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Mar, piedra y madera.

Lo creáis o no, el número de peregrinos que inician el Camino de Santiago desde Ferrol está recuperándose en este final del verano. Es fácil comprobar que por el descuidado trazado que une el Muelle de Curuxeiras con la tumba del apóstol transitan diariamente personas que han decidido que si la epidemia no les deja hacer otra cosa, pasarán sus días de vacaciones caminando hacia la capital gallega. Los que tenemos verdadero interés en que Ferrol salga de la sima en la que nos han metido, preguntamos y observamos un poco más que aquellos que siempre encuentran una excusa para abandonar la nave, y ayer mismo hablaba con un amigo que regenta un conocido local en las inmediaciones de ese kilómetro "0" tan difícil de concretar: el verano ha sido muy bueno, como apuntan los datos de ocupación hotelera y como nos mostró la ocupación de los locales de restauración a los que intentábamos hacernos con una mesa en este caluroso y atípico verano... Y este verano ha sido atípico pero no lo suficiente, porque seguimos igual de ensimismados en tantas cosas que al final le voy a tener que dar la razón a Burgoa, aunque sea parcialmente. ahí vamos: SENDERISMO: Ferrol ha decidido que no quiere rutas, que no quiere albergues, que no quiere turismo rural, que no quiere aprovechar la maravillosa naturaleza que Dios nos otorgó y que ni bancos más bonitos del mundo ni miradores van a dinamizar una zona rural que tiene tantos atractivos como cualquier otra de Galicia. Dos anécdotas vividas ayer mismo, fresquitas como las volandeiras que nos venden como zamburiñas: Me encuentro con una guía de senderismo de Galicia y Ferrol no existe en absoluto (ni la ruta ártabra, ni el Camino de San Andrés, ni el Camino Inglés ni ninguna de las que son informadas por el Club de Montaña); la segunda anécdota tiene que ver con la televisión, que en uno de esos programas de viajes por España los reporteros se dedican a conocer la costa norte de Galicia y lo hacen conociendo la Mariña Lucense desde Ribadeo para finalizar en el banco de Loiba, sin dignarse a llegar a la Capelada, como si entre Cedeira y La Coruña no hubiese nada que ver (Herbeira, San Andrés de Teixido, Villarrube, Pantín, Valdoviño o todas las playas entre Meirás y Miño). Ni las fragas del Eume ni las del Belelle, ni los Andrade y todo su legado, ni el Castillo de Moeche, ni Caaveiro, ni Monfero, ni los castillos y fortificaciones de la Ría ni Doniños con su pinar y su laguna, ni San Jorge, ni los fabulosos cabos Prior y Prioriño, ni los altos de Brión o Chamorro merecen que las administraciones públicas habiliten una red de senderos, instalen unas fuentes o adecuen miradores... aunque luego se nos llene a todos la boca con los hábitos saludables y el respeto a la naturaleza. TURISMO RURAL: Con el turismo rural pasa exactamente lo mismo: aunque aquí explotemos bastante bien el turismo de surf, en Ferrol no hay un solo emprendedor que haya decidido restaurar alguna de las numerosas casas de la zona para obtener una fuente de ingresos, o mejor dicho: Hay dos casas rurales que en realidad no lo son, y que no ofrecen ningún servicio complementario al alquiler. Sin entrar a juzgar el servicio o la calidad de las instalaciones de ninguna de las dos, lo que me extraña es que en un municipio con afición a la hípica, al remo o a la vela no haya una empuje real a que se establezcan empresas que fomenten ese tipo de actividades. Los poderes públicos podrían (o deberían) impulsar y ayudar a aquellos emprendedores que deseen establecer empresas ambientalmente sostenibles y que contribuyan a fijar población y a crear empleo. Las maneras pasan por descuentos o exenciones de tasas, ayudas directas para restauración y mejoras, promoción conjunta en ferias y portales especializados e incluso por la creación de eventos feriales y premios... pero en Ferrol, ya os digo, despreciamos lo que es una apuesta segura en todo el norte de España, y está relacionadísimo con el punto anterior relativo al senderismo. GASTRONOMÍA: El Tapéate Ferrol y punto, en eso consiste el apoyo público a un municipio que podría convertirse en un paraíso gastronómico si decidiésemos darle un impulso serio a los eventos sectoriales. En Ferrol tenemos casi de todo y en la comarca todo lo que hace de Galicia un paraíso para los amantes de la buena mesa. Los hosteleros lo están haciendo cada día mejor, y a la larga se notará una mejora que redundará en la atracción de visitantes, pero seguimos instalados en el dejar hacer, dejar pasar. Alegaréis que en Ferrol se come igual que en el resto de Galicia, y yo os contestaré que sí y que no, y que sólo el hecho de que aquí comamos freixós y arroz con leche o que hayamos sido tan bacaladeros como fuimos nos debería hacer reflexionar