Como le dijo el ciego a Lázaro en el famoso episodio de Almorox, el tufo a putrefacción que emana de la clase política española sólo es comparable a lo hediondo de su desconexión con la ciudadanía.
Siempre he sostenido que Podemos no es nada más que el deshecho de los subvencionados universitarios y sindicalistas, la masa a la que se ha negado seguir mamando y se enfrenta a los cachorros en injusta disputa por la manutención; sin embargo hay una cosa que está clara: Los grandes partidos de la política española habían descontado que la corrupción era algo asumido por los votantes y que, a la larga, no tenía una influencia notable en la intención de voto. Lo que no contaban es que se desmovilizaban los posibles votantes y que aquel que recogiera el voto del desencantado tendría una gran cosecha.
Más de cinco millones han dado su confianza a un Pablo Iglesias que quiere un referéndum en Cataluña, el CNI, el CIS y la Secretaría de Estado Anti-corrupción, además de la vice-presidencia del gobierno; casi nada.
Pero la realidad es que todos callaban cuando veían comer las uvas de dos en dos, porque ellos las comían de a tres y se consideraban satisfechos por ser más listos que los otros, con esa altivez que da la seguridad absoluta de ser impune.
El mundo, sin embargo, ha cambiado, y ahora el poder judicial profundiza en las tramas y está haciendo temblar los cimientos de varias dinastías que han protagonizado la vida española desde hace casi cuarenta años.
La familia real ha sido atizada, la familia Pujol acorralada, las direcciones "populares" de Valencia y Madrid hechas añicos y el PSOE andaluz callado como nunca lo ha estado.
Y a mí se me queda una profunda sensación de desasosiego, y no puedo dejar de pensar en que entre todos habían decidido que no importaba mucho que una parte de la sociedad se hubiera acostumbrado a comer las uvas de dos en dos, ya que ellos las comían de tres en tres, de tres en tres por ciento.
Siempre he sostenido que Podemos no es nada más que el deshecho de los subvencionados universitarios y sindicalistas, la masa a la que se ha negado seguir mamando y se enfrenta a los cachorros en injusta disputa por la manutención; sin embargo hay una cosa que está clara: Los grandes partidos de la política española habían descontado que la corrupción era algo asumido por los votantes y que, a la larga, no tenía una influencia notable en la intención de voto. Lo que no contaban es que se desmovilizaban los posibles votantes y que aquel que recogiera el voto del desencantado tendría una gran cosecha.
Más de cinco millones han dado su confianza a un Pablo Iglesias que quiere un referéndum en Cataluña, el CNI, el CIS y la Secretaría de Estado Anti-corrupción, además de la vice-presidencia del gobierno; casi nada.
Pero la realidad es que todos callaban cuando veían comer las uvas de dos en dos, porque ellos las comían de a tres y se consideraban satisfechos por ser más listos que los otros, con esa altivez que da la seguridad absoluta de ser impune.
El mundo, sin embargo, ha cambiado, y ahora el poder judicial profundiza en las tramas y está haciendo temblar los cimientos de varias dinastías que han protagonizado la vida española desde hace casi cuarenta años.
La familia real ha sido atizada, la familia Pujol acorralada, las direcciones "populares" de Valencia y Madrid hechas añicos y el PSOE andaluz callado como nunca lo ha estado.
Y a mí se me queda una profunda sensación de desasosiego, y no puedo dejar de pensar en que entre todos habían decidido que no importaba mucho que una parte de la sociedad se hubiera acostumbrado a comer las uvas de dos en dos, ya que ellos las comían de tres en tres, de tres en tres por ciento.
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