Hace tan poco tiempo como cuatro años, apareció un vídeo en diferentes redes sociales con la propuesta fresca y bien explicada de fusionar los municipios de Ferrol y Narón. Dicha propuesta explicaba lo que nos ahorraríamos los ciudadanos de ambas urbes reduciendo los costes operativos de la administración y con las aportaciones de otras administraciones públicas al nuevo ente municipal. No tengo una mala palabra que decir del mismo, porque estaba lleno de verdades y de buenas intenciones.
Lamentablemente, la original propuesta (de la que ya he escrito en otras ocasiones) obvia el más elemental impedimento para su realización, y es que Narón es una elección, y sus ciudadanos votan en consecuencia. Sí, no os extrañéis de lo que afirmo: Cuando una ciudad pasa de 91.000 habitantes a 67.000 y las de al lado pasa de 20.000 a 39.000 hay una causa más allá del mero trasvase natural, y me refiero a una causa última que aún no voy a decir, pero que creo que es fácil de intuir.
Ferrol apostó de una manera clara por la rehabilitación de sus barrios históricos, solicitando -y consiguiendo- que se declarasen Áreas de Rehabilitación Integral La Magdalena-Ferrol Vello, La Graña, Esteiro Vello y Recimil; de forma casi simultánea, el gobierno del municipio limítrofe recalifico una inmensa bolsa de suelo urbanizable en una de sus zonas rurales, aprovechando la pujanza del polígono industrial (al principio es lo que era) de la Gándara. El resultado es por todos conocidos, las ARI de Narón no.
En Ferrol los sucesivos gobiernos municipales han ido poniendo constantes impedimentos a la utilización de vehículos particulares, en Narón no hay una sola calle peatonal.
Ferrol apostó por potenciar el pequeño comercio, el de proximidad, el de toda la vida... y por eso sólo consintió que se instalase un centro comercial en la ciudad, que de hecho no era más que un hipermercado con una pequeña galería en su pasillo de entrada, el cual, a pesar de disfrutar de una situación de monopolio durante muchos años, dio un excelente servicio a la ciudad hasta el punto de que se consideraba uno de los Alcampo con más rentabilidad de España, o al menos eso es lo que nos contaron en aquellos años. Narón no siguió la misma política, ni la sigue hoy en día: Su decisión de autorizar la construcción de Odeón y el asentamiento de grandes firmas en su parte del polígono compartido generó unos estupendos réditos al floreciente municipio, además de salarios, impuestos y otros intangibles como el nacimiento de una zona de ocio que se ha convertido en el centro de ocio de su ciudad y de parte de la nuestra: Su Calle Real es el Odeón, donde nunca llueve y casi siempre hay sitio para aparcar.
En Ferrol se apostó por la diversificación de la economía, y para ello se barajaron diferentes opciones que fueron desde el aprovechamiento de terreno improductivo de los astilleros hasta la creación de suelo industrial en Leixa, pasando por una frustrada bolsa de suelo en la Chá de Brión; nunca se concretó nada. Narón liberó cerca de tres millones de metros cuadrados de suelo y los puso a disposición del SEPE, consiguiendo el asentamiento de firmas e ignorando el rechazo de sus vecinos a algunas de ellas, siendo el caso más significativo el de la cementera de Castro, que se instaló igualmente.
Ferrol, finalmente, se ha mostrado completamente proteccionista con sus espacios naturales, hasta el punto de que no hay proyecto que aumente suelo que no provoque el rechazo de muchos colectivos, inclusive cuando no son en suelo ferrolano, como pasó con la regasificadora de Mugardos.
Hoy nos encontramos con dos municipios que no se parecen en nada: Ni en las dinámicas poblacionales, ni en la ocupación, ni en el tipo de poblamiento, ni en el aprovechamiento de sus recursos. El que no me crea -sabéis que me da exactamente igual- que piense en la cantidad de veces que Narón ha reclamado una estación de ferrocarril o se ha unido en cualquier justa reivindicación que salga desde Ferrol; la última ha sido especialmente significativa: Ante el cierre de Poligal (en Narón) sus trabajadores se han concentrado ante el ayuntamiento de Ferrol, donde se han encerrado a exigir una solución.
Y sí, ya lo sé: Narón crece (crecía) y Ferrol no, se abren hoteles y Odeón se ha vendido ya tres veces y cada vez tiene más firmas internacionales... pero a veces paseo por donde antes había prados y bosques, por donde vivían esos bravos gallegos esforzados y trabajadores que lo mismo iban a la almeja que trabajaban en un barco en la Bazán y veo que han sido sustituidos por ferrolanos que no hacen más que justificar lo acertado de su elección porque tienen un inmenso parque al lado de Megasa y otro en Freixeiro que son la envidia de todo el mundo mundial.
Pero a mí me gustaba perderme por el Agrande sin estar rodeado de industria, o por Jubia y sus -para mí- misteriosas riberas e incluso por esa Gándara de mi niñez en donde se llegaba al Couto casi por casualidad.
Ahora me los cruzo por Ferrol y siempre es por motivos sanitarios (vine al oculista, tengo que llevar al niño al pediatra) o académicos (es que me va la niña al conservatorio, es que Brais está haciendo una efepé) y tengo que soportar cuando se envalentonan y reniegan de la Semana Santa o critican las Pepitas, Las Meninas o cualquier cosa que se haga en Ferrol.
Pero sé que los que lo hacen no son los de Narón, sino los de Ferrol que se fueron a Narón, porque si bien creo que nunca dos pueblos tan juntos estuvieron tan separados, estoy completamente seguro de que en una generación y media a lo más tardar, los límites se habrán vuelto tan difusos que sólo el sostenimiento de los puestos políticos justificará el mantenimiento de dos municipios.
Y que quede claro que no, ni ahora ni nunca en mi vida he pensado que Ferrol y Narón sean lo mismo, como tampoco he pensado que lo sean el Muelle y Ultramar, pero no por ello me dejan de parecer parte de un todo ni dejo de advertir que el Entierro de la Sardina se sigue haciendo en uno y la Fiesta de la Parrocheira en otro, igual que en Canido celebran Los Mayos y en Esteiro celebran San Juán, sin que ninguno de estos barrios deje de perder sus esencias y, sobre todo, sin que se hayan creído nunca mejores que los demás.
Y sí, en Ferrol tenemos una Semana Santa que es la envidia de toda Galicia, y también de los que se fueron al muy laico y republicano municipio vecino, que ya quisieran tenerla; al igual que ya quisieran tener estación de tren o de autobuses, puerto o las playas de las que disfruta toda la comarca. Pero eso sí: Ellos tienen Odeón, y nosotros los de Ferrol... pues no tenemos nada.
Lamentablemente, la original propuesta (de la que ya he escrito en otras ocasiones) obvia el más elemental impedimento para su realización, y es que Narón es una elección, y sus ciudadanos votan en consecuencia. Sí, no os extrañéis de lo que afirmo: Cuando una ciudad pasa de 91.000 habitantes a 67.000 y las de al lado pasa de 20.000 a 39.000 hay una causa más allá del mero trasvase natural, y me refiero a una causa última que aún no voy a decir, pero que creo que es fácil de intuir.
Ferrol apostó de una manera clara por la rehabilitación de sus barrios históricos, solicitando -y consiguiendo- que se declarasen Áreas de Rehabilitación Integral La Magdalena-Ferrol Vello, La Graña, Esteiro Vello y Recimil; de forma casi simultánea, el gobierno del municipio limítrofe recalifico una inmensa bolsa de suelo urbanizable en una de sus zonas rurales, aprovechando la pujanza del polígono industrial (al principio es lo que era) de la Gándara. El resultado es por todos conocidos, las ARI de Narón no.
En Ferrol los sucesivos gobiernos municipales han ido poniendo constantes impedimentos a la utilización de vehículos particulares, en Narón no hay una sola calle peatonal.
Ferrol apostó por potenciar el pequeño comercio, el de proximidad, el de toda la vida... y por eso sólo consintió que se instalase un centro comercial en la ciudad, que de hecho no era más que un hipermercado con una pequeña galería en su pasillo de entrada, el cual, a pesar de disfrutar de una situación de monopolio durante muchos años, dio un excelente servicio a la ciudad hasta el punto de que se consideraba uno de los Alcampo con más rentabilidad de España, o al menos eso es lo que nos contaron en aquellos años. Narón no siguió la misma política, ni la sigue hoy en día: Su decisión de autorizar la construcción de Odeón y el asentamiento de grandes firmas en su parte del polígono compartido generó unos estupendos réditos al floreciente municipio, además de salarios, impuestos y otros intangibles como el nacimiento de una zona de ocio que se ha convertido en el centro de ocio de su ciudad y de parte de la nuestra: Su Calle Real es el Odeón, donde nunca llueve y casi siempre hay sitio para aparcar.
