A mí el fútbol no me importa desde que fui consciente de las deudas que tenían los clubes con el fisco y en mi cerebro se estableció una comparativa entre lo que cobran los mercenarios que militan en grandes clubes y lo que consigue presupuestar una ciudad de tamaño medio. Por establecer una comparativa el Real Madrid tiene diez veces más ingresos que la ciudad de Ferrol, y a mí no me hace feliz que la sociedad sea capaz de sufragar las evoluciones deportivas de una pandilla de niñatos con poco nivel educativo en general.
Pero lo cierto es que la capacidad que tienen las estrellas del balompié de generar estados de opinión trascienden mucho la importancia de sus méritos profesionales. Por poner un ejemplo claro: Guardiola es un experto en que lo fichen equipos en la cresta de la ola y empeorarlos desde el día que llega hasta que lo destituyen; Mourinho no le va a la zaga. Pero lo que realmente distingue a estos dos Josés es la prepotencia con la que culpan a los demás de todo lo que les pasa. O los árbitros, o el público, o los jugadores o el césped o la lluvia suelen ser las razones esgrimidas cuando sus equipos caen, y caen bastante.
Pues lo cierto es que los políticos son exactamente iguales: Cuando llegan a pisar moqueta subliman los modos maleducados que suelen tener con aquellos que no piensan como ellos y la prepotencia con la que tratan a los votantes de otros partidos. El Mourinho de la política española es Echenique, un argentino que vino a España a que le salvara la vida la sanidad pública y que se dedica a llamar fascistas a todos los que creen que a los protagonistas del golpe de estado catalán les están aplicando la ley. El tal Fachín es Guardiola, amparado por una plantilla extensa que no ha sabido aprovechar porque ha decidido que Cataluña tiene que ser independiente, también es argentino... acaba de nacer una nueva definición de lo dantesco: Ser un argentino de extrema izquierda que basa su ideología en defender a las oligocracias burguesas de un país en el que no nació y al que, por lo que se ve, odia.
Y en estas, por si no llegara con las constantes declaraciones políticas del segundo club más importante en títulos, historia, masa social y presupuestos del fútbol español nos encontramos con que el corrupto, cesado e imputado presidente eterno de la Real Federación Española de Fútbol ha aprobado que la selección haga un guiño a los republicanos incluyendo una banda con los colores de esa fugaz II República Española que surgió tras unas municipales en las que la izquierda ni siquiera alcanzó la mayoría de los votos.
Como digo, el fútbol no es mi preocupación, y a mí lo de la bandera de la república no me va a remover a los muertos que provocó (entre los que se cuentan mis dos abuelos); no, lo que me sorprende es que haya una parte de la izquierda que siga tan poco integrada en el régimen constitucional que expresen su alegría y jolgorio o que se alegren de que los de derechas se vayan a escocer. Suelen ser los mismos que dicen que no entienden que se hayan sacado banderas de España a la calle (¿a qué viene sacar banderas?, dicen) pero si quieren que se saquen las de la república de los estados de emergencia, del bombardeo de Cataluña, de los miles de muertos por causas ideológicas y que acabó derivando en la peor guerra civil de las muchas que han sacudido nuestra historia.
Y me da pena, sobre todo. Me da pena que todavía haya tanta gente en este país defendiendo la desunión, alegrándose de la peor tragedia colectiva que sufrimos, defendiendo regímenes extemporáneos hoy en día en los que las libertades individuales se pisotearon al dictado de la Unión Soviética, en la que se robó y se mató y en la que se pretendió avanzar subidos al caballo de la venganza.
Porque de venganza en venganza seguimos dando vueltas sin voluntad de corregir nuestros errores y de perdonar las miserias que asolaron nuestro país. Y esos argentinos dantescos que defienden que, pese a sus fondos ocultos en paraísos fiscales y la más que sabida afición a robar a los contribuyentes hay que pactar con los Pujol y los Trías y que ponen toda su alma en convencer a las masas ignorantes de que están mejor en manos de los que les han robado, esconden una intención que se ve a kilómetros investigando de dónde proceden los fondos que ayudaron a que surgiera un partido político de extrema izquierda que era apoyado por los medios privados propiedad de millonarios como una opción política válida y razonable, pese a que proclamaron desde el primer momento su intención de subvertir el orden político y económico actual.
