Leo a menudo a un grupo de ferrolanos que defienden de forma encendida la creación de un museo de la ciudad en el que exponer todo aquello digno de mención de las obras artísticas o hallazgos arqueológicos de origen ferrolano, además de mostrar aquellas tradiciones propias de la ciudad como las Pepitas o la Semana Santa. Yo sigo creyendo que los museos de un sitio son contenedores de escaso interés, a los que asisten más colegiales que visitantes, y que suelen tener un tinte localista y etnográfico que como mucho dan para lo que se ha venido llamando un centro de interpretación.
Para mí lo que diferencia un centro de interpretación de un museo es precisamente que el primero no necesita una excesiva contextualización y que está dirigido a un público poco especializado; me explico: Yo voy a Ferrol y voy al Museo de Ferrol y veo los cuadros de los maestros de la ciudad, las poquísimas esculturas que hay que no estén en otro sitio (nadie cede las obras que tiene expuestas) y un par de hábitos de Semana Santa, un maniquí con el atuendo de las rondallas y unas cuantas infografías y carteles. Lo normal es que no vuelva, por supuesto, porque al final es una guía turística que no cabe en el bolsillo.
Lo mismo me pasa con el museo de la Semana Santa que defienden otros: ¿Qué exponemos? ¿Un paso? ¿Una de las figuras que salen en procesión? (lo que obligaría a cerrar el museo precisamente en Semana Santa) ¿Los miles de fieles y turistas que visitan la ciudad? Lo mismo sería aplicable a las Pepitas, a las Meninas de Canido o a la Romería de Chamorro... vamos, que en general estoy e desacuerdo con los museos que no están especializados en una materia en concreto y que pretenden someramente exaltar bienes que muchas veces son de escaso valor.
Hace años visite uno de esos espacios en los que se pretende contar la historia de la ciudad y realmente era un espacio agradable, en el que te contaban anécdotas del pueblo y se mostraban aperos de labranza, vestimentas regionales y poquito más. Fue un rato agradable por el que no habría en absoluto hecho un desembolso más que con fines caritativos.
Sin embargo Ferrol tiene dos épocas claramente marcadas en su corta historia como ciudad que sí son dignas de mención por su importancia a nivel mundial y local respectivamente: La Ilustración y el Modernismo.
Con respecto a la Ilustración se dan muchos pasos, algunos más tímidos y otros más valientes, pero dada la importancia a nivel global del patrimonio industrial de la Ilustración en Ferrol está incluido en la lista de referencia de la UNESCO y su importancia está contrastada por intelectuales como Villasante, habiendo reclamado recientemente el escritor José Picado Carballeira que se celebre una feria de la Ilustración en la que se intente difundir todo el patrimonio de la época, incluido el inmaterial. La Ilustración en Ferrol, además del número de importantes obras arquitectónicas, está avalado por rutas turísticas, museos como el Naval o EXPONAV o la propia geometría de los barrios de la Magdalena o Esteiro o de las instalaciones de la marina en la Ciudad, visitables desde hace no mucho gracias a la cada vez más frecuentada Ruta de la Construcción Naval. Creo que es necesario un impulso a tan ingente patrimonio y que la Facultad de Humanidades está de perfil, pero el runrún es incesante y ha habido ciclos de música, conferencias (con la Cátedra Jorge Juan a la cabeza) y otros indicios que me hacen pensar que más tarde o más temprano las cosas irán saliendo.
Sin embargo con el Modernismo no pasa lo mismo: El hecho de que casi todo el modernismo ferrolano sea la obra arquitectónica del arquitecto Rodolfo Ucha Piñeiro (Vigo 1882 - Ferrol 1981) ha dado pies a una ruta y a la señalización de sus inmuebles. Algunos de ellos no están restaurados, otros han sido modificados y del resto de los edificios de ese periodo pues casi mejor ni hablar, con excepción del dispensario tuberculoso obra de Julián Galán Carvajal (Avilés 1875 - Oviedo 1939) en el que últimamente se ubicaba la Cruz Roja.
Sin embargo ese espíritu de ruptura de la belle epoque es muy evocador y gamberro, no tan academicista y oficial como esa ilustración que arrojaba luz sobre las tinieblas de los pescadores de Curuxeiras. El Modernismo, sin embargo, rompía con todo aquello y aprovechaba las nuevas técnicas derivadas de la revolución industrial para llenar de color jolgorio, sensualidad y erotismo la vida europea.
Muchos vimos en su momento la oscarizada película Belle Epoque (Fernando Trueba, 1992), todos hemos admirado la obra de Sorolla, cuya exposición en Ferrol batió record de visitantes, a todos nos encantan esos coches de época que se reúnen en nuestras calles cuando hay fiestas (¡Qué pena que se vaya a dejar pasar la oportunidad de tener ese museo del automóvil que promueve la Fundación Jove!) y el tema de disfrazarse es superior a nuestras fuerzas.
Como siempre mi imaginación calenturienta me juega malas pasadas e imagino ese Ferrol inminentemente peatonal con esos coches antiguos del que emerjan hermosas damas de vaporosos vestidos y trajeados caballeros con botines y peinados a cepillo y con brillantina. En pocos años exposiciones, cabarets, teatro, la obra de Ucha restaurada e iluminada, visitantes y curiosos admirando el acero y el cristal y tal vez entonces, y sólo entonces, podremos plantearnos un museo, aunque no sé en que edificio podríamos ubicarlo, salvo en uno indiano que hay en Canido en el que, como buen ferrolano, tengo puestos mis ojillos desde hace ya muchos años.
