Camino bajo una suave lluvia primaveral en un mediodía abrileño que más parecería de febrero si no fuera por la luz. Unos robles que todavía están despertando esparcen la lluvia en vez de servir de abrigo; todo está lleno de propaganda electoral, que no han podido dejar de ver los peregrinos que empiezan a ser más numerosos conforme vamos tachando días del calendario. Atravesamos una larga y tediosa campaña por el voto y mientras escribo esto no tengo ni la más remota idea de lo que habrá podido pasar en las generales, que ya se habrán celebrado cuando se publique esta entrada.
Ferrol tiene unos atractivos turísticos que se pueden ordenar según la importancia numérica de los que a ellos acuden o según su difusión y evolución a través de los años y su influencia en las tradiciones de la ciudad; no importa mucho como se enumeren, pero a mi modo de ver ninguno de ellos deberían ser despreciados, y sí ser conectados de algún modo, porque todos son parte de un todo.
La Semana Santa está en estos días en su apogeo, ya os he dicho que hoy es una mañana de un mes de abril que no nos vamos a dejar robar. La oferta turística está cerca del colapso: desde La Ruta de la Construcción Naval van informando de que las plazas para sus recorridos se agotan; desde los hoteles informan de datos altísimos de ocupación. Los visitantes contemplan atónitos como bailan los tronos de Dolores al ritmo de la música, se maravillan en EXPONAV, se embelesan en Doniños ante una puesta de sol tan espléndida como inesperada. La Semana Santa y todo lo que se deriva de ella son el recurso turístico de primer nivel que tiene la ciudad de Ferrol. Esta semana hay muchos bajos con exposiciones temporales, balcones decorados -cada vez más- y estrenamos exposición permanente. Ayer unos jóvenes de la televisión gallega entrevistaban en directo a los transeuntes mientras unos visitantes fotografiaban edificios modernistas; anteayer un peregrino de apariencia nórdica fotografiaba a su paso el trono de San Juan Evangelista, ignorante sin duda de que es uno de los que más devoción genera en la ciudad.
Para mí el siguiente atractivo es nuestra naturaleza desbordante y salvaje, bella en su crudeza y en su amabilidad, igualmente atractiva en un día de tormenta que en esos en los que nuestras bellezas lucen palmito ligeras de ropa hasta el minimalismo. Ha habido años en que en la semana de Pasión ha hecho calor, y los propios y extraños reposaban sus cansadas piernas en las gélidas aguas del Atlántico.
El Ferrol de la Ilustración, el eterno candidato a que lo reconozcan desde fuera y lo mimemos desde dentro, es el siguiente tesoro, y lo pongo en tercer lugar porque se suele descubrir al acudir a Ferrol por alguno de los dos primeros que he expuesto. Está siendo cada vez más aprovechado, y se relaciona cada vez de forma más íntima con la Semana Santa: No sólo el Cristo de los Navegantes procesiona por dentro del Arsenal Militar, sino que las rutas y visitas guiadas agotan las plazas disponibles en estas fechas. Los museos ofrecen actividades para los niños y mejoran sus cifras de forma notoria. Ferrol es Semana Santa, pero también es Ilustración, y mientras los marinos escoltan los tronos o la banda del Tercio Norte los acompaña, los visitantes van encajando el puzle del que no habían sido avisados.
El Camino Inglés es uno de los últimos en incorporarse a la oferta, y he podido comprobar que algunos caminantes han llegado antes de comenzar su peregrinación para poder conocer más su punto de partida en el momento más concurrido del año. Los atuendos, el calzado, la vieiras, las mochilas, el acento o el idioma que escucho al pasar a su lado... hay peregrinos viendo las procesiones que tal vez hayan visitado el Museo Naval antes, o se hayan ido a ver Doniños, San Jorge, Esmelle… se unen dos hechos religiosos y nos visitan gracias a ellos algunos que tal vez no sean creyentes, sin que ellos le den ninguna importancia a esa aparente contradicción.
Complementando e incluso completando esto tenemos las Pepitas, las Meninas, el Ferrol Modernista, la oferta museística, el Kilómetro del Terror, la música y la gastronomía, que completan una oferta desestacionalizada a la que se unen tres grandes citas deportivas: El Pantín Classic, Equiocio y el Rally de Ferrol.
Novecientas y pico plazas hoteleras, a veces relativamente escasas por estar ocupadas por las dotaciones de los buques que se están reparando, por los familiares que asisten a las juras de bandera, por algún eventual congreso... los hoteles de la comarca también se aprovechan de nuestro tirón en las épocas de máxima afluencia.
