¿Os he mencionado alguna vez lo que disfruto con la gastronomía? No creo, y como no quiero arriesgarme a que os quedéis sin conocer esa parte tan importante de mi personalidad, os diré que espero impaciente el desarrollo de esa Chá de Brión en la que exactamente hace doscientos veinte años nos dedicamos a degollar ingleses como si no hubiera otra cosa mejor que hacer.
Hoy es 25 de agosto, festividad de San Luis Rey de Francia, cuyos cien mil hijos nos devolvieron a la estupidez borbónica después de dejarnos la bolsa y la vida expulsando a los gabachos del solar patrio. Algo me dice que esos montes de Brión debían ser bastante diferentes a como son ahora, concretamente me lo dicen mis cada vez menos frecuentes lecturas y la escasa formación que atesoro como oro en paño. A mí me gusta girarme para mirar atrás cuando hay algo que merece la pena, pero mi anatomía me dicta que camine mirando hacia adelante para evitar romperme la crisma, por lo que he descartado que tengamos que volver al pasado, independientemente de que cambiásemos el presente o que creásemos universos paralelos (si se pudiera cambiar el presente tengo una serie de ideas que seguro que nadie ha tenido relacionadas con adelantar la construcción naval un par de milenios y convertir Ferrol en la capital de un reino... pero ya os digo que parece ser que no es posible).
Pero sí que hay algo que creo que nos podría permitir avanzar hacia el futuro mirando hacia atrás, y eso es algo que tampoco recuerdo haber mencionado todavía: Los barcos de madera, dicho sea de forma genérica. Porque aunque os he escrito acerca del Dique de La Cabana, de la vela tradicional, de las dornas, de los montes de Brión, del roble de la Calle Almendra, de lo bonito que sería sustituir los eucaliptos por especies autóctonas de crecimiento lento... era más joven y no había vivido el auge que la administración pretende darle al pastoreo, y todavía no sabía nada de la compatibilidad entre esta actividad y la explotación forestal. Bueno, siendo sincero... todavía no sé nada acerca de la conveniencia o no de mezclar churras con endrinos o merinas con carballos, pero lo cierto es que algo tendremos que hacer con el suelo mientras crecen los árboles que nos van a hacer falta para construir los barcos de mnadera.
Y no os creáis que desvarío especialmente, porque veo los montes más limpios, más animales paciendo, más interés en que los haya y en ocasiones veo dornas, como le pasaba al niño de El Sexto Sentido con los muertos.
Y además le he preguntado a alguien que sabe y me ha dicho que en Galicia hay bastantes empresarios más que interesados en cerrar el ciclo productivo con madera autóctona de Galicia, o sea que seguramente sea posible hacer barcos de madera como es posible hacer casas de madera, que es la última tendencia: La construccion bio-pasiva, que empieza a despegar en Galicia y de la que ya se pueden ver muestras por la comarca.
Todos los años he intentado subir a Chamorro en primavera, para permitir a mis sentidos relajarse y, muy especialmente, para permitir a mi vista recrearse con un paisaje finito pero inmenso que acerca a toda la tierra de Trasancos a esa especia de laguna que es desde sus alturas la Ría de Ferrol. Chamorro en los años 60. Fuente http:/visionesdeferrolterra.blogspot.com.es/ Los años no me han dado una inteligencia especial ni una madurez digna de considerarse plena; la inmensa marea de todo lo que desconozco, empero, no ha hecho mella en mi deseo de intentar llevar mis conocimientos cada vez un poco más lejos. Chamorro para mí es un pequeño mundo desde que mi padre nos llevaba allí a desfogarnos brincando entre sus rocas hasta la cima del Pico de Loro. Cuando consigues llegar hasta allí y no está atestado de jóvenes enamoriscados que se regalan sus primeros besos te pones por encima de los problemas: Puedes intentar reconocer sitios o dejarte llevar, sentarte en una piedra mirando
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