Jesús lloró por su amigo Lázaro al llegar a casa y encontrarlo muerto. El Cid lloró cuando marchó al destierro. Boabdil cuando perdió Granada ante las tropas castellanas y aragonesas de Isabel Y Fernando. La Reina Sofía en el funeral de las víctimas del Yak-42.
Yo he llorado mucho, dice mi hermana que soy muy llorón. También me he tragado muchas lágrimas por mantener el decoro en cierta<s situaciones en las que se me requería aparentar una entereza que no sentía, pero en definitiva me parece que las lágrimas son lo que más nos hace humanos.
Pero hay demasiadas cosas detrás de cada información, y por eso no se trata de elogiar la extraordinaria fuerza evocadora de la imagen de la presidenta de los madrileños, sino de evaluar lo que está pasando basándonos en la personificación en Isabel Díaz Ayuso de la actuación de las administraciones públicas.
Están los anticonfinamiento, que más de una cuarentena después defienden con toda la vehemencia posible y utilizando todos sus recursos estilísticos e intelectuales que todo esto no ha servido de nada, aunque obviamente son plenamente conscientes de que es una aseveración absolutamente incompleta, por ser educado y no decirles que es una soberana estupidez: La cantidad de contagios ha bajado hasta el punto de que las UCIs se están vaciando, que los fallecidos descienden y que el número de nuevos contagios es cada día menor. Ni que decir tiene que el cierre de la mayor morgue de nuestra historia reciente o el mucho más correcto funcionamiento de los sub-sistemas sanitarios también son una consecuencia directa de que no hayamos mantenido contacto con los demás. Desestimada la protesta.
Luego están los negacionistas de todo, que suelen ser polemistas a la imagen de los íberos de Astérix en Hispania, que esperaron a que César y Pompeyo dejasen de luchar para saber contra quién tenían que ponerse. Tampoco suelen ser santos de mi devoción, porque más allá de que su discurso es absolutamente previsible, suele cambiar a medida que cambian las circunstancias, y ni que decir tiene que las fuentes que suelen citar tienen el único valor añadido de que son minoritarias y no están avaladas por absolutamente nadie ni nada. Desestimada también.
También están los del "hay que hacer algo", los que piden que los demás hagan lo que ellos no hacen, los de las revoluciones y rebeliones varias... pertenecen al club de los agitadores y su moción, por supuesto, está desestimada hasta que de verdad hagan algo en vez de reclamárselo a los demás.
Y los dontancredos, los del no se podía saber, los del todos habrían cometido los mismos errores, los del todos los políticos son iguales, los de la oposición es tan culpable o más que el gobierno, los de España es el peor país del mundo por culpa de que no somos capaces de ponernos de acuerdo, los de la falta de lealtad de la derecha y los de todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío. A ver como me explico para que nadie pueda creer que les doy un voto de confianza... sí, ya sé: Hay gente extraordinaria, muy buena, regular, mala, malísima y pésima, y si queréis ponemos en medio otras calificaciones en cualquiera de sus facetas como personas: No somos todos iguales. Ni de coña.
- No es lo mismo un profesional en ejercicio con décadas de experiencia que una cajera de supermercado que ha medrado vía genital dentro de un partido que a su vez ha medrado por intereses tan ilícitos que es mejor dejar que sean los jueces los que se ocupen de comprobar su veracidad.
- No es lo mismo proponer un cambio de modelo de estado (la podemancia y los nazionanistas) que proponer un cambio de las leyes (el resto).
- No es lo mismo decir que el gobierno ha actuado de forma atolondrada que decir que guillotinen a las infantas de España.
- No es lo mismo Ana Rosa que Susana Griso y no es lo mismo un programa de Herrera en la radio que uno de Jorge Javier en la tele.
No me vais a convencer de ese mantra tantas veces repetido de que todos somos iguales, porque primero tendríais que creer en él, y no lo hacéis, porque creéis que ese veredicto lo emitís desde una superioridad moral que, sinceramente, ignoro dónde habéis adquirido, y a qué precio.
Como nadie me va a convencer de que Cervantes escribió El Quijote porque el sistema educativo español en el Siglo XVI era mejor que el actual y que eso inhabilita a los jóvenes que estudian con el actual sistema a ser grandes pensadores y llegar a cimas con las que nosotros ni siquiera soñamos. Yo me acerco a la cincuentena y considero que si no he evolucionado desde mis años escolares no sería honesto pedirle cuentas a Adolfo Suárez, ni a Felipe, ni a Aznar, ni al bobo solemne, ni al silente Mariano ni al narciso adán que nos gobierna ahora. Ni a ninguno de sus ministros, menestras o mensajeros del futuro. Si soy idiota es culpa mía, o gracias a mí.
