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El juego de la oca.

Bueno... ocas no he visto, pero patos hay mogollón. Efectivamente, la Ría de Ferrol se ha llenado de ánades reales (azulones) en un periodo de tiempo relativamente corto; quiero decir que antes no era tan habitual verlos acompañando a las gaviotas reidoras y a las argénteas. De unos años a esta parte nuestro Mare Nostrum lo tenemos en condominio con una serie de pajarracos que antes no eran tan habituales: Garzas reales, garcetas, cormoranes... y así hasta una treintena de especies con miles de ejemplares representándolas.
Como sería excesivo enumerar todo lo que hay y como se llama os adjunto un enlace a una entrada del blog Bichos e demais familia (http://bichosedemaisfamilia.blogspot.com/2015/01/ria-de-ferrol-censo-completo-y.html) en el que su autor censa 29 especies de aves con un total de 4.766 individuos. Quiero señalar que la entrada es de 2015 y, por lo tanto, anterior a la puesta en marcha de la EDAR de Prioriño Chico: En la Ría no había depuración y ya tenía mayores densidades de algunas especies que algunas áreas que se consideran joyas de nuestro medio-ambiente.
Anterior es esta noticia (http://www.bajoelagua.com/articulos/vida-marina/1453.htm) en la que se explica que en Ferrol se han encontrado hasta 18 especies microscópicas autóctonas, la mayoría endemismos que sólo existen aquí. Pero lo que de verdad me llamó la atención es la referencia a las focas que entraban a comer en la Ría "poseídas del espíritu de los muertos". Sí, antes en Ferrol había focas, qué cosas.
Muchos todavía nos emocionamos cuando los delfines mulares entran en nuestras aguas persiguiendo a los calamares; hay biólogos que sostienen que la capacidad de regeneración con sus llenados y vaciados y con las desembocaduras del Jubia, del Belelle, del Freixeiro, del Río de la Sardina y todos los demás regatos que la endulzan es única en toda Galicia, además de que la diversidad de sus fondos la convierten en la Ría con más bío-diversidad de todas las gallegas.
La luz dorada que se refleja en las puestas de sol no es más que una metáfora del tesoro que encierran las calmas profundidades que bañan nuestra costa interior.
Hay que decir, empero, que el actual sistema de depuración ha dejado fuera a más de 15.000 vecinos, y aún así no podemos menos que esperanzarnos con la recientemente anunciada licitación del proceso que marcará el principio del fin de los vertidos humanos. En apenas un bienio los vertidos serán prácticamente testimoniales.
Y todo eso en una ría que tiene una parte prácticamente inalterada que coincide con su estrechamiento máximo entre dos castillos que ahora asombran y que antes acongojaban.
Pero qué borricos somos: ¿Cómo es que no exigimos que los supuestos puentes de Fajardo y de Las Pías se conviertan en puentes y dejen de ser diques? ¿Cómo no nos manifestamos para que se limpien los fondos y se draguen las zonas más contaminadas? ¿Cómo no participamos en las jornadas de recogida de desechos que organizan las asociaciones ambientales? ¿Cómo no le explicamos a nuestros gobernantes que fomentando la vela tradicional contaminaremos menos y que si potenciamos la vuelta a la carpintería de ribera fijaremos carbono a través de la plantación de los árboles necesarios para la fabricación de dornas, pulpeiras y demás embarcaciones?
Pero tal vez espabilemos pronto, quién sabe: Es posible que todas esas asociaciones que sin más ánimo que la concienciación se dedican a difundir los valores ambientales que atesoramos nos despierten al menos la curiosidad.
Es posible también que un día nos asombremos al comprobar que encima de la Graña hay un bosque caducifolio que cambia de color cuando llega el otoño y que reverdece cuando llega el verano.
Es incluso posible que comprendamos por qué hay manadas de jabalíes que marisquean y comen algas en nuestra costa (y sólo en nuestra costa).
Qué se yo: Pocos miradores tenemos, pocas sendas peatonales, pocas rutas de senderismo-montañismo... ¿O no tan pocas? Porque yo ya os lo he explicado, y hay muchos que me lo explicaron a mí,adecuando el Mirador de Ancos, mejorando el Coto del Rey, plantando un banco en Monteventoso o desbrozando el acceso a Morouzos: ellos fueron los primeros en enseñarnos lo que estaba oculto a la vista de todos.
También están los que creen (saben, más bien) que el Monasterio de Santa Catalina y los miradores que lo rodean (las baterías de La Bailadora, Salgueiras, etc) deberían ser tratados como un todo en el que la naturaleza y el riquísimo legado arquitectónico y militar deberían ser puestos en valor. También hay quien sabe que en la Punta del Promontorio, donde se encuentra el CIS, crían más aves que en muchos otros sitios más valorados, o los que comprenden que Las Gabeiras no son de cuarzo, sino que deben su color blancuzco al guano de cientos de aves de diferentes especies que necesitan del mar y de sus estuarios para su supervivencia.
Y luego están las píllaras, que sólo anidan en playas desiertas y que alucinan cuando en Doniños, San Jorge, Santa Comba y Ponzos aparecen los que creen que las playas son el cenicero más grande del mundo. Y el Paseo de los Lagartos, donde nuestros majestuosos ocelados se calientan por las mañanas...
Y finalizando con este juego de la oca sólo me queda imploraros, exhortaros, pediros, rogaros y suplicaros que miréis la Ría y todo el Golfo Ártabro como el paraíso que es, como uno de los pocos sitios de España en donde se puede uno bañar a la sombra de un roble o de un laurel, como una de las pocas lenguas de agua en la que siempre se pueden refugiar las especies de mar abierto, como un vergel que nos ha dado todo y al que nunca hemos querido devolver nada.
Tal vez en unos años, así lo espero, esta entrada sea sólo una pesadilla después de cenar fondüe de queso, una resaca de licor de guindas o el remordimiento por no amar siendo amado. Ese día volveré a escribir, si Dios me da fuerzas para ello, para decirle al mundo con todas mis fuerzas que los de Ferrol, los de Narón, los de Neda, los de Fene, los de Ares y los de Mugardos compartimos una ría en la que el marisco, las aves, los mamíferos, los peces, los ungulados, los rumiantes y los insectos y demás bichejos, incluso los humanos, nos molestamos lo menos posible, aunque a veces nos comamos un poquito unos a otros.

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