¿Quién no ha escuchado a alguien decir no constantemente? ¿Quién no ha comprobado que algún allegado está claramente subordinado a su pareja? ¿Quién no conoce a alguien que dice "eso conmigo que ni lo sueñe"? Todos conocemos las expresiones calzonazos, sumisa, dominado... porque lamentablemente hay una serie de problemas habituales que son, a mi modo de ver, una de las primeras causas de que se rompan las parejas.
1. El matrimonio.
Aunque suene a broma, el matrimonio es una de las principales causas de separación. Considerando el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer tenemos que existen la unión civil y la religiosa. Ambas variedades son esencialmente diferentes en tanto la unión civil se basa en disposiciones legales y la religiosa en algo superior a uno mismo.
Da igual de qué religión estemos hablando, ya que en todas hay un algo que trasciende a los contrayentes en lo que se basa esa unión. En mi caso, que soy católico, creo que la mejor definición es la que me contó un amigo irlandés. Según la teoría irlandesa en el momento en que te casas desaparece la persona original y las almas de los dos contrayentes se unen. De la realidad de esa unión o no depende la existencia del matrimonio.
Efectivamente, los ritos cristianos establecen que lo que Dios ha unido el hombre no lo puede separar, por lo que la nulidad significa que en realidad nunca hubo matrimonio; esto es: La Iglesia no concede separaciones, sino que comprueba que hay evidencias de que nunca existió unión, y allá cada cual con su conciencia si actuó de mala fe.
Por eso muchas veces comprobamos que un rito matrimonial realizado de forma inconsciente es la principal causa de divorcio: Muchas veces sabemos que, en realidad, la pareja nunca estuvo casada, ya que no tenían un objetivo común, unas ideas comunes o una base ideológica y moral compartida. La Iglesia Católica trata de paliar con sus cursillos pre-matrimoniales las decisiones alocadas. Yo no conozco a nadie que los haya hecho con ilusión, sabemos que después se acaba la formación y que sólo ciertos psicólogos se especializan en ayudar a las parejas con problemas. Actualmente el Papa Francisco sigue tratando de que la gente cobre conciencia de lo que significa casarse y de lo que significa estar casado, más allá del vestido o la lista de bodas.
2. La conflictividad.
Aunque es difícil de explicar, es fácil de comprender: Muchas veces nos inculturan en la perniciosa guerra de sexos, estableciendo que en las relaciones entre personas del mismo sexo debe reinar una permanente dialéctica. Considero que ese es otro de los gravísimos errores de la sociedad actual. Un matrimonio sano debería ser aquel en el que, sin asomo alguno de egoísmo, dos personas tratan permanentemente de hacer feliz a su marido o a su esposa, buscando el equilibrio en su decisión personal de entregar amor y dedicación.
Lamentablemente, muchas veces comprobamos como una de las partes se deja querer, se deja hacer, y dirige desde su trono de cristal el acierto o no de la acción de su pareja. Independientemente del sexo del que le haga es un lugar común en muchos divorcios en los que uno de los cónyuges expresa un lacónico discurso en el que detalla como no hizo más que cambiar para complacer a un ser que sólo mantenía su pequeña tiranía para satisfacerse a si mismo.
Sólo desde un deseo de entrega y desde la comprensión de que tu marido va a fallar, de que tu mujer va a tener errores, de que los dos vais a entender mal lo que dice o hace el otro se puede llegar a un equilibrio que ayude a sostener el innegable hecho de que dos personas que se han criado y han sido educadas por personas diferentes pretendan convivir hasta el fin de los días de al menos uno de los dos.