Apriorismos por doquier que niegan legitimidad al que piensa diferente, marca de la casa de la izquierda, se han extendido mientras jaleamos las evoluciones balompédicas de avezados generadores de moda y opinión, dándole más importancia a las cuitas amorosos de unos jovenzuelos que ganan al mes lo que nosotros en toda la vida que la que tienen los ataques a nuestras libertades fundamentales y a los derechos humanos. Podemos debatir durante horas si Ronaldo es mejor que Messi o si Simeone entrena mejor que Guardiola, pero callamos como putas en Cuaresma cuando salen temas como el aborto, la eutanasia, el adoctrinamiento en las aulas y en los medios, los ataques a la religión, la intromisión en nuestra vida privada, la compraventa de la prensa o cualquier otro tema peliagudo.
Yo he hecho un blog, opino en varias redes sociales, mantengo encendidos debates y, en mis ratos de ocio, pertenezco a cuatro élites mundiales en cocina, guitarra, escritura y baloncesto. Sí, no os sorprendáis: De los siete mil millones de personas que hay en el mundo considero que en esas cuatro actividades estoy incluido entre el número mil millones y el número cuatro mil millones, y defendería sin sonrojo que al menos hay tres mil millones de personas en el mundo a las que ganaría en una eliminatoria de Masterchef, en Operación Triunfo, en un certamen literario o en una pachanguita de baloncesto. Ya sé que eso no me habilita para muchas cosas, pero hay algo que sí lo hace, y que tal vez me legitime por completo a seguir haciendo lo que estoy haciendo, y es mi opinión.
Y como campeón del mundo en mi opinión, estaría dispuesto a corroboraros a los siete mil millones de seres humanos restantes que es la mía, sea acertado, estúpida, descabellada y tenga o no fundamentos.
Y como os he adelantado antes, y a modo de colofón del que espero que sea mi último comentario a esta que creo que será una de las imágenes que queden en mis retinas tras el fin de los juegos del hambre, mi opinión es que ni uno solo de todos vosotros os creéis que todos son iguales, por lo que os agradecería que dejéis de intentar convencerme de tamaño desatino, porque ya soy demasiado mayorcito como para creer en que en este mundo todos tenemos lo que merecemos y también para haber comprobado que, por desgracia, esa es una de las mayores mentiras que jamás se hayan dicho.
Yo he llorado mucho, dice mi hermana que soy muy llorón. También me he tragado muchas lágrimas por mantener el decoro en cierta<s situaciones en las que se me requería aparentar una entereza que no sentía, pero en definitiva me parece que las lágrimas son lo que más nos hace humanos.
Pero hay demasiadas cosas detrás de cada información, y por eso no se trata de elogiar la extraordinaria fuerza evocadora de la imagen de la presidenta de los madrileños, sino de evaluar lo que está pasando basándonos en la personificación en Isabel Díaz Ayuso de la actuación de las administraciones públicas.
Están los anticonfinamiento, que más de una cuarentena después defienden con toda la vehemencia posible y utilizando todos sus recursos estilísticos e intelectuales que todo esto no ha servido de nada, aunque obviamente son plenamente conscientes de que es una aseveración absolutamente incompleta, por ser educado y no decirles que es una soberana estupidez: La cantidad de contagios ha bajado hasta el punto de que las UCIs se están vaciando, que los fallecidos descienden y que el número de nuevos contagios es cada día menor. Ni que decir tiene que el cierre de la mayor morgue de nuestra historia reciente o el mucho más correcto funcionamiento de los sub-sistemas sanitarios también son una consecuencia directa de que no hayamos mantenido contacto con los demás. Desestimada la protesta.
Luego están los negacionistas de todo, que suelen ser polemistas a la imagen de los íberos de Astérix en Hispania, que esperaron a que César y Pompeyo dejasen de luchar para saber contra quién tenían que ponerse. Tampoco suelen ser santos de mi devoción, porque más allá de que su discurso es absolutamente previsible, suele cambiar a medida que cambian las circunstancias, y ni que decir tiene que las fuentes que suelen citar tienen el único valor añadido de que son minoritarias y no están avaladas por absolutamente nadie ni nada. Desestimada también.
También están los del "hay que hacer algo", los que piden que los demás hagan lo que ellos no hacen, los de las revoluciones y rebeliones varias... pertenecen al club de los agitadores y su moción, por supuesto, está desestimada hasta que de verdad hagan algo en vez de reclamárselo a los demás.