En Ferrol se apostó por la diversificación de la economía, y para ello se barajaron diferentes opciones que fueron desde el aprovechamiento de terreno improductivo de los astilleros hasta la creación de suelo industrial en Leixa, pasando por una frustrada bolsa de suelo en la Chá de Brión; nunca se concretó nada. Narón liberó cerca de tres millones de metros cuadrados de suelo y los puso a disposición del SEPE, consiguiendo el asentamiento de firmas e ignorando el rechazo de sus vecinos a algunas de ellas, siendo el caso más significativo el de la cementera de Castro, que se instaló igualmente.
Ferrol, finalmente, se ha mostrado completamente proteccionista con sus espacios naturales, hasta el punto de que no hay proyecto que aumente suelo que no provoque el rechazo de muchos colectivos, inclusive cuando no son en suelo ferrolano, como pasó con la regasificadora de Mugardos.
Hoy nos encontramos con dos municipios que no se parecen en nada: Ni en las dinámicas poblacionales, ni en la ocupación, ni en el tipo de poblamiento, ni en el aprovechamiento de sus recursos. El que no me crea -sabéis que me da exactamente igual- que piense en la cantidad de veces que Narón ha reclamado una estación de ferrocarril o se ha unido en cualquier justa reivindicación que salga desde Ferrol; la última ha sido especialmente significativa: Ante el cierre de Poligal (en Narón) sus trabajadores se han concentrado ante el ayuntamiento de Ferrol, donde se han encerrado a exigir una solución.
Y sí, ya lo sé: Narón crece (crecía) y Ferrol no, se abren hoteles y Odeón se ha vendido ya tres veces y cada vez tiene más firmas internacionales... pero a veces paseo por donde antes había prados y bosques, por donde vivían esos bravos gallegos esforzados y trabajadores que lo mismo iban a la almeja que trabajaban en un barco en la Bazán y veo que han sido sustituidos por ferrolanos que no hacen más que justificar lo acertado de su elección porque tienen un inmenso parque al lado de Megasa y otro en Freixeiro que son la envidia de todo el mundo mundial.
Pero a mí me gustaba perderme por el Agrande sin estar rodeado de industria, o por Jubia y sus -para mí- misteriosas riberas e incluso por esa Gándara de mi niñez en donde se llegaba al Couto casi por casualidad.
Ahora me los cruzo por Ferrol y siempre es por motivos sanitarios (vine al oculista, tengo que llevar al niño al pediatra) o académicos (es que me va la niña al conservatorio, es que Brais está haciendo una efepé) y tengo que soportar cuando se envalentonan y reniegan de la Semana Santa o critican las Pepitas, Las Meninas o cualquier cosa que se haga en Ferrol.
Pero sé que los que lo hacen no son los de Narón, sino los de Ferrol que se fueron a Narón, porque si bien creo que nunca dos pueblos tan juntos estuvieron tan separados, estoy completamente seguro de que en una generación y media a lo más tardar, los límites se habrán vuelto tan difusos que sólo el sostenimiento de los puestos políticos justificará el mantenimiento de dos municipios.
Y que quede claro que no, ni ahora ni nunca en mi vida he pensado que Ferrol y Narón sean lo mismo, como tampoco he pensado que lo sean el Muelle y Ultramar, pero no por ello me dejan de parecer parte de un todo ni dejo de advertir que el Entierro de la Sardina se sigue haciendo en uno y la Fiesta de la Parrocheira en otro, igual que en Canido celebran Los Mayos y en Esteiro celebran San Juán, sin que ninguno de estos barrios deje de perder sus esencias y, sobre todo, sin que se hayan creído nunca mejores que los demás.
Y sí, en Ferrol tenemos una Semana Santa que es la envidia de toda Galicia, y también de los que se fueron al muy laico y republicano municipio vecino, que ya quisieran tenerla; al igual que ya quisieran tener estación de tren o de autobuses, puerto o las playas de las que disfruta toda la comarca. Pero eso sí: Ellos tienen Odeón, y nosotros los de Ferrol... pues no tenemos nada.
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