3. La relación.
No se trata de las relaciones sexuales, de la convivencia, de compartir gustos, aficiones, ideas o creencias: Se trata de todo eso junto, y más aun. Sólo desde la entrega total a los demás, de la búsqueda de complacer, de anteponer la felicidad del otro, de olvidar el yo (el ego) podemos alcanzar a disfrutar de lo que significa la entrega, el "soy tuyo" frente al "eres mío". Porque de eso se trata realmente: "Mujer te doy y no esclava", era la fórmula en la encantadora escena inicial de 101 Dálmatas, que resume a la perfección como ni desde un punto de vista retrógrado y anticuado se puede justificar ningún tipo de intento de dominio sobre el otro.
Una persona muy querida por mí me decía que lo que le gustaba de otro es que siempre que le pedías un favor contestaba dime lo que te hace falta, y eso es realmente lo que ha de sostener una relación: Intentar comprender lo que le hace falta al otro, lo que le hace feliz, lo que le complace o lo que le gusta en cualquiera de las facetas de la vida en común. Considero que sin ese anhelo de complacer a los que nos rodean no podremos llegar más allá de un equilibrio inestable basado en que uno tire de lo que otro empuje, o que uno sostenga el peso de lo que el otro le haga cargar.
Con todo esto no voy a negar que todos tenemos parte de culpa en los problemas que genera cualquier relación humana, si no reflexionar acerca de algo tan sencillo como que el egoísmo siempre es una semilla del mal y que, aunque la sociedad actual pretenda basar toda nuestra vida en la satisfacción personal eso nos lleva a un "todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío" que jamás ayudará en una relación humana.
Porque yo he oído a hombres y mujer decir tanto que a mí no, que conmigo no y que se busque a otro para hacer eso que al final sólo puedes poner cara de circunstancias cuando efectivamente su cónyuge se busca a otro ¿Qué si no? ¿No comprendes que es lo que has estado proponiendo desde el principio de vuestra relación.
Tratar de recordar lo que nos enamoró, huir de la rutina, seguir besando y diciendo te quiero, cenar, bailar, pasar la noche en vela y seguir queriendo ser novios mientras vivimos la alocada aventura común, con sus imprevistos y sus sorpresas, tratando de disfrutar del día a día y agradeciendo haber encontrado a esa persona. Algo tan difícil y fácil como eso, tan grande y tan pequeño, es la única base posible para poder seguir siendo uno. Y más nada.
1. El matrimonio.
Aunque suene a broma, el matrimonio es una de las principales causas de separación. Considerando el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer tenemos que existen la unión civil y la religiosa. Ambas variedades son esencialmente diferentes en tanto la unión civil se basa en disposiciones legales y la religiosa en algo superior a uno mismo.
Da igual de qué religión estemos hablando, ya que en todas hay un algo que trasciende a los contrayentes en lo que se basa esa unión. En mi caso, que soy católico, creo que la mejor definición es la que me contó un amigo irlandés. Según la teoría irlandesa en el momento en que te casas desaparece la persona original y las almas de los dos contrayentes se unen. De la realidad de esa unión o no depende la existencia del matrimonio.
Efectivamente, los ritos cristianos establecen que lo que Dios ha unido el hombre no lo puede separar, por lo que la nulidad significa que en realidad nunca hubo matrimonio; esto es: La Iglesia no concede separaciones, sino que comprueba que hay evidencias de que nunca existió unión, y allá cada cual con su conciencia si actuó de mala fe.
Por eso muchas veces comprobamos que un rito matrimonial realizado de forma inconsciente es la principal causa de divorcio: Muchas veces sabemos que, en realidad, la pareja nunca estuvo casada, ya que no tenían un objetivo común, unas ideas comunes o una base ideológica y moral compartida. La Iglesia Católica trata de paliar con sus cursillos pre-matrimoniales las decisiones alocadas. Yo no conozco a nadie que los haya hecho con ilusión, sabemos que después se acaba la formación y que sólo ciertos psicólogos se especializan en ayudar a las parejas con problemas. Actualmente el Papa Francisco sigue tratando de que la gente cobre conciencia de lo que significa casarse y de lo que significa estar casado, más allá del vestido o la lista de bodas.
