Dudaba hoy acerca de si escribir la extraña ola de condolencias por la muerte de la polifacética Bimba Bosé, cuyos principales méritos conocidos por parte de todo el mundo consisten en haber desfilado con las pechugas al aire, una soga al cuello y un saco cubriendo su cabeza, haber participado en un disco de su tío Miguel y haberse muerto de cáncer. No quiero mostrarme cruel ni inhumano, lamento la pérdida que han sufrido los suyos y ruego a Dios que la acoja en su seno, pero no comparto con la actual miríada de plañideros que haya hecho nada especial en la vida; es más: Creo firmemente que si no fuera igual a su tío y no hubiera adoptado el apellido de su abuela materna nadie la habría conocido jamás.
El problema es que la realidad informativa me llevó a la estúpida comparecencia del presidente de la comunidad autónoma de Cataluña en una sala del Parlamento Europeo, donde ofreció un ultimátum a todo el mundo libre ante quince eurodiputados afines y cuatrocientos palmeros presumiblemente de algún partido independentista que por tan extraño país como Bélgica abundan.
Estuve unos días en Bélgica, donde en las autopistas cambian los carteles de idioma según estés en Flandes o en Balonia, y aprendí mucho acerca de sus magníficas cervezas y de la falta de diálogo entre las dos mitades del país, que llevó a que no se detuviera a los terroristas de Möelembeck por que sus cuerpos de seguridad no se hablan entre ellos. Bruselas, dicen, es el epicentro del mundo descafeinado que atacan Trump y la denominada derecha alternativa europea, que es esa que dice que no es verdad que los países y su historia puedan ser modificadas en aras del buen rollito (entre otras cosas).
Después, en el coche, escucho que en Italia han muerto seis rescatadores porque tuvieron que salir a rescatar a un aventurero que decidió desafiar la ventisca, la niebla y la ola de frío polar y se rompió una pierna. Llegué a casa calentito porque veo que hay una resistencia tenaz por parte del mundo civilizado en aceptar la verdad o la responsabilidad como bienes en sí mismo.
Y en esto abro un diario digital y me encuentro con que a un lector que opinaba que el castellano debería estudiarse más y mejor en Galicia le contesta un nacionalista de esos de ahora, que han cambiado su tono hostil por una beatífico y prepotente, como de monje escolástico, para afearle con buenas palabras su supina ignorancia acerca de la realidad lingüística en España y en el mundo.
Y todo es una burda mentira, y me cabrea: El gallego y el portugués no son la misma lengua y sólo lo fueron desde que se reconquistaron a los árabes los territorios del convento bracarense por parte de los nobles gallegos y hasta que los condes de Portugal (el primero de ellos un burgundio llamado Enrique que lo recibió en herencia de su suegro, el Rey de Leon) decidieron que ya no quería ser parte del Reino de León. A partir de esta independencia del condado de Portugal (año 1143) las distintas influencias en ambos territorios al Norte y al Sur del Miño configuraron una realidad que ahora quieren cambiar después de casi novecientos años alegando que esos doscientos años en que el latín evolucionó de forma distinta en los territorios que habían ocupado celtas, romanos, vándalos, suevos, visigodos y árabes sucesivamente son los que realmente definen una lengua, y no los novecientos siguientes hasta la actualidad.
Pero lo que más me molesta no es que por que haya una coincidencia fonética, un acento parecido o que en las zonas de fricción los dialectos del portugués del Norte se parezcan al gallego pretendan negar que el gallego lo que más tiene es latín y que el portugués lo que más tiene es gallego porque empezó siendo un dialecto del mismo; no, lo que más me molesta es esa suficiencia que tienen los nacionalistas cuando nos niegan nuestros derechos y nuestras libertades, tratándonos como si fuéramos idiotas a aquellos que sin haber atacado el uso del gallego nunca exigimos de los poderes públicos que se cumpla la legislación en cuanto al uso del castellano.