Para mí lo que diferencia un centro de interpretación de un museo es precisamente que el primero no necesita una excesiva contextualización y que está dirigido a un público poco especializado; me explico: Yo voy a Ferrol y voy al Museo de Ferrol y veo los cuadros de los maestros de la ciudad, las poquísimas esculturas que hay que no estén en otro sitio (nadie cede las obras que tiene expuestas) y un par de hábitos de Semana Santa, un maniquí con el atuendo de las rondallas y unas cuantas infografías y carteles. Lo normal es que no vuelva, por supuesto, porque al final es una guía turística que no cabe en el bolsillo.
Lo mismo me pasa con el museo de la Semana Santa que defienden otros: ¿Qué exponemos? ¿Un paso? ¿Una de las figuras que salen en procesión? (lo que obligaría a cerrar el museo precisamente en Semana Santa) ¿Los miles de fieles y turistas que visitan la ciudad? Lo mismo sería aplicable a las Pepitas, a las Meninas de Canido o a la Romería de Chamorro... vamos, que en general estoy e desacuerdo con los museos que no están especializados en una materia en concreto y que pretenden someramente exaltar bienes que muchas veces son de escaso valor.
Hace años visite uno de esos espacios en los que se pretende contar la historia de la ciudad y realmente era un espacio agradable, en el que te contaban anécdotas del pueblo y se mostraban aperos de labranza, vestimentas regionales y poquito más. Fue un rato agradable por el que no habría en absoluto hecho un desembolso más que con fines caritativos.
Sin embargo Ferrol tiene dos épocas claramente marcadas en su corta historia como ciudad que sí son dignas de mención por su importancia a nivel mundial y local respectivamente: La Ilustración y el Modernismo.
Con respecto a la Ilustración se dan muchos pasos, algunos más tímidos y otros más valientes, pero dada la importancia a nivel global del patrimonio industrial de la Ilustración en Ferrol está incluido en la lista de referencia de la UNESCO y su importancia está contrastada por intelectuales como Villasante, habiendo reclamado recientemente el escritor José Picado Carballeira que se celebre una feria de la Ilustración en la que se intente difundir todo el patrimonio de la época, incluido el inmaterial. La Ilustración en Ferrol, además del número de importantes obras arquitectónicas, está avalado por rutas turísticas, museos como el Naval o EXPONAV o la propia geometría de los barrios de la Magdalena o Esteiro o de las instalaciones de la marina en la Ciudad, visitables desde hace no mucho gracias a la cada vez más frecuentada Ruta de la Construcción Naval. Creo que es necesario un impulso a tan ingente patrimonio y que la Facultad de Humanidades está de perfil, pero el runrún es incesante y ha habido ciclos de música, conferencias (con la Cátedra Jorge Juan a la cabeza) y otros indicios que me hacen pensar que más tarde o más temprano las cosas irán saliendo.
Sin embargo con el Modernismo no pasa lo mismo: El hecho de que casi todo el modernismo ferrolano sea la obra arquitectónica del arquitecto Rodolfo Ucha Piñeiro (Vigo 1882 - Ferrol 1981) ha dado pies a una ruta y a la señalización de sus inmuebles. Algunos de ellos no están restaurados, otros han sido modificados y del resto de los edificios de ese periodo pues casi mejor ni hablar, con excepción del dispensario tuberculoso obra de Julián Galán Carvajal (Avilés 1875 - Oviedo 1939) en el que últimamente se ubicaba la Cruz Roja.
Sin embargo ese espíritu de ruptura de la belle epoque es muy evocador y gamberro, no tan academicista y oficial como esa ilustración que arrojaba luz sobre las tinieblas de los pescadores de Curuxeiras. El Modernismo, sin embargo, rompía con todo aquello y aprovechaba las nuevas técnicas derivadas de la revolución industrial para llenar de color jolgorio, sensualidad y erotismo la vida europea.
Muchos vimos en su momento la oscarizada película Belle Epoque (Fernando Trueba, 1992), todos hemos admirado la obra de Sorolla, cuya exposición en Ferrol batió record de visitantes, a todos nos encantan esos coches de época que se reúnen en nuestras calles cuando hay fiestas (¡Qué pena que se vaya a dejar pasar la oportunidad de tener ese museo del automóvil que promueve la Fundación Jove!) y el tema de disfrazarse es superior a nuestras fuerzas.
Como siempre mi imaginación calenturienta me juega malas pasadas e imagino ese Ferrol inminentemente peatonal con esos coches antiguos del que emerjan hermosas damas de vaporosos vestidos y trajeados caballeros con botines y peinados a cepillo y con brillantina. En pocos años exposiciones, cabarets, teatro, la obra de Ucha restaurada e iluminada, visitantes y curiosos admirando el acero y el cristal y tal vez entonces, y sólo entonces, podremos plantearnos un museo, aunque no sé en que edificio podríamos ubicarlo, salvo en uno indiano que hay en Canido en el que, como buen ferrolano, tengo puestos mis ojillos desde hace ya muchos años.
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