Y los dontancredos, los del no se podía saber, los del todos habrían cometido los mismos errores, los del todos los políticos son iguales, los de la oposición es tan culpable o más que el gobierno, los de España es el peor país del mundo por culpa de que no somos capaces de ponernos de acuerdo, los de la falta de lealtad de la derecha y los de todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío. A ver como me explico para que nadie pueda creer que les doy un voto de confianza... sí, ya sé: Hay gente extraordinaria, muy buena, regular, mala, malísima y pésima, y si queréis ponemos en medio otras calificaciones en cualquiera de sus facetas como personas: No somos todos iguales. Ni de coña.
- No es lo mismo un profesional en ejercicio con décadas de experiencia que una cajera de supermercado que ha medrado vía genital dentro de un partido que a su vez ha medrado por intereses tan ilícitos que es mejor dejar que sean los jueces los que se ocupen de comprobar su veracidad.
- No es lo mismo proponer un cambio de modelo de estado (la podemancia y los nazionanistas) que proponer un cambio de las leyes (el resto).
- No es lo mismo decir que el gobierno ha actuado de forma atolondrada que decir que guillotinen a las infantas de España.
- No es lo mismo Ana Rosa que Susana Griso y no es lo mismo un programa de Herrera en la radio que uno de Jorge Javier en la tele.
No me vais a convencer de ese mantra tantas veces repetido de que todos somos iguales, porque primero tendríais que creer en él, y no lo hacéis, porque creéis que ese veredicto lo emitís desde una superioridad moral que, sinceramente, ignoro dónde habéis adquirido, y a qué precio.
Como nadie me va a convencer de que Cervantes escribió El Quijote porque el sistema educativo español en el Siglo XVI era mejor que el actual y que eso inhabilita a los jóvenes que estudian con el actual sistema a ser grandes pensadores y llegar a cimas con las que nosotros ni siquiera soñamos. Yo me acerco a la cincuentena y considero que si no he evolucionado desde mis años escolares no sería honesto pedirle cuentas a Adolfo Suárez, ni a Felipe, ni a Aznar, ni al bobo solemne, ni al silente Mariano ni al narciso adán que nos gobierna ahora. Ni a ninguno de sus ministros, menestras o mensajeros del futuro. Si soy idiota es culpa mía, o gracias a mí.
Apriorismos por doquier que niegan legitimidad al que piensa diferente, marca de la casa de la izquierda, se han extendido mientras jaleamos las evoluciones balompédicas de avezados generadores de moda y opinión, dándole más importancia a las cuitas amorosos de unos jovenzuelos que ganan al mes lo que nosotros en toda la vida que la que tienen los ataques a nuestras libertades fundamentales y a los derechos humanos. Podemos debatir durante horas si Ronaldo es mejor que Messi o si Simeone entrena mejor que Guardiola, pero callamos como putas en Cuaresma cuando salen temas como el aborto, la eutanasia, el adoctrinamiento en las aulas y en los medios, los ataques a la religión, la intromisión en nuestra vida privada, la compraventa de la prensa o cualquier otro tema peliagudo.
Yo he hecho un blog, opino en varias redes sociales, mantengo encendidos debates y, en mis ratos de ocio, pertenezco a cuatro élites mundiales en cocina, guitarra, escritura y baloncesto. Sí, no os sorprendáis: De los siete mil millones de personas que hay en el mundo considero que en esas cuatro actividades estoy incluido entre el número mil millones y el número cuatro mil millones, y defendería sin sonrojo que al menos hay tres mil millones de personas en el mundo a las que ganaría en una eliminatoria de Masterchef, en Operación Triunfo, en un certamen literario o en una pachanguita de baloncesto. Ya sé que eso no me habilita para muchas cosas, pero hay algo que sí lo hace, y que tal vez me legitime por completo a seguir haciendo lo que estoy haciendo, y es mi opinión.
Y como campeón del mundo en mi opinión, estaría dispuesto a corroboraros a los siete mil millones de seres humanos restantes que es la mía, sea acertado, estúpida, descabellada y tenga o no fundamentos.
Y como os he adelantado antes, y a modo de colofón del que espero que sea mi último comentario a esta que creo que será una de las imágenes que queden en mis retinas tras el fin de los juegos del hambre, mi opinión es que ni uno solo de todos vosotros os creéis que todos son iguales, por lo que os agradecería que dejéis de intentar convencerme de tamaño desatino, porque ya soy demasiado mayorcito como para creer en que en este mundo todos tenemos lo que merecemos y también para haber comprobado que, por desgracia, esa es una de las mayores mentiras que jamás se hayan dicho.
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