Difícil definir lo que es un mercado ¿No? Bueno, os puede parecer que no, pero a mí me parece que es un tema que da para mucho más de lo que podríamos pensar. Un mercado es, por definición, un lugar en el que se intercambian bienes entre personas, ya sea por dinero, en concepto de trueque o de servicios... ahí entra todo y de ahí la dificultad de definir un mercado: Mercadona es un mercado, las plazas de abastos también, los feirones o la Feria Medieval también. Y las casas de citas.
Los estudiosos del tema sostienen que los mercados son lugares que no sólo no nacen para cubrir las necesidades de las ciudades, sino que son el origen de las mismas; efectivamente, a poquito que la historia no nos cause demasiada alergia, podemos comprobar que las grandes civilizaciones de la historia se han basado en el intercambio de riquezas, y que su poderío militar y su configuración nace de la necesidad de protegerlas. No creo que haya nada que discutir en este tema, o sí... pero yo paso.
Pero va y llega la Ilustración, y la Enciclopedia, la separación de poderes, el contrato social, y la ciencia, y el racionalismo... y con todo ello llega Ferrol, claro, que el Siglo XVIII tuvo muchas cosas buenas. Bueno, la cosa es que en Francia decidieron construir estructuras que alojasen a los mercaderes que ofrecían sus productos a clientes venidos de muchas partes, finalizando con muchos trashumantes, que se asentaron en esas instalaciones tan cómodas. Supongo que esos vendedores ambulantes lo primero que venderían son los caballos, los burros y las carretas, dejando que los arrieros y otros transportistas proveyesen sus puntos de venta. El nacimiento de ciudades ex novo, como es el caso de la mía de mis amores, no tiene en cuenta esa dinámica, sino que genera la contraria: Creo una ciudad y desapués necesito proveerla, que hasta en eso somos raros.
Sí: Los mohinantes, buhoneros, maragatos, arrieros y muchos otros feriantes que hasta le Edad Media recorrían miles de kilómetros, se asentaron en las ciudades modernas, y allí permanecieron de forma más o menos estable hasta que el Modernismo puso sus ojos en ellos, y surgieron esos modernistas y modernísimos mercados que tanto nos gustan a todos los que gustamos de lo modernista y lo moderno, de esos con mucho hierro, molduras de yeso, cristal y todas esas cosas tan preciosas cuando te tomas la molestia de mantenerlas. Fue llegar la Edad Contemporánea y se cambiaron miles de años en un plis plas. A mi abuela, por cierto, Ucha y Gaudí le parecía dos cursis insoportables.
Los yanquis, que no quieren que se les aplique el go home, no se quedaron satisfechos con el asunto, porque sus ciudades las han hecho hace cosa de media hora, y entonces inventaron los supermercados y luego los hipermercados... yo creo que ahora ya hay ultramercados o megamercados, pero el caso es que el intercambio de mercancías puede condicionar el futuro de una ciudad hasta el punto de convertirla en un barrio monumento o en un estercolero.
Porque lo de los barrios gremiales que nacían al amparo de la protección en la Edad Media no dejan de ser lo mismo que las zecas o las medinas y, como estas, modificaron el urbanismo donde se dieron. El otro día me preguntaba dónde está el "Mercado de Trajano", o la "Plaza de Abastos de Pompeyo", y me respondía que con los de Carlos V y Elisabeth I, más o menos... en ningún sitio: Los artesanos se establecían porque podían vender en sus talleres, que solían ser los bajos de sus casas... pero los que vendían productos frescos necesitaban producirlos, recolectarlos o cazarlos... ¡Ahaha! ¡Eso debe ser un mercado! Donde se asientan los productores que no pueden producir en los núcleos urbanos, mirad qué fácil era.
Y si vas tirando de deducciones y deducciones y eres capaz de reconocer que el mercado fijo surgió como una necesidad fito-sanitaria para dar servicio a la ciudadanía, entonces eres capaz de entender que un mercado como se concibió hace unos trescientos años es un error en los tiempos que corren, o una disfunción... o un patrimonio que hay que proteger a sabiendas de que su coste es superior al servicio que da.
Pues eso es el Mercado de San Miguel, por ejemplo, o La Boquería, o los que han construido en Santiago y caerán pronto en muchas más ciudades... ¿Y sabéis por qué? Pues porque ya no estamos en el XVIII, ni en el XIX ni en el XX, y por eso en tantos sitios se han convertido en gastroespacios en los que su principal función es ofrecer un servicio más cercano a la hostelería que al suministro, como el que ofrece El Corte Inglés en la azotea de su supermercado de la Calle Preciados de Madrid.
Y entonces hay que analizar los motivos que nos llevan a mantener el pabellón ese que han hecho en Ferrol, con unos comerciantes que en vez de tratar de sacarle el máximo rendimiento a una concesión administrativa, se quejan permanentemente de lo mal que les van las cosas, y piden a los poderes públicos que actúen contra las leyes del mercado, que no son sino aquellas que les podrían hacer sobrevivir, incluso holgadamente.
Porque si el cliente ya no tiene la razón e intervenimos artificialmente en los intercambios comerciales entre particulares (se llama comunismo, por si alguno no lo sabe), lo único que logramos es un desequilibrio que acabará buscando la entropía, que en Ferrol se llama el Polígono de La Gándara.
Sí, sí, ya lo sé: Demasiado contenido y muy poco hilado, pero os auguro y no creo equivocarme que veremos nuevos episodios del culebrón... "Prometo solucionar los problemas del Mercado Municipal de...", mientras los que venden allí sostienen que los vehículos particulares, y no sus camiones, son los que han provocado el deterioro del suelo.
