¡Hala, toma entrada! ¡A Brandoni se le ha ido la pelota! No, no es para tanto, una historia y un par de reflexiones, nada más.
Hace unos cinco años, algo menos, me llegó un correo de mi banco diciéndome que por ser el mejor cliente del mundo mundial me regalaban un premio a elegir entre hacer parapente en el Estrecho de Gibraltar, irme a tomar un café a Guadalajara y que me hicieran un masaje reiki a doscientos metros de casa. Entre que tenía una contractura y que me venía mejor me decidí ir a aquello del masaje sin saber muy bien a qué me enfrentaba.
Me recibió una mujer que despidió a su marido y a sus dos hijos porque parece ser que esta técnica (de la que ignoro todo, por cierto) precisaba de un ambiente muy tranquilo y relajado. En un momento dado, boca abajo yo en una camilla en el salón de su casa, me preguntó si estaba notando algo, a lo que yo contesté que no, y pregunté que qué estaba haciendo. La respuesta fue entre ridícula y enigmática, algo así como que tenía las manos encima de mis puntos de energía para que ésta fluyera. Yo no es que sea como Santo Tomás, soy hombre de fe que no necesita meter el dedo en ningún sitio, pero me sonó a timo y me salió la sangre baturra, por lo que cada vez que preguntaba si notaba algo le contestaba con total sinceridad que en absoluto. Pero el caso es que la pobre chica era muy agradable y se empezó a agobiar, por lo que en un momento dado le contesté que por fin lo estaba notando y cuando terminó me despedí lo más afectuosamente que pude, prometiéndole que la recomendaría y agradeciéndole su dedicación.
En otras ocasiones he visto por ahí ofertas para aprender a hacer reiki y he sonreído por dentro pensando que el reiki va a ser como el pádel o el pilates, una moda pasajera con más bien pocos adeptos.
Cuál fue mi sorpresa cuando empecé a leer en publicaciones cristianas alertas acerca de los peligros del reiki. "Para la cartera, supongo", pensé, pero me quedé preocupado acerca del porqué del asunto y decidí acudir a magisterios con más discernimiento que el mío, recordando que mi madre, en su preocupación por mi salvación, había tenido a bien enviarme un documento del Papa Francisco acerca de la familia en el que algo hablaba de la filosofía oriental. Lo rebusqué en internet y me encontré con que en su segunda exhortación apostólica (Amoris laetitia) el pontífice máximo diserta largo y tendido acerca del amor en la familia, mencionando el erotismo en las relaciones conyugales en uno de sus puntos y sugiriendo que en el pensamiento oriental se puede encontrar cierta ayuda para alcanzar una sexualidad plena y consciente.
Lo realmente curioso es la airada contestación en las redes sociales, por parte incluso de sacerdotes que consideran que el Pontífice máximo no tiene razón y que además no debe opinar acerca del erotismo en la sexualidad dentro de los matrimonios cristianos. Su más airada protesta viene de la sugerencia de acudir a la filosofía oriental para alcanzar la plenitud en la unión entre los cónyuges, acusando al Pontífice Máximo de la Iglesia de ir en contra de la doctrina.
Cuando titulo la entrada como la titulo es porque esos airados contestatarios están rotundamente en contra de que el Papa proponga utilizar el Kama Sutra o practicar el sexo tántrico para alcanzar una felicidad más plena -cosa que por supuesto no ha hecho- y en absoluto analizan el resto de la exhortación (extraordinaria en su enfoque, como todo lo que hace Su Santidad).
Pero yo considero que el modus operandi en el lecho conyugal no es una cosa especialmente tipificada en el mandato divino, o al menos no encuentro una normativa clara en la que a través de ningún profeta o por su propia voz el Señor nos haya prohibido salirnos del misionero con la ropa puesta. Otra vez, tristmente, nos encontramos con que el sexo de los ángeles se antepone al claro mensaje del Papa en el que nos recuerda que en esta vida Dios nos quiere felices.
Lo siguiente será alertar contra la depilación láser o las camisas de seda. A veces parece que no aprendemos, la verdad.
Hace unos cinco años, algo menos, me llegó un correo de mi banco diciéndome que por ser el mejor cliente del mundo mundial me regalaban un premio a elegir entre hacer parapente en el Estrecho de Gibraltar, irme a tomar un café a Guadalajara y que me hicieran un masaje reiki a doscientos metros de casa. Entre que tenía una contractura y que me venía mejor me decidí ir a aquello del masaje sin saber muy bien a qué me enfrentaba.
Me recibió una mujer que despidió a su marido y a sus dos hijos porque parece ser que esta técnica (de la que ignoro todo, por cierto) precisaba de un ambiente muy tranquilo y relajado. En un momento dado, boca abajo yo en una camilla en el salón de su casa, me preguntó si estaba notando algo, a lo que yo contesté que no, y pregunté que qué estaba haciendo. La respuesta fue entre ridícula y enigmática, algo así como que tenía las manos encima de mis puntos de energía para que ésta fluyera. Yo no es que sea como Santo Tomás, soy hombre de fe que no necesita meter el dedo en ningún sitio, pero me sonó a timo y me salió la sangre baturra, por lo que cada vez que preguntaba si notaba algo le contestaba con total sinceridad que en absoluto. Pero el caso es que la pobre chica era muy agradable y se empezó a agobiar, por lo que en un momento dado le contesté que por fin lo estaba notando y cuando terminó me despedí lo más afectuosamente que pude, prometiéndole que la recomendaría y agradeciéndole su dedicación.
En otras ocasiones he visto por ahