No pretendo hacer un relato exhaustivo de lo que está pasando, no... y por eso no se trata de aburriros, pero si quiero que os sintáis un poco acompañados y que mis reflexiones os sirvan para evaluar algo mejor lo que está pasando.
Lo primero que nos confirma el coronavirus es que el actual modelo partitocrático, económico y social se ha quedado obsoleto para afrontar nada importante; ya no es sólo que el PSOE haya preferido continuar con su agenda ideológica que tratar de contener la epidemia, que Pablo Iglesias haya demostrado ser un completo retrasado mental, que los presidentes autonómicos de las autonomías con los gobiernos más desleales e insolidarios de España hayan demostrado que son unos perfectos necios o que en las redes sociales se haya podido comprobar la necedad de algunos que creen influenciar a la mayoría de la población... es que nos ha puesto delante de un espejo en el que se ven todas las arrugas, las manchas y las cicatrices.
Ahora que debemos estar confinados nos acordamos del personal sanitario al que tanto solemos criticar, pero prescindimos en nuestros homenajes de aquellos que posibilitan que nuestra vida continúe (no paro de pensar en el servicio de recogida de basuras, no sé por qué); también comprobamos cómo algunos aprovechan para hacer limpieza en el hogar, cómo se retoma la lectura y, desgraciadamente, como la idiocia es un virus más extendido que el COVID-19, por lo que muchos ciudadanos y cargos públicos se pasan por los Arcos de la Frontera las restricciones, llegando la picaresca al esperpento.
Independientemente de que el mundo ya ha cambiado, de que nuestro endeudamiento soberano no nos va a permitir mucho más que aguantar el chaparrón o de que nuestra capacidad de reacción es escasa, no podemos menos que compararnos con otros países como el Reino Unido, que ha decidido no imponer restricciones, o como los que han aprovechado la liquidez disponible para inyectar fondos en su propio sistema económico.
No sé si esto va a durar sólo dos semanas (parece que ni de coña) o cómo se van a depurar las responsabilidades en la gestión de la crisis (si las hubiera), pero lo cierto es que casi a cada momento podemos encontrarnos muestras de solidaridad, ingenio y buen humor, por lo que deberíamos empezar a pensar en lo que ahora no tenemos y sí teníamos hasta la semana pasada.
La familia, los amigos, el trabajo, la libertad, las relaciones sociales... han sido restringidas de una forma a la que pocos estamos acostumbrados: No podemos ir a ver a nuestros padres porque son población de riesgo, no podemos abrazar a nuestros hijos porque se han quedado solos en su domicilio, no podemos reunirnos a tomar unas cañas los viernes... pero sabemos que un día de la próxima primavera, si dios lo permite, explotaremos en una de las mayores muestras de júbilo colectivo que viviremos en nuestras vidas.
Que Dios os bendiga y nos de fuerzas a todos.
Lo primero que nos confirma el coronavirus es que el actual modelo partitocrático, económico y social se ha quedado obsoleto para afrontar nada importante; ya no es sólo que el PSOE haya preferido continuar con su agenda ideológica que tratar de contener la epidemia, que Pablo Iglesias haya demostrado ser un completo retrasado mental, que los presidentes autonómicos de las autonomías con los gobiernos más desleales e insolidarios de España hayan demostrado que son unos perfectos necios o que en las redes sociales se haya podido comprobar la necedad de algunos que creen influenciar a la mayoría de la población... es que nos ha puesto delante de un espejo en el que se ven todas las arrugas, las manchas y las cicatrices.
Ahora que debemos estar confinados nos acordamos del personal sanitario al que tanto solemos criticar, pero prescindimos en nuestros homenajes de aquellos que posibilitan que nuestra vida continúe (no paro de pensar en el servicio de recogida de basuras, no sé por qué); también comprobamos cómo algunos aprovechan para hacer limpieza en el hogar, cómo se retoma la lectura y, desgraciadamente, como la idiocia es un virus más extendido que el COVID-19, por lo que muchos ciudadanos y cargos públicos se pasan por los Arcos de la Frontera las restricciones, llegando la picaresca al esperpento.
Independientemente de que el mundo ya ha cambiado, de que nuestro endeudamiento soberano no nos va a permitir mucho más que aguantar el chaparrón o de que nuestra capacidad de reacción es escasa, no podemos menos que compararnos con otros países como el Reino Unido, que ha decidido no imponer restricciones, o como los que han aprovechado la liquidez disponible para inyectar fondos en su propio sistema económico.
No sé si esto va a durar sólo dos semanas (parece que ni de coña) o cómo se van a depurar las responsabilidades en la gestión de la crisis (si las hubiera), pero lo cierto es que casi a cada momento podemos encontrarnos muestras de solidaridad, ingenio y buen humor, por lo que deberíamos empezar a pensar en lo que ahora no tenemos y sí teníamos hasta la semana pasada.
La familia, los amigos, el trabajo, la libertad, las relaciones sociales... han sido restringidas de una forma a la que pocos estamos acostumbrados: No podemos ir a ver a nuestros padres porque son población de riesgo, no podemos abrazar a nuestros hijos porque se han quedado solos en su domicilio, no podemos reunirnos a tomar unas cañas los viernes... pero sabemos que un día de la próxima primavera, si dios lo permite, explotaremos en una de las mayores muestras de júbilo colectivo que viviremos en nuestras vidas.
Que Dios os bendiga y nos de fuerzas a todos.
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