Uno, al que no voy a poner muchos calificativos, me contaba el otro día que hace unos veinte años le ofrecieron irse a dar clases a una escuela nueva que había abierto en Ferrol. Acababa de terminar el proyecto, o la tesis, o lo que fuera y su futuro laboral no parecía muy claro y, vasco él de pro, se lío la chapela a la cabeza y partió hacia el reino de la lluvia.
Sigue diciendo que se le cayó el alma a los pies, que llegó al tercer mundo y empezó a ver coches que en San Sebastián y en Bilbao hace años que no se veían... ¿A que somos unos virgueros? Sí, los gallegos, digo.
Porque resulta que este joven se casó con una ferrolana y vio como el campus alumbraba a varias generaciones de enfermeros, ingenieros, graduados sociales y humanistas; y vio salir de las gradas de nuestros astilleros fragatas y portaaviones prodigiosos, y a los empleados detrás de éstos con una mano delante y otra detrás.
También vio todas las crisis que ha habido desde entonces y como el bipartito de Touriño y ese del que no se acuerda ni su abuela intentaban radicalizar a un pueblo que, prudente como siempre, les dio tal patada que ya nadie sabe donde están. Y vio como pasábamos de ser la antepenúltima de las comunidades autónomas en casi todo a estar entre las siete primeras, o por delante, en casi todo.
Y sin AVE, y con unas autopistas y carreteras lamentables, y con TAX-LEASE y reconversiones, y llueve que te llueve.
Y con prestiges, maregeos y alvias de Angrois, y sin equipos punteros de fútbol, salvo el Dépor durante un muy breve reinado.
Y con unas universidades embrionarias,la de Santiago nepotista como una escuela rural y un montón de caciques y paletos y pailanes y oscuros párrocos conchavados con no menos siniestros guardias civiles.
Y sin embargo hemos tenido un montón de ministros, científicos y empresarios. Entre otros el actual presidente del gobierno o el actual hombre más rico de España. Y resulta que nuestros hospitales se han convertido en centros de referencia en oncología y en transplantes.
Y la mayor empresa bío-farmacéutica del país,las mayores fábricas de coches y la industria textil más pujante están aquí.
Parece que cuando nos dan la oportunidad no somos tan tontos.
Por cierto, por si a alguno le cabe todavía alguna duda: Sin muertos, secuestros, chantajes ni peticiones de independencia.
Y por eso me gustaría recordarle a toda esa panda de cenizos que algunas veces se atreven a poner el dedo en nuestras yagas que somos fuertes, tremendamente fuertes; que somos capaces de agarrar a un caballo salvaje por los pelos sólo para cortárselos y soltarlo después; o faenar por todos los mares del globo; o aguantar cuatro meses de lluvia sin ver un rayo de sol.
Y que la puerta por la que entró, el túnel del mal tiempo, nunca ha estado cerrado... por si quiere volver a su amada tierra. Pero que tenga claro que aquí lo hemos recibido con los brazos abiertos, como a todos, y sin alardear de nada, como siempre.
Y que la conversación que mantuvo conmigo yo no podría mantenerla en Eibar o en Sestao sin meterme en una pelea. Pero claro, ya se sabe, los vascos son tan nobles y los gallegos somos tan tontos.
Y además se come mil veces mejor que en cualquier otros sitio del mundo, y eso es lo que más les duele.
Sigue diciendo que se le cayó el alma a los pies, que llegó al tercer mundo y empezó a ver coches que en San Sebastián y en Bilbao hace años que no se veían... ¿A que somos unos virgueros? Sí, los gallegos, digo.
Porque resulta que este joven se casó con una ferrolana y vio como el campus alumbraba a varias generaciones de enfermeros, ingenieros, graduados sociales y humanistas; y vio salir de las gradas de nuestros astilleros fragatas y portaaviones prodigiosos, y a los empleados detrás de éstos con una mano delante y otra detrás.
También vio todas las crisis que ha habido desde entonces y como el bipartito de Touriño y ese del que no se acuerda ni su abuela intentaban radicalizar a un pueblo que, prudente como siempre, les dio tal patada que ya nadie sabe donde están. Y vio como pasábamos de ser la antepenúltima de las comunidades autónomas en casi todo a estar entre las siete primeras, o por delante, en casi todo.
Y sin AVE, y con unas autopistas y carreteras lamentables, y con TAX-LEASE y reconversiones, y llueve que te llueve.
Y con prestiges, maregeos y alvias de Angrois, y sin equipos punteros de fútbol, salvo el Dépor durante un muy breve reinado.
Y con unas universidades embrionarias,la de Santiago nepotista como una escuela rural y un montón de caciques y paletos y pailanes y oscuros párrocos conchavados con no menos siniestros guardias civiles.
Y sin embargo hemos tenido un montón de ministros, científicos y empresarios. Entre otros el actual presidente del gobierno o el actual hombre más rico de España. Y resulta que nuestros hospitales se han convertido en centros de referencia en oncología y en transplantes.
Y la mayor empresa bío-farmacéutica del país,las mayores fábricas de coches y la industria textil más pujante están aquí.
Parece que cuando nos dan la oportunidad no somos tan tontos.
Por cierto, por si a alguno le cabe todavía alguna duda: Sin muertos, secuestros, chantajes ni peticiones de independencia.
Y por eso me gustaría recordarle a toda esa panda de cenizos que algunas veces se atreven a poner el dedo en nuestras yagas que somos fuertes, tremendamente fuertes; que somos capaces de agarrar a un caballo salvaje por los pelos sólo para cortárselos y soltarlo después; o faenar por todos los mares del globo; o aguantar cuatro meses de lluvia sin ver un rayo de sol.
Y que la puerta por la que entró, el túnel del mal tiempo, nunca ha estado cerrado... por si quiere volver a su amada tierra. Pero que tenga claro que aquí lo hemos recibido con los brazos abiertos, como a todos, y sin alardear de nada, como siempre.
Y que la conversación que mantuvo conmigo yo no podría mantenerla en Eibar o en Sestao sin meterme en una pelea. Pero claro, ya se sabe, los vascos son tan nobles y los gallegos somos tan tontos.
Y además se come mil veces mejor que en cualquier otros sitio del mundo, y eso es lo que más les duele.
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