Los estudiosos del tema sostienen que los mercados son lugares que no sólo no nacen para cubrir las necesidades de las ciudades, sino que son el origen de las mismas; efectivamente, a poquito que la historia no nos cause demasiada alergia, podemos comprobar que las grandes civilizaciones de la historia se han basado en el intercambio de riquezas, y que su poderío militar y su configuración nace de la necesidad de protegerlas. No creo que haya nada que discutir en este tema, o sí... pero yo paso.
Pero va y llega la Ilustración, y la Enciclopedia, la separación de poderes, el contrato social, y la ciencia, y el racionalismo... y con todo ello llega Ferrol, claro, que el Siglo XVIII tuvo muchas cosas buenas. Bueno, la cosa es que en Francia decidieron construir estructuras que alojasen a los mercaderes que ofrecían sus productos a clientes venidos de muchas partes, finalizando con muchos trashumantes, que se asentaron en esas instalaciones tan cómodas. Supongo que esos vendedores ambulantes lo primero que venderían son los caballos, los burros y las carretas, dejando que los arrieros y otros transportistas proveyesen sus puntos de venta. El nacimiento de ciudades ex novo, como es el caso de la mía de mis amores, no tiene en cuenta esa dinámica, sino que genera la contraria: Creo una ciudad y desapués necesito proveerla, que hasta en eso somos raros.
Sí: Los mohinantes, buhoneros, maragatos, arrieros y muchos otros feriantes que hasta le Edad Media recorrían miles de kilómetros, se asentaron en las ciudades modernas, y allí permanecieron de forma más o menos estable hasta que el Modernismo puso sus ojos en ellos, y surgieron esos modernistas y modernísimos mercados que tanto nos gustan a todos los que gustamos de lo modernista y lo moderno, de esos con mucho hierro, molduras de yeso, cristal y todas esas cosas tan preciosas cuando te tomas la molestia de mantenerlas. Fue llegar la Edad Contemporánea y se cambiaron miles de años en un plis plas. A mi abuela, por cierto, Ucha y Gaudí le parecía dos cursis insoportables.
Los yanquis, que no quieren que se les aplique el go home, no se quedaron satisfechos con el asunto, porque sus ciudades las han hecho hace cosa de media hora, y entonces inventaron los supermercados y luego los hipermercados... yo creo que ahora ya hay ultramercados o megamercados, pero el caso es que el intercambio de mercancías puede condicionar el futuro de una ciudad hasta el punto de convertirla en un barrio monumento o en un estercolero.
Porque lo de los barrios gremiales que nacían al amparo de la protección en la Edad Media no dejan de ser lo mismo que las zecas o las medinas y, como estas, modificaron el urbanismo donde se dieron. El otro día me preguntaba dónde está el "Mercado de Trajano", o la "Plaza de Abastos de Pompeyo", y me respondía que con los de Carlos V y Elisabeth I, más o menos... en ningún sitio: Los artesanos se establecían porque podían vender en sus talleres, que solían ser los bajos de sus casas... pero los que vendían productos frescos necesitaban producirlos, recolectarlos o cazarlos... ¡Ahaha! ¡Eso debe ser un mercado! Donde se asientan los productores que no pueden producir en los núcleos urbanos, mirad qué fácil era.
Y si vas tirando de deducciones y deducciones y eres capaz de reconocer que el mercado fijo surgió como una necesidad fito-sanitaria para dar servicio a la ciudadanía, entonces eres capaz de entender que un mercado como se concibió hace unos trescientos años es un error en los tiempos que corren, o una disfunción... o un patrimonio que hay que proteger a sabiendas de que su coste es superior al servicio que da.
Pues eso es el Mercado de San Miguel, por ejemplo, o La Boquería, o los que han construido en Santiago y caerán pronto en muchas más ciudades... ¿Y sabéis por qué? Pues porque ya no estamos en el XVIII, ni en el XIX ni en el XX, y por eso en tantos sitios se han convertido en gastroespacios en los que su principal función es ofrecer un servicio más cercano a la hostelería que al suministro, como el que ofrece El Corte Inglés en la azotea de su supermercado de la Calle Preciados de Madrid.
Y entonces hay que analizar los motivos que nos llevan a mantener el pabellón ese que han hecho en Ferrol, con unos comerciantes que en vez de tratar de sacarle el máximo rendimiento a una concesión administrativa, se quejan permanentemente de lo mal que les van las cosas, y piden a los poderes públicos que actúen contra las leyes del mercado, que no son sino aquellas que les podrían hacer sobrevivir, incluso holgadamente.
Porque si el cliente ya no tiene la razón e intervenimos artificialmente en los intercambios comerciales entre particulares (se llama comunismo, por si alguno no lo sabe), lo único que logramos es un desequilibrio que acabará buscando la entropía, que en Ferrol se llama el Polígono de La Gándara.
Sí, sí, ya lo sé: Demasiado contenido y muy poco hilado, pero os auguro y no creo equivocarme que veremos nuevos episodios del culebrón... "Prometo solucionar los problemas del Mercado Municipal de...", mientras los que venden allí sostienen que los vehículos particulares, y no sus camiones, son los que han provocado el deterioro del suelo.
Totalmente de acuerdo todo cambia con los tiempos y tecnologías, y el cliente siempre tiene la razón y fija los cambios del mercado libre, que no es el comunismo lo que manda sino todo lo contrario, lo fallido.
ResponderEliminarSí, creo que esa es la clave: Siempre que se trata de influir en el mercado acaba adulterándose y lo paga la economía, de ahí que cuantos menos aranceles e intervenciones mejor vayan.
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