No, no... ni se os ocurra pensar en que os voy a proporcionar ninguna información valiosa acerca de la recientemente declarada pandemia de ese llamativo virus que ataca a las vías respiratorias. Entre la infinitud de los conocimientos que no tengo están los de medicina, y la virología no es precisamente el área en la que mejor me desenvuelvo.
Pero sociológicamente hablando estamos asistiendo al desarrollo de esas fases que desarrolló la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en su teoría de las 5 etapas del duelo, publicada en el año 1969. Acabamos de traspasar la fase de la negación (recordemos que el pasado domingo no pasaba absolutamente nada, pese a que ya había muertos y los infectados se contaban por centenares). Seguramente por eso ahora estamos en la fase de la ira, con un cabreo de agárrate y no te menees porque ninguno comprendemos por qué coño el domingo el gobierno central negaba que fuese peligroso reunir a dizque 120.000 feministas en Madriz o por qué narices Feijoo se encerró el día 11 de marzo con medio millar de palmeros para contarles todo lo que había hecho por Ferrol. La fase de la ira se está encabalgando con la de la negociación, y por eso ahora todos estamos con los "y si VOX no hubiera organizado Vistalegre" o con los "deberíamos de haber parado las ligas antes", pero sin llegar a la conclusión de que el pasado es difícilmente reversible a no ser que seas Thanos y tengas en tu poder la gema del tiempo (bueno, parece ser que el Doctor Strange también puede hacerlo, pero de una forma más local). Mi mujer y su círculo cercano de amigas están seguras de que en breve entrarán en la fase de la depresión por tener que quedarse con toda la caterva en casa, pero es más que posible que pronto lo estemos todos y que contemplemos desde nuestras ventanas como la policía nos dice que no salgamos porque hay toque de queda. Y entonces tendremos que llegar a la fase de aceptación y darnos cuenta de que el mundo ha cambiado y que ya nunca nada será lo mismo: Restricción de libertades, más que posible reversión parcial de competencias al estado, coto a la libertad de movimientos, restricciones a la libertad de prensa... aunque os parezca mentira, la mayoría de las actividades que se han suspendido (que hermoso eufemismo) se venían realizando sin ningún tipo de cortapisa desde la Guerra Civil, que en realidad acabó en 1939, por más que Sánchez y el resto de sus conmilitones nos pretendan convencer de otra cosa.
Pero todas las crisis tienen sus fases, igual que el duelo, y por eso podemos decir sin temor a equivocarnos demasiado que una vez detectada la crisis (ese conflicto inicial que puede considerarse una amenaza) llegará el momento en que se tomarán verdaderas medidas de prevención por parte de las autoridades, y que cuando se logre la contención, tendremos que programar una recuperación y alcanzar unas conclusiones que nos lleven a aprender de lo que ha pasado.
Y todo eso lo llevarán a cabo los del sólo sí es sí, los de la identidad nacional dentro de un estado federal, los que plagiaron sus tesis, los que se gastaron el dinero en putas y cocaína, los de la corrupción sistémica, los del nepotismo, los que nunca trabajaron fuera de la política, los que se aprovecharon de su poder, los que no saben hacer otra cosa, los que siempre se suben el sueldo y los privilegios, las castas política, universitaria y sindical, los descendientes de las oligarquías burguesas del tardo-franquismo y, en fin, toda esa pandilla de mastuerzos que han declarado independencias, negociado con regímenes dictatoriales y grupos terroristas, prevaricado, robado, traficado con influencias y apostado por el conflicto en vez de por la concordia.
O sea, que pase lo que pase, y aunque no mueran ese millón largo de españoles que algunos consideran que morirán (los más pesimistas, eso sí), lo cierto es que en cuantito que pase volveremos a la telebasura, a los sálvames, a las pechugas de la novia de un amigo de uno que conocía a alguien que salió en un programa y a la misma mierda de siempre.
Porque el ser humano es así, y por eso recuerdo a ese magnífico personaje que interpretó John Malkovich en la extraordinaria El Imperio del Sol, cuando le decía al atónito niño al que interpretaba Christian Bale que lo peor de las guerras es el principio y el final, pero que en medio están llenas de oportunidades para los que saben adaptarse.
Leer hoy la prensa es constatar que el mundo no está preparado para los cambios que vendrán nos gusten o no, sean en forma de coronavirus, de invasiones alienígenas, de apocalipsis zombies o de fenómenos naturales: antes de ayer hablábamos del consentimiento expreso, hace una semana de la eutanasia y en otoño de las políticas palanca para la descarbonización; hoy asistimos a la parálisis de un país que ni sabe, ni quiere, ni puede reaccionar ante lo que ayer se consideraba un catarro fuerte.