2. La conflictividad.
Aunque es difícil de explicar, es fácil de comprender: Muchas veces nos inculturan en la perniciosa guerra de sexos, estableciendo que en las relaciones entre personas del mismo sexo debe reinar una permanente dialéctica. Considero que ese es otro de los gravísimos errores de la sociedad actual. Un matrimonio sano debería ser aquel en el que, sin asomo alguno de egoísmo, dos personas tratan permanentemente de hacer feliz a su marido o a su esposa, buscando el equilibrio en su decisión personal de entregar amor y dedicación.
Lamentablemente, muchas veces comprobamos como una de las partes se deja querer, se deja hacer, y dirige desde su trono de cristal el acierto o no de la acción de su pareja. Independientemente del sexo del que le haga es un lugar común en muchos divorcios en los que uno de los cónyuges expresa un lacónico discurso en el que detalla como no hizo más que cambiar para complacer a un ser que sólo mantenía su pequeña tiranía para satisfacerse a si mismo.
Sólo desde un deseo de entrega y desde la comprensión de que tu marido va a fallar, de que tu mujer va a tener errores, de que los dos vais a entender mal lo que dice o hace el otro se puede llegar a un equilibrio que ayude a sostener el innegable hecho de que dos personas que se han criado y han sido educadas por personas diferentes pretendan convivir hasta el fin de los días de al menos uno de los dos.
3. La relación.
No se trata de las relaciones sexuales, de la convivencia, de compartir gustos, aficiones, ideas o creencias: Se trata de todo eso junto, y más aun. Sólo desde la entrega total a los demás, de la búsqueda de complacer, de anteponer la felicidad del otro, de olvidar el yo (el ego) podemos alcanzar a disfrutar de lo que significa la entrega, el "soy tuyo" frente al "eres mío". Porque de eso se trata realmente: "Mujer te doy y no esclava", era la fórmula en la encantadora escena inicial de 101 Dálmatas, que resume a la perfección como ni desde un punto de vista retrógrado y anticuado se puede justificar ningún tipo de intento de dominio sobre el otro.
Una persona muy querida por mí me decía que lo que le gustaba de otro es que siempre que le pedías un favor contestaba dime lo que te hace falta, y eso es realmente lo que ha de sostener una relación: Intentar comprender lo que le hace falta al otro, lo que le hace feliz, lo que le complace o lo que le gusta en cualquiera de las facetas de la vida en común. Considero que sin ese anhelo de complacer a los que nos rodean no podremos llegar más allá de un equilibrio inestable basado en que uno tire de lo que otro empuje, o que uno sostenga el peso de lo que el otro le haga cargar.
Con todo esto no voy a negar que todos tenemos parte de culpa en los problemas que genera cualquier relación humana, si no reflexionar acerca de algo tan sencillo como que el egoísmo siempre es una semilla del mal y que, aunque la sociedad actual pretenda basar toda nuestra vida en la satisfacción personal eso nos lleva a un "todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío" que jamás ayudará en una relación humana.
Porque yo he oído a hombres y mujer decir tanto que a mí no, que conmigo no y que se busque a otro para hacer eso que al final sólo puedes poner cara de circunstancias cuando efectivamente su cónyuge se busca a otro ¿Qué si no? ¿No comprendes que es lo que has estado proponiendo desde el principio de vuestra relación.
Tratar de recordar lo que nos enamoró, huir de la rutina, seguir besando y diciendo te quiero, cenar, bailar, pasar la noche en vela y seguir queriendo ser novios mientras vivimos la alocada aventura común, con sus imprevistos y sus sorpresas, tratando de disfrutar del día a día y agradeciendo haber encontrado a esa persona. Algo tan difícil y fácil como eso, tan grande y tan pequeño, es la única base posible para poder seguir siendo uno. Y más nada.
Comentarios
Publicar un comentario