopeta de esas tan chulas que tiran flechitas de gomaespuma, pero como anda apretado con el subsidio sale a la ría a coger unas almejas que luego le vende al del bar de abajo, al que le importa bien poco una colitis más o menos en sus clientes, que por otra parte están encantados de perder algún kilo de más que tenía después de encadenar cuatro patrones consecutivos.
El Venancio, que no es mal muchacho, es detenido por furtivo y multado con unos euros que no tiene, al del restaurante ni se le pregunta, y mientras tanto los que sí tienen derecho a extraer (como el rey lo tiene a reinar) se quejan de que las bateas que ha instalado la Xunta provocan mortandad y que sólo les reintegran el dinero cuando ésta supera no se qué porcentaje del marisco.
Margarita ha ido de viaje a Camariñas con unos amigos de Madrid, y quiere que prueben la almeja de allí, que es muy buena, y el gachó que regenta la taberna de moda se las vende a veinte euros la ración, pero nada que ver con las de fuera, oye, que como el marisco gallego ninguno.
Y yo sigo pensando que hemos perdido los cuatro puntos cardinales y parte de la altitud, porque una cosa es que se proteja un área por salvaguardar el equilibrio ecológico, y que se conceda un permiso de explotación a una cofradía en una zona para que invierta en producción marisquera, e incluso soy capaz de comprender que parte de los impuestos que pagamos se inviertan en el control sanitario de los productos que van a servir de alimento, pero a veces pienso que éramos mucho más felices cuando íbamos al Couto, cogíamos berberechos y nos los comíamos abiertos con una hoja de laurel y un chorrito de limón, sin que el gran hermano público nos dijera que usáramos una servilleta para no mancharnos las manos.
Es que últimamente estamos de tontos...
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