El turismo y todo lo asociado al sector tienen una repercusión en la economía española que ni los más estúpidos son capaces de dudar, aunque si creen que es su obligación atacarlo. No conozco a nadie que no considere que viajar es algo fantástico, absolutamente a nadie. Ni los atolondrados antisistema que han querido poner tasas, limitar de forma irracional, restringir e incomodar los movimientos por ocio lo dejan de hacer a la primera oportunidad que tienen.
Ahora hablamos de sostenibilidad como si hubiera sectores que no necesitan ser sostenibles, y el turismo no está excluido de ese mantra que parece más importante que cualquier dogma de fe. ¿Los que atacan al turismo en Barcelona se mueven sólo a pie en su barrio? ¿Los que lo atacan en Madrid sólo se mueven en transporte público y no incomodan a los animales en los espacios protegidos? ¿Existe alguna evidencia científica para que pensemos que si eres de ideología comunista los aviones, trenes o vehículos particulares que utilizas contaminen menos que los que usan los fachas?
Es indudable que la aldea global será cada día más pequeña, que el turismo en un sector de desarrollo que afecta a todos los sectores de la economía, que hay sitios que se hundirían sin los ingresos generados por el turismo.
Yo he visitado dos lugares cuya economía está basada en el turismo de una forma muchísimo más acentuada que en España, y que sin las divisas generadas por los visitantes sufrirán un retroceso de varias décadas... ¿Vamos a dejar que se hundan por la cría de la tortuga carey o del rebeco? Bien, pues llegados a este punto vamos a volver a la epidemia vírica que tantas verdades está haciendo tambalear: El mundo necesita que exista una demanda de bienes y servicios que incremente las cuentas de resultados de regiones con menor capacidad adquisitiva, y negarlo es tanto como defender autarquías que nos llevarían a un futuro distópico francamente complicado de gestionar.
Barcelona ha perdido cientos de millones de euros por la cancelación del congreso internacional de telefonía móvil que se celebraba allí anualmente, Granada ha perdido los millones de visitantes que se desperdigaban entre la Plaza Nueva, la Alhambra y el Albaicín, las compañías de transporte han perdido millones por la ausencia de viajeros, Santiago debe haber sentido la mayor patada en la espinilla desde 1993, y lo mismo se puede decir de Coruña o de Pontevedra, de lugares más pequeños como los castros de Baroña o Santa Tecla, del Torcal de Antequera o de las Fragas del Eume.
De Madrid al cielo, con el Museo del Prado vacío, con el Reina Sofía y el Tyssen sin visitantes ávidos de cultura de verdad... la Torre Eiffel contemplando atónita los vacíos Campos Eliseos, el Puente de Londres como en la II Guerra Mundial, el Castillo de Neusvanstein silencioso en las colinas de Fussen, el Monte Rushmore con cuatro solitarias efigies, y las secuoyas de Yosemite sintiendo los zarpazos de los osos negros en sus vetustas cortezas mientras parte de la izquierda jalea la oportunidad que se nos presenta de volver al siglo XVIII y no ampliar nuestra cultura o nuestros conocimientos del medio. Todo muy eugenésico, muy Gaia, muy de este inhumano mundo moderno en el que muchos creen que la solución pasa por definir al ser humano como el problema y actuar en consecuencia.
Ya hay malnacidos que dicen que en España sólo hemos perdido al 0,06 de la población, y que no es para tanto porque siempre muere mucha gente, todo muy soviético y muy de personas sin alma. Esos defensores de la pacahamama suelen ser los mismos que sostienen que esto es una lección de que hay que ser más socialista y a la vez los que creen que hay que pagarles a los actores de izquierdas para que puedan mantener su ritmo de vida aunque estén forrados y metidos en su casa. Suelen, repito, porque hay trasnochados que quieren que todo reviente y volvamos a las cavernas a vivir del trueque de bienes.
Vuelvo al principio: Todos y cada uno de ellos viajan, visitan lugares y disfrutan de la naturaleza cuando así lo estiman conveniente. Todos y cada uno de ellos.
Hoy leía un artículo del ABC en el que desde Inglaterra se daban veinte motivos para volver a viajar a España. Se citaba a Ferrol como punto de origen y destino de los viajes lentos en ferrocarril (qué gran negocio hicimos dejando escapar al Transcantábrico y a sus viajeros que pagan desde 6.000 euros por un compartimento-suite); otro de los motivos era el patrimonio cultural, otro los caminos de Santiago, otro los paradores de turismo, otro las playas, otro la gastronomía, otro los parajes naturales y las montañas... mientras lo leía veía a los viajeros llegando desde San Sebastián en el Transcantábrico, pernoctando en el Parador de Turismo, visitando los cascos antiguos, el patrimonio ilustrado, fotografiando los edificios modernistas, ganado una mañana en Herrerías, conociendo nuestra costa norte o alejándose un poco hasta la Capelada o las Fragas del Eume, y después de acostarse cada noche con el sabor de los vinos blancos gallegos, de los mencías y de las cervezas, con nuestros panes y empanadas, con nuestros mariscos y pescados, con nuestras tapas... emprender un viaje por el Camino Inglés hasta Santiago de Compostela para desde allí regresar a sus hogares prometiéndose que ese viaje son mil viajes y que cada vez que puedan intentarán hacer al menos una parte de él.
