Mientras en Francia luchan con el terrorismo, en Oriente Medio y en África lo alientan y en Estados Unidos se matan entre ellos constitucionalmente hay un pequeño rincón del mundo en el que sus habitantes se dedican a cortarle el pelo a los caballos salvajes para que no tengan calor.
Hay algunos que tratan de llevar sus misiles más lejos, sus aviones más alto o sus submarinos más profundo. En un pequeño rincón del mundo quieren mejorar su queso y su vino.
Hay conflictos territoriales entre naciones que quieren ampliar sus territorios o sus aguas jurisdiccionales, otros quieren la independencia o la anexión, discuten su historia o se la inventan mientras roban a sus semejantes para tener un coche o una casa más lujosos. Mientras tanto en una olla de cobre está hirviendo un pulpo con media cebolla pelada y a lo lejos se escucha una gaita.
Hay turbantes, chilabas, adornos, plumas, pinturas de guerra y tatuajes reivindicando que ellos sí tienen razón. Mientras tanto un pueblo acoge desde hace años a niños desplazados y se enorgullece de acoger a cualquiera que lo necesite, ya sea saharaui o checheno, mientras se solidariza de palabra y de obra con tantos que lo pasan peor.
A veces me preguntan que por qué quiero volver, incapaces de comprender que soy incapaz de sacar de mis retinas el verde, que necesito la gris penumbra del otoño eterno y el olor a pino quemado de una lareira, una hoguera de San Juan, una barbacoa o de un incendio. Los hay que jamás entenderán por qué soy lo que soy y por qué soy quien soy, que no han subido a Herbeira y no se han bañado en el Eume. Los hay que no se han congelado en las aguas turquesa de los ártabros.
Cada día más va a pasar que nos descubran y que empecemos a negarnos, a no querer ser como todos esos que han perdido y siguen perdiendo su identidad, más allá de idiomas o de músicas y platos.
Pero yo sé que mientras quede una aldea en la que la carne se cueza en un caldero con apenas una hoja de laurel, mientras el Nordés no deje de visitarnos, mientras tengas frío y te abrigues por dentro con un aguardiente que se hace igual desde hace dos mil años, mientras quede al menos uno de nosotros, no dejaremos de ser lo que somos y al menos uno entenderá por qué se dice que Dios, al acabar de hacer el mundo, es echo aquí a descansar.
Hay algunos que tratan de llevar sus misiles más lejos, sus aviones más alto o sus submarinos más profundo. En un pequeño rincón del mundo quieren mejorar su queso y su vino.
Hay conflictos territoriales entre naciones que quieren ampliar sus territorios o sus aguas jurisdiccionales, otros quieren la independencia o la anexión, discuten su historia o se la inventan mientras roban a sus semejantes para tener un coche o una casa más lujosos. Mientras tanto en una olla de cobre está hirviendo un pulpo con media cebolla pelada y a lo lejos se escucha una gaita.
Hay turbantes, chilabas, adornos, plumas, pinturas de guerra y tatuajes reivindicando que ellos sí tienen razón. Mientras tanto un pueblo acoge desde hace años a niños desplazados y se enorgullece de acoger a cualquiera que lo necesite, ya sea saharaui o checheno, mientras se solidariza de palabra y de obra con tantos que lo pasan peor.
A veces me preguntan que por qué quiero volver, incapaces de comprender que soy incapaz de sacar de mis retinas el verde, que necesito la gris penumbra del otoño eterno y el olor a pino quemado de una lareira, una hoguera de San Juan, una barbacoa o de un incendio. Los hay que jamás entenderán por qué soy lo que soy y por qué soy quien soy, que no han subido a Herbeira y no se han bañado en el Eume. Los hay que no se han congelado en las aguas turquesa de los ártabros.
Cada día más va a pasar que nos descubran y que empecemos a negarnos, a no querer ser como todos esos que han perdido y siguen perdiendo su identidad, más allá de idiomas o de músicas y platos.
Pero yo sé que mientras quede una aldea en la que la carne se cueza en un caldero con apenas una hoja de laurel, mientras el Nordés no deje de visitarnos, mientras tengas frío y te abrigues por dentro con un aguardiente que se hace igual desde hace dos mil años, mientras quede al menos uno de nosotros, no dejaremos de ser lo que somos y al menos uno entenderá por qué se dice que Dios, al acabar de hacer el mundo, es echo aquí a descansar.
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