acerca del mimetismo de nuestra cocina con el resto de las cocinas de Galicia. Un ejemplo claro son las empanadas, infinitamente mejores que otras que gozan de una inmerecida fama más allá de la curiosidad, otro ejemplo claro es el pan, pero tenemos ahí esos pimientos del Couto tan desconocidos y los absurdamente ignorados pescados y mariscos. Estirando el chicle al resto de la comarca ya hablamos de palabras mayores como los productos lácteos y la pastelería del Eume o la extraordinaria carne de las tres comarcas (seguramente no es la mejor de España porque no nos da la gana)… sin embargo, todos esos turistas ávidos de pulpo, de chipirones, de zamburiñas o volandeiras, de esas vieiras que siguen engordando acusadas de llevar una toxina amnésica que sobre todo ha afectado a las administraciones que no ayudan en nada, de esos berberechos, de esos diferentes tipos de almejas, de esa pesca de bajura tan fresca o de nuestros percebes, nécoras, centollos o bueyes, no se van con una sensación de estar ante un producto diferenciado porque en Ferrol hemos decidido igualarnos por abajo. De todas mis preocupaciones, sin duda la gastronomía es la única que sé que pasará, porque el rumbo es el correcto y la velocidad alegre y constante. ETNOGRAFÍA Y CULTURA: Ferrol es mar y es montaña, como esos platillos que tan de moda se pusieron en los albores del milenio. Recorrías la piel de toro y en casi cualquier parte te ponían un espárrago triguero con un langostino congelado y una loncha de bacon y tenías que entrar en la cocina a morrear con el cocinero por descubrir la pólvora; en la aldea de los locos nos estábamos decantando con fusionar la comida mala y la buena, para conseguir una comida regular que a pocos satisfacía más allá de a aquellos que creen que lo más cómodo es no probar nada. En otros sitios habrían apostado por las embarcaciones tradicionales y por la fiesta de la malla del Valle de Esmelle, aquí somos más de buscar diferenciarnos con apuestas que no tienen por qué salir bien, como ese festival de magia que ha supuesto uno de los más sonoros gatillazos de la izquierda política local (que nadie se preocupe, que volverán los prestidigitadores en cuanto haya dinero para subvencionarlos). Ahondar en nuestra historia debería tener unas bases inalterables: el mundo del mar como origen y destino de la ciudad, el Camino de Santiago como transmisor y difusor de nuestro pasado y los periodos ilustrado (del que apenas es necesario mencionar que casi sólo está relacionado con el puerto natural) y modernista (totalmente relacionado con el florecimiento de la construcción naval, por cierto). Ferrol es un puerto natural en una zona bioclimática amable, lo que propició el asentamiento humano desde épocas prehistóricas, actuó de puerto refugio seguramente desde que los hombres empezaron a navegar, eso propició que los barcos arribasen a nuestra ría y seguramente es la causa de que existiese un puerto que utilizasen muchos peregrinos para emprender la ruta terrestre; ni que decir tiene que la construcción de los arsenales, de las fortificaciones y defensas y de la ciudad están totalmente motivadas por esas condiciones naturales, que fueron las que a la larga hicieron posible que empresarios británicos apostasen por una ciudad y nos pusiesen en el mapa de la modernidad. Seguramente todo ese tránsito de barcos y la necesidad de avituallarlos generó la existencia de la auténtica burrada de molinos harineros de la zona, y también es más que probable que la carretera de Castilla fuese un continuo ir y venir de arrieros que dejarían el trigo y se llevarían de vuelta todo aquello que pudiesen transportar y de lo que careciesen sus puntos de origen, al igual que hacían esas naves que atracaban y fondeaban en la ciudad. Y escribo todo este rollo porque creo sinceramente en que no sólo es que sea posible, sino que en realidad ya está pasando, pese a la ceguera de algunos que se empeñan en ver la cara oculta de la luna y no el reflejo del sol en su superficie: Un día no muy lejano, los visitantes acudirán al Molino de Jubia y sabrán que de su harina se hacían las galletas que llevaban los barcos de la Real Armada, un día pasearán por nuestros montes y contemplarán la leña que calentaba los hornos y guarnecía nuestra flota, un día navegarán en una dorna y verán los robles llegando hasta la orilla, y un día dormirán en inmuebles restaurados con galerías inventadas por los constructores de barcos, y a la luz y el calor de una chimenea de piedra, descubrirán que las rocas de los castillos y de sus adinteladas puertas son las mismas que las muelas de esos molinos a donde los arrieros llegaban para vender la harina, y que son parte de un todo que, por desgracia, todavía pocos o ninguno saben relacionar.

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