Que Dios nos ayude y que proteja a todos los que van a sufrir por culpa de la negligencia de nuestras clases dirigentes, y que nos perdone a todos nuestra endeblez.
Pero sociológicamente hablando estamos asistiendo al desarrollo de esas fases que desarrolló la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en su teoría de las 5 etapas del duelo, publicada en el año 1969. Acabamos de traspasar la fase de la negación (recordemos que el pasado domingo no pasaba absolutamente nada, pese a que ya había muertos y los infectados se contaban por centenares). Seguramente por eso ahora estamos en la fase de la ira, con un cabreo de agárrate y no te menees porque ninguno comprendemos por qué coño el domingo el gobierno central negaba que fuese peligroso reunir a dizque 120.000 feministas en Madriz o por qué narices Feijoo se encerró el día 11 de marzo con medio millar de palmeros para contarles todo lo que había hecho por Ferrol. La fase de la ira se está encabalgando con la de la negociación, y por eso ahora todos estamos con los "y si VOX no hubiera organizado Vistalegre" o con los "deberíamos de haber parado las ligas antes", pero sin llegar a la conclusión de que el pasado es difícilmente reversible a no ser que seas Thanos y tengas en tu poder la gema del tiempo (bueno, parece ser que el Doctor Strange también puede hacerlo, pero de una forma más local). Mi mujer y su círculo cercano de amigas están seguras de que en breve entrarán en la fase de la depresión por tener que quedarse con toda la caterva en casa, pero es más que posible que pronto lo estemos todos y que contemplemos desde nuestras ventanas como la policía nos dice que no salgamos porque hay toque de queda. Y entonces tendremos que llegar a la fase de aceptación y darnos cuenta de que el mundo ha cambiado y que ya nunca nada será lo mismo: Restricción de libertades, más que posible reversión parcial de competencias al estado, coto a la libertad de movimientos, restricciones a la libertad de prensa... aunque os parezca mentira, la mayoría de las actividades que se han suspendido (que hermoso eufemismo) se venían realizando sin ningún tipo de cortapisa desde la Guerra Civil, que en realidad acabó en 1939, por más que Sánchez y el resto de sus conmilitones nos pretendan convencer de otra cosa.
Pero todas las crisis tienen sus fases, igual que el duelo, y por eso podemos decir sin temor a equivocarnos demasiado que una vez detectada la crisis (ese conflicto inicial que puede considerarse una amenaza) llegará el momento en que se tomarán verdaderas medidas de prevención por parte de las autoridades, y que cuando se logre la contención, tendremos que programar una recuperación y alcanzar unas conclusiones que nos lleven a aprender de lo que ha pasado.
Y todo eso lo llevarán a cabo los del sólo sí es sí, los de la identidad nacional dentro de un estado federal, los que plagiaron sus tesis, los que se gastaron el dinero en putas y cocaína, los de la corrupción sistémica, los del nepotismo, los que nunca trabajaron fuera de la política, los que se aprovecharon de su poder, los que no saben hacer otra cosa, los que siempre se suben el sueldo y los privilegios, las castas política, universitaria y sindical, los descendientes de las oligarquías burguesas del tardo-franquismo y, en fin, toda esa pandilla de mastuerzos que han declarado independencias, negociado con regímenes dictatoriales y grupos terroristas, prevaricado, robado, traficado con influencias y apostado por el conflicto en vez de por la concordia.
O sea, que pase lo que pase, y aunque no mueran ese millón largo de españoles que algunos consideran que morirán (los más pesimistas, eso sí), lo cierto es que en cuantito que pase volveremos a la telebasura, a los sálvames, a las pechugas de la novia de un amigo de uno que conocía a alguien que salió en un programa y a la misma mierda de siempre.
Porque el ser humano es así, y por eso recuerdo a ese magnífico personaje que interpretó John Malkovich en la extraordinaria El Imperio del Sol, cuando le decía al atónito niño al que interpretaba Christian Bale que lo peor de las guerras es el principio y el final, pero que en medio están llenas de oportunidades para los que saben adaptarse.
Leer hoy la prensa es constatar que el mundo no está preparado para los cambios que vendrán nos gusten o no, sean en forma de coronavirus, de invasiones alienígenas, de apocalipsis zombies o de fenómenos naturales: antes de ayer hablábamos del consentimiento expreso, hace una semana de la eutanasia y en otoño de las políticas palanca para la descarbonización; hoy asistimos a la parálisis de un país que ni sabe, ni quiere, ni puede reaccionar ante lo que ayer se consideraba un catarro fuerte.
Que Dios nos ayude y que proteja a todos los que van a sufrir por culpa de la negligencia de nuestras clases dirigentes, y que nos perdone a todos nuestra endeblez.
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