Y volví a pensar en lo profundamente egoístas que algunos quieren demostrar ser y como lanzan sus prédicas desde esas ciudades que han ido despojando a tantos de su humanidad hasta el punto de creer que no existen en el mundo lugares en los que el mar, la naturaleza y la población no están en conflicto permanente. Como Ferrol, que sobrevivirá mejor que nadie a la crisis porque nunca nos dejaron salir de ella.
Ahora hablamos de sostenibilidad como si hubiera sectores que no necesitan ser sostenibles, y el turismo no está excluido de ese mantra que parece más importante que cualquier dogma de fe. ¿Los que atacan al turismo en Barcelona se mueven sólo a pie en su barrio? ¿Los que lo atacan en Madrid sólo se mueven en transporte público y no incomodan a los animales en los espacios protegidos? ¿Existe alguna evidencia científica para que pensemos que si eres de ideología comunista los aviones, trenes o vehículos particulares que utilizas contaminen menos que los que usan los fachas?
Es indudable que la aldea global será cada día más pequeña, que el turismo en un sector de desarrollo que afecta a todos los sectores de la economía, que hay sitios que se hundirían sin los ingresos generados por el turismo.
Yo he visitado dos lugares cuya economía está basada en el turismo de una forma muchísimo más acentuada que en España, y que sin las divisas generadas por los visitantes sufrirán un retroceso de varias décadas... ¿Vamos a dejar que se hundan por la cría de la tortuga carey o del rebeco? Bien, pues llegados a este punto vamos a volver a la epidemia vírica que tantas verdades está haciendo tambalear: El mundo necesita que exista una demanda de bienes y servicios que incremente las cuentas de resultados de regiones con menor capacidad adquisitiva, y negarlo es tanto como defender autarquías que nos llevarían a un futuro distópico francamente complicado de gestionar.
Barcelona ha perdido cientos de millones de euros por la cancelación del congreso internacional de telefonía móvil que se celebraba allí anualmente, Granada ha perdido los millones de visitantes que se desperdigaban entre la Plaza Nueva, la Alhambra y el Albaicín, las compañías de transporte han perdido millones por la ausencia de viajeros, Santiago debe haber sentido la mayor patada en la espinilla desde 1993, y lo mismo se puede decir de Coruña o de Pontevedra, de lugares más pequeños como los castros de Baroña o Santa Tecla, del Torcal de Antequera o de las Fragas del Eume.
De Madrid al cielo, con el Museo del Prado vacío, con el Reina Sofía y el Tyssen sin visitantes ávidos de cultura de verdad... la Torre Eiffel contemplando atónita los vacíos Campos Eliseos, el Puente de Londres como en la II Guerra Mundial, el Castillo de Neusvanstein silencioso en las colinas de Fussen, el Monte Rushmore con cuatro solitarias efigies, y las secuoyas de Yosemite sintiendo los zarpazos de los osos negros en sus vetustas cortezas mientras parte de la izquierda jalea la oportunidad que se nos presenta de volver al siglo XVIII y no ampliar nuestra cultura o nuestros conocimientos del medio. Todo muy eugenésico, muy Gaia, muy de este inhumano mundo moderno en el que muchos creen que la solución pasa por definir al ser humano como el problema y actuar en consecuencia.
Ya hay malnacidos que dicen que en España sólo hemos perdido al 0,06 de la población, y que no es para tanto porque siempre muere mucha gente, todo muy soviético y muy de personas sin alma. Esos defensores de la pacahamama suelen ser los mismos que sostienen que esto es una lección de que hay que ser más socialista y a la vez los que creen que hay que pagarles a los actores de izquierdas para que puedan mantener su ritmo de vida aunque estén forrados y metidos en su casa. Suelen, repito, porque hay trasnochados que quieren que todo reviente y volvamos a las cavernas a vivir del trueque de bienes.
Vuelvo al principio: Todos y cada uno de ellos viajan, visitan lugares y disfrutan de la naturaleza cuando así lo estiman conveniente. Todos y cada uno de ellos.
Hoy leía un artículo del ABC en el que desde Inglaterra se daban veinte motivos para volver a viajar a España. Se citaba a Ferrol como punto de origen y destino de los viajes lentos en ferrocarril (qué gran negocio hicimos dejando escapar al Transcantábrico y a sus viajeros que pagan desde 6.000 euros por un compartimento-suite); otro de los motivos era el patrimonio cultural, otro los caminos de Santiago, otro los paradores de turismo, otro las playas, otro la gastronomía, otro los parajes naturales y las montañas... mientras lo leía veía a los viajeros llegando desde San Sebastián en el Transcantábrico, pernoctando en el Parador de Turismo, visitando los cascos antiguos, el patrimonio ilustrado, fotografiando los edificios modernistas, ganado una mañana en Herrerías, conociendo nuestra costa norte o alejándose un poco hasta la Capelada o las Fragas del Eume, y después de acostarse cada noche con el sabor de los vinos blancos gallegos, de los mencías y de las cervezas, con nuestros panes y empanadas, con nuestros mariscos y pescados, con nuestras tapas... emprender un viaje por el Camino Inglés hasta Santiago de Compostela para desde allí regresar a sus hogares prometiéndose que ese viaje son mil viajes y que cada vez que puedan intentarán hacer al menos una parte de él.
Y volví a pensar en lo profundamente egoístas que algunos quieren demostrar ser y como lanzan sus prédicas desde esas ciudades que han ido despojando a tantos de su humanidad hasta el punto de creer que no existen en el mundo lugares en los que el mar, la naturaleza y la población no están en conflicto permanente. Como Ferrol, que sobrevivirá mejor que nadie a la crisis porque nunca nos dejaron salir de ella.
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