Lo que pasa es que en ese camarote de los hermanos Marx estaban los profesores universitarios, los burgueses acomodados, los comunistas, los anticapitalistas, los okupas, los antiglobalización, los independentistas, los republicanos, los nostálgicos de la URSS, los adoradores del Ché, los LGTB, los independentistas y algún que otro despistado, mientras los más histriónicos de los payasos seguían pidiendo dos huevos duros. Y, claro, al abrir la puerta la mitad se ha caído fuera, como era de esperar.
Pero lo cierto es que la capacidad que tienen las estrellas del balompié de generar estados de opinión trascienden mucho la importancia de sus méritos profesionales. Por poner un ejemplo claro: Guardiola es un experto en que lo fichen equipos en la cresta de la ola y empeorarlos desde el día que llega hasta que lo destituyen; Mourinho no le va a la zaga. Pero lo que realmente distingue a estos dos Josés es la prepotencia con la que culpan a los demás de todo lo que les pasa. O los árbitros, o el público, o los jugadores o el césped o la lluvia suelen ser las razones esgrimidas cuando sus equipos caen, y caen bastante.
Pues lo cierto es que los políticos son exactamente iguales: Cuando llegan a pisar moqueta subliman los modos maleducados que suelen tener con aquellos que no piensan como ellos y la prepotencia con la que tratan a los votantes de otros partidos. El Mourinho de la política española es Echenique, un argentino que vino a España a que le salvara la vida la sanidad pública y que se dedica a llamar fascistas a todos los que creen que a los protagonistas del golpe de estado catalán les están aplicando la ley. El tal Fachín es Guardiola, amparado por una plantilla extensa que no ha sabido aprovechar porque ha decidido que Cataluña tiene que ser independiente, también es argentino... acaba de nacer una nueva definición de lo dantesco: Ser un argentino de extrema izquierda que basa su ideología en defender a las oligocracias burguesas de un país en el que no nació y al que, por lo que se ve, odia.
Y en estas, por si no llegara con las constantes declaraciones políticas del segundo club más importante en títulos, historia, masa social y presupuestos del fútbol español nos encontramos con que el corrupto, cesado e imputado presidente eterno de la Real Federación Española de Fútbol ha aprobado que la selección haga un guiño a los republicanos incluyendo una banda con los colores de esa fugaz II República Española que surgió tras unas municipales en las que la izquierda ni siquiera alcanzó la mayoría de los votos.
Como digo, el fútbol no es mi preocupación, y a mí lo de la bandera de la república no me va a remover a los muertos que provocó (entre los que se cuentan mis dos abuelos); no, lo que me sorprende es que haya una parte de la izquierda que siga tan poco integrada en el régimen constitucional que expresen su alegría y jolgorio o que se alegren de que los de derechas se vayan a escocer. Suelen ser los mismos que dicen que no entienden que se hayan sacado banderas de España a la calle (¿a qué viene sacar banderas?, dicen) pero si quieren que se saquen las de la república de los estados de emergencia, del bombardeo de Cataluña, de los miles de muertos por causas ideológicas y que acabó derivando en la peor guerra civil de las muchas que han sacudido nuestra historia.
Y me da pena, sobre todo. Me da pena que todavía haya tanta gente en este país defendiendo la desunión, alegrándose de la peor tragedia colectiva que sufrimos, defendiendo regímenes extemporáneos hoy en día en los que las libertades individuales se pisotearon al dictado de la Unión Soviética, en la que se robó y se mató y en la que se pretendió avanzar subidos al caballo de la venganza.
Porque de venganza en venganza seguimos dando vueltas sin voluntad de corregir nuestros errores y de perdonar las miserias que asolaron nuestro país. Y esos argentinos dantescos que defienden que, pese a sus fondos ocultos en paraísos fiscales y la más que sabida afición a robar a los contribuyentes hay que pactar con los Pujol y los Trías y que ponen toda su alma en convencer a las masas ignorantes de que están mejor en manos de los que les han robado, esconden una intención que se ve a kilómetros investigando de dónde proceden los fondos que ayudaron a que surgiera un partido político de extrema izquierda que era apoyado por los medios privados propiedad de millonarios como una opción política válida y razonable, pese a que proclamaron desde el primer momento su intención de subvertir el orden político y económico actual.
Lo que pasa es que en ese camarote de los hermanos Marx estaban los profesores universitarios, los burgueses acomodados, los comunistas, los anticapitalistas, los okupas, los antiglobalización, los independentistas, los republicanos, los nostálgicos de la URSS, los adoradores del Ché, los LGTB, los independentistas y algún que otro despistado, mientras los más histriónicos de los payasos seguían pidiendo dos huevos duros. Y, claro, al abrir la puerta la mitad se ha caído fuera, como era de esperar.
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