Y por eso sé que fracasarán y hundirán al gallego, convirtiendo una hermosa lengua en una muerta que nadie hablará y siendo los culpables de que cada día se hable menos ¿Y sabéis por qué? Porque con su victimismo, su beligerancia, su negación de la historia y su complaciente suficiencia, cada día caen peor a todo el mundo, y al final conseguirán que nadie los apoye en la defensa de esa hermosa lengua que, sin ser la mía, tan bellas letras ha proporcionado a la literatura universal.
El problema es que la realidad informativa me llevó a la estúpida comparecencia del presidente de la comunidad autónoma de Cataluña en una sala del Parlamento Europeo, donde ofreció un ultimátum a todo el mundo libre ante quince eurodiputados afines y cuatrocientos palmeros presumiblemente de algún partido independentista que por tan extraño país como Bélgica abundan.
Estuve unos días en Bélgica, donde en las autopistas cambian los carteles de idioma según estés en Flandes o en Balonia, y aprendí mucho acerca de sus magníficas cervezas y de la falta de diálogo entre las dos mitades del país, que llevó a que no se detuviera a los terroristas de Möelembeck por que sus cuerpos de seguridad no se hablan entre ellos. Bruselas, dicen, es el epicentro del mundo descafeinado que atacan Trump y la denominada derecha alternativa europea, que es esa que dice que no es verdad que los países y su historia puedan ser modificadas en aras del buen rollito (entre otras cosas).
Después, en el coche, escucho que en Italia han muerto seis rescatadores porque tuvieron que salir a rescatar a un aventurero que decidió desafiar la ventisca, la niebla y la ola de frío polar y se rompió una pierna. Llegué a casa calentito porque veo que hay una resistencia tenaz por parte del mundo civilizado en aceptar la verdad o la responsabilidad como bienes en sí mismo.
Y en esto abro un diario digital y me encuentro con que a un lector que opinaba que el castellano debería estudiarse más y mejor en Galicia le contesta un nacionalista de esos de ahora, que han cambiado su tono hostil por una beatífico y prepotente, como de monje escolástico, para afearle con buenas palabras su supina ignorancia acerca de la realidad lingüística en España y en el mundo.
Y todo es una burda mentira, y me cabrea: El gallego y el portugués no son la misma lengua y sólo lo fueron desde que se reconquistaron a los árabes los territorios del convento bracarense por parte de los nobles gallegos y hasta que los condes de Portugal (el primero de ellos un burgundio llamado Enrique que lo recibió en herencia de su suegro, el Rey de Leon) decidieron que ya no quería ser parte del Reino de León. A partir de esta independencia del condado de Portugal (año 1143) las distintas influencias en ambos territorios al Norte y al Sur del Miño configuraron una realidad que ahora quieren cambiar después de casi novecientos años alegando que esos doscientos años en que el latín evolucionó de forma distinta en los territorios que habían ocupado celtas, romanos, vándalos, suevos, visigodos y árabes sucesivamente son los que realmente definen una lengua, y no los novecientos siguientes hasta la actualidad.
Pero lo que más me molesta no es que por que haya una coincidencia fonética, un acento parecido o que en las zonas de fricción los dialectos del portugués del Norte se parezcan al gallego pretendan negar que el gallego lo que más tiene es latín y que el portugués lo que más tiene es gallego porque empezó siendo un dialecto del mismo; no, lo que más me molesta es esa suficiencia que tienen los nacionalistas cuando nos niegan nuestros derechos y nuestras libertades, tratándonos como si fuéramos idiotas a aquellos que sin haber atacado el uso del gallego nunca exigimos de los poderes públicos que se cumpla la legislación en cuanto al uso del castellano.
Y por eso sé que fracasarán y hundirán al gallego, convirtiendo una hermosa lengua en una muerta que nadie hablará y siendo los culpables de que cada día se hable menos ¿Y sabéis por qué? Porque con su victimismo, su beligerancia, su negación de la historia y su complaciente suficiencia, cada día caen peor a todo el mundo, y al final conseguirán que nadie los apoye en la defensa de esa hermosa lengua que, sin ser la mía, tan bellas letras ha proporcionado a la literatura universal.
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