Creo que el día que empecemos a creernos lo que tenemos, a valorar la importancia de ser lo que somos y fuimos y a invertir en nuestra promoción alejándonos de sectarismos y de ideas felices, podremos incrementar nuestra oferta alojativa y generar empleos más estables que induzcan a su vez otros derivados.
Sigo soñando con que La Malata se manifieste como la gran ciudad deportiva que es, que los arquitectos de la ciudad convoquen un congreso de restauración para que el resto del mundo sepa que en pocas ciudades se rehabilita tanto y tan bien como en Ferrol, sigo soñando con que todos esos temas tan alejados de la política y del activismo sean asumidos por todos y cada uno de nosotros, con que se redacte y cumpla un plan estratégico que aproveche todas las cosas buenas que tenemos y que nuestra siguiente corporación municipal (sea cual sea, no me entendáis mal) sepa aprovechar y relacionar todas estas riquezas para que no sean los de fuera los que nos muestren que no somos lo que creemos que somos.
Camino por una calle en la que un rayo de sol se abre paso de forma radiante entre unas nubes negras e ilumina los brotes de un plátano de sombra recién podado, y pienso en que, a veces, una poda es necesaria para que las ramas renazcan con más fuerza. Tal vez un día vendrá alguien que sepa ilusionarnos, que sepa darle importancia al patrimonio ilustrado, a nuestra naturaleza, a la varias veces centenaria Semana Santa y a la ruta jacobea.
Tal vez un día alguien sepa darse cuenta de que la Ría de Ferrol fue desde siempre un conocido puerto de abrigo al que arribaban peregrinos desde la Edad Media, y que ese mismo abrigo ofrecido por la naturaleza motivó que se construyera la que fue en su momento la base naval más importante del mundo, y que gran parte de nuestra cultura proviene de ser un crisol de gentes que vinieron precisamente porque en una ría segura que acogía peregrinos se construyeron una base y unos astilleros, y tal vez asumamos que ningún pueblo debe olvidar su origen, y mucho menos cuando tu origen y tu destino son exactamente lo mismo.
Camino por una calle con las baldosas sueltas y al pisar una de ellas me empapo. Las nubes se cierran y una ráfaga de viento frío me recuerda que marzo mayeó, y que tal vez todavía hay que esperar para lucirse, como le pasa a mi hermosa y decadente ciudad, que aguarda tras los polvorientos cristales de un comercio cerrado que alguien compre sus maravillas, mientras no tan lejos las embrutecidas masas compran su uniforme de moderno, ignorantes de lo estúpidamente irracional que es repetir los mismos errores intentando conseguir resultados distintos.
Ferrol tiene unos atractivos turísticos que se pueden ordenar según la importancia numérica de los que a ellos acuden o según su difusión y evolución a través de los años y su influencia en las tradiciones de la ciudad; no importa mucho como se enumeren, pero a mi modo de ver ninguno de ellos deberían ser despreciados, y sí ser conectados de algún modo, porque todos son parte de un todo.
La Semana Santa está en estos días en su apogeo, ya os he dicho que hoy es una mañana de un mes de abril que no nos vamos a dejar robar. La oferta turística está cerca del colapso: desde La Ruta de la Construcción Naval van informando de que las plazas para sus recorridos se agotan; desde los hoteles informan de datos altísimos de ocupación. Los visitantes contemplan atónitos como bailan los tronos de Dolores al ritmo de la música, se maravillan en EXPONAV, se embelesan en Doniños ante una puesta de sol tan espléndida como inesperada. La Semana Santa y todo lo que se deriva de ella son el recurso turístico de primer nivel que tiene la ciudad de Ferrol. Esta semana hay muchos bajos con exposiciones temporales, balcones decorados -cada vez más- y estrenamos exposición permanente. Ayer unos jóvenes de la televisión gallega entrevistaban en directo a los transeuntes mientras unos visitantes fotografiaban edificios modernistas; anteayer un peregrino de apariencia nórdica fotografiaba a su paso el trono de San Juan Evangelista, ignorante sin duda de que es uno de los que más devoción genera en la ciudad.
Para mí el siguiente atractivo es nuestra naturaleza desbordante y salvaje, bella en su crudeza y en su amabilidad, igualmente atractiva en un día de tormenta que en esos en los que nuestras bellezas lucen palmito ligeras de ropa hasta el minimalismo. Ha habido años en que en la semana de Pasión ha hecho calor, y los propios y extraños reposaban sus cansadas piernas en las gélidas aguas del Atlántico.
El Ferrol de la Ilustración, el eterno candidato a que lo reconozcan desde fuera y lo mimemos desde dentro, es el siguiente tesoro, y lo pongo en tercer lugar porque se suele descubrir al acudir a Ferrol por alguno de los dos primeros que he expuesto. Está siendo cada vez más aprovechado, y se relaciona cada vez de forma más íntima con la Semana Santa: No sólo el Cristo de los Navegantes procesiona por dentro del Arsenal Militar, sino que las rutas y visitas guiadas agotan las plazas disponibles en estas fechas. Los museos ofrecen actividades para los niños y mejoran sus cifras de forma notoria. Ferrol es Semana Santa, pero también es Ilustración, y mientras los marinos escoltan los tronos o la banda del Tercio Norte los acompaña, los visitantes van encajando el puzle del que no habían sido avisados.
El Camino Inglés es uno de los últimos en incorporarse a la oferta, y he podido comprobar que algunos caminantes han llegado antes de comenzar su peregrinación para poder conocer más su punto de partida en el momento más concurrido del año. Los atuendos, el calzado, la vieiras, las mochilas, el acento o el idioma que escucho al pasar a su lado... hay peregrinos viendo las procesiones que tal vez hayan visitado el Museo Naval antes, o se hayan ido a ver Doniños, San Jorge, Esmelle… se unen dos hechos religiosos y nos visitan gracias a ellos algunos que tal vez no sean creyentes, sin que ellos le den ninguna importancia a esa aparente contradicción.
Complementando e incluso completando esto tenemos las Pepitas, las Meninas, el Ferrol Modernista, la oferta museística, el Kilómetro del Terror, la música y la gastronomía, que completan una oferta desestacionalizada a la que se unen tres grandes citas deportivas: El Pantín Classic, Equiocio y el Rally de Ferrol.
Novecientas y pico plazas hoteleras, a veces relativamente escasas por estar ocupadas por las dotaciones de los buques que se están reparando, por los familiares que asisten a las juras de bandera, por algún eventual congreso... los hoteles de la comarca también se aprovechan de nuestro tirón en las épocas de máxima afluencia.
Creo que el día que empecemos a creernos lo que tenemos, a valorar la importancia de ser lo que somos y fuimos y a invertir en nuestra promoción alejándonos de sectarismos y de ideas felices, podremos incrementar nuestra oferta alojativa y generar empleos más estables que induzcan a su vez otros derivados.
Sigo soñando con que La Malata se manifieste como la gran ciudad deportiva que es, que los arquitectos de la ciudad convoquen un congreso de restauración para que el resto del mundo sepa que en pocas ciudades se rehabilita tanto y tan bien como en Ferrol, sigo soñando con que todos esos temas tan alejados de la política y del activismo sean asumidos por todos y cada uno de nosotros, con que se redacte y cumpla un plan estratégico que aproveche todas las cosas buenas que tenemos y que nuestra siguiente corporación municipal (sea cual sea, no me entendáis mal) sepa aprovechar y relacionar todas estas riquezas para que no sean los de fuera los que nos muestren que no somos lo que creemos que somos.
Camino por una calle en la que un rayo de sol se abre paso de forma radiante entre unas nubes negras e ilumina los brotes de un plátano de sombra recién podado, y pienso en que, a veces, una poda es necesaria para que las ramas renazcan con más fuerza. Tal vez un día vendrá alguien que sepa ilusionarnos, que sepa darle importancia al patrimonio ilustrado, a nuestra naturaleza, a la varias veces centenaria Semana Santa y a la ruta jacobea.
Tal vez un día alguien sepa darse cuenta de que la Ría de Ferrol fue desde siempre un conocido puerto de abrigo al que arribaban peregrinos desde la Edad Media, y que ese mismo abrigo ofrecido por la naturaleza motivó que se construyera la que fue en su momento la base naval más importante del mundo, y que gran parte de nuestra cultura proviene de ser un crisol de gentes que vinieron precisamente porque en una ría segura que acogía peregrinos se construyeron una base y unos astilleros, y tal vez asumamos que ningún pueblo debe olvidar su origen, y mucho menos cuando tu origen y tu destino son exactamente lo mismo.
Camino por una calle con las baldosas sueltas y al pisar una de ellas me empapo. Las nubes se cierran y una ráfaga de viento frío me recuerda que marzo mayeó, y que tal vez todavía hay que esperar para lucirse, como le pasa a mi hermosa y decadente ciudad, que aguarda tras los polvorientos cristales de un comercio cerrado que alguien compre sus maravillas, mientras no tan lejos las embrutecidas masas compran su uniforme de moderno, ignorantes de lo estúpidamente irracional que es repetir los mismos errores intentando conseguir resultados distintos.
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