Creo que Sánchez no es el único que tiene líneas rojas; todos las tenemos. El problema radica en que las suyas no son comprendidas por casi nadie más que los suyos.
En España hay varios millones de personas que votan habitualmente al Partido Popular. Yo no me incluyo entre ellos y abomino del amparo que ha brindado a sus miembros corruptos a lo largo de la historia reciente; eso sí: También abomino de lo mismo en el resto de los partidos.
Mi línea roja es el aborto -negra más bien, porque por ahí no paso ni jamás comprenderé o compartiré la defensa de un mal en sí mismo como mal menor- pero luego reconozco que los conceptos históricos de territorio ya empiezan a estar más desdibujados.
Por supuesto que soy consciente de lo que es España y de lo que ha sido en los últimos siglos: Mis años de universidad fueron de letras, por lo que llegué a alcanzar un conocimiento superficial de la historia de la que es nuestra nación. Para mí no existe ninguna justificación, por ejemplo, de que España tenga que ser una monarquía parlamentaria ni que existan las autonomías; otros más templados sostienen que las autonomías son el mejor encaje territorial posible dado el devenir por el que se ha formado nuestro estado.
También estoy en contra de que tengamos que dejar de ser españoles para ser europeos, pero no me convencen aquellos que demonizan la Unión como origen de nuestros males. En definitiva: Puedo comprender que haya gente que diga que no puede existir el derecho a heredar España o su jefatura de estado y puedo comprender a gente que esté hasta el moño de que tengamos la clarísima obligación de financiar las actividades delictivas (como demuestran las sentencias judiciales) de tantos y tantos políticos que han patrimonializado la función pública hasta creer que es un fin en sí mismo en vez de la garantía de que los ciudadanos recibimos de vuelta lo que invertimos.
Y esa es en realidad, o debería ser, la principal línea roja para toda la ciudadanía: Debería repugnarnos que un funcionario público o un cargo electo utilice nuestro dinero para sus propios fines, ya sean lucrativos o ideológicos. Por eso no entiendo cómo hay gente que sigue justificando las tropelías del partido al que votan aduciendo que los del otro lado también lo hacen, o cómo alguien puede justificar que el dinero que ponemos para la sanidad, la educación, las infraestructuras, la sanidad o la seguridad se utilice para defender un discurso, sea éste cuál sea.
Esa debería ser La Línea Roja, y a partir de ahí que cada palo aguante su vela, y si nos queremos autoflagelar pues en casita y en privado, y después ya discutiremos quienes son o peores gestores, y si quitamos al Rey para poner a Zapatero por unos años para que sea el garante de la unidad nacional como flamante presidente de la república española: Creo que los dos intentos anteriores nos deberían hacer ver que mejor un régimen presidencialista como el americano, en el que los poderes del estado estuvieran efectivamente separados, pero no crean que eso solucionaría nada, porque son precisamente los defensores de la república los que niegan a Le Pen o a Trump el derecho a expresar su opinión, y tanto la república francesa como en la americana atesoran un lindo catálogo de problemas que en ocasiones hacen palidecer los nuestros. Eso sí: Nacionalismo no hay ni se permite ¿De verdad que nadie ha pensado todavía en ello?
En España hay varios millones de personas que votan habitualmente al Partido Popular. Yo no me incluyo entre ellos y abomino del amparo que ha brindado a sus miembros corruptos a lo largo de la historia reciente; eso sí: También abomino de lo mismo en el resto de los partidos.
Mi línea roja es el aborto -negra más bien, porque por ahí no paso ni jamás comprenderé o compartiré la defensa de un mal en sí mismo como mal menor- pero luego reconozco que los conceptos históricos de territorio ya empiezan a estar más desdibujados.
Por supuesto que soy consciente de lo que es España y de lo que ha sido en los últimos siglos: Mis años de universidad fueron de letras, por lo que llegué a alcanzar un conocimiento superficial de la historia de la que es nuestra nación. Para mí no existe ninguna justificación, por ejemplo, de que España tenga que ser una monarquía parlamentaria ni que existan las autonomías; otros más templados sostienen que las autonomías son el mejor encaje territorial posible dado el devenir por el que se ha formado nuestro estado.
También estoy en contra de que tengamos que dejar de ser españoles para ser europeos, pero no me convencen aquellos que demonizan la Unión como origen de nuestros males. En definitiva: Puedo comprender que haya gente que diga que no puede existir el derecho a heredar España o su jefatura de estado y puedo comprender a gente que esté hasta el moño de que tengamos la clarísima obligación de financiar las actividades delictivas (como demuestran las sentencias judiciales) de tantos y tantos políticos que han patrimonializado la función pública hasta creer que es un fin en sí mismo en vez de la garantía de que los ciudadanos recibimos de vuelta lo que invertimos.
Y esa es en realidad, o debería ser, la principal línea roja para toda la ciudadanía: Debería repugnarnos que un funcionario público o un cargo electo utilice nuestro dinero para sus propios fines, ya sean lucrativos o ideológicos. Por eso no entiendo cómo hay gente que sigue justificando las tropelías del partido al que votan aduciendo que los del otro lado también lo hacen, o cómo alguien puede justificar que el dinero que ponemos para la sanidad, la educación, las infraestructuras, la sanidad o la seguridad se utilice para defender un discurso, sea éste cuál sea.
Esa debería ser La Línea Roja, y a partir de ahí que cada palo aguante su vela, y si nos queremos autoflagelar pues en casita y en privado, y después ya discutiremos quienes son o peores gestores, y si quitamos al Rey para poner a Zapatero por unos años para que sea el garante de la unidad nacional como flamante presidente de la república española: Creo que los dos intentos anteriores nos deberían hacer ver que mejor un régimen presidencialista como el americano, en el que los poderes del estado estuvieran efectivamente separados, pero no crean que eso solucionaría nada, porque son precisamente los defensores de la república los que niegan a Le Pen o a Trump el derecho a expresar su opinión, y tanto la república francesa como en la americana atesoran un lindo catálogo de problemas que en ocasiones hacen palidecer los nuestros. Eso sí: Nacionalismo no hay ni se permite ¿De verdad que nadie ha pensado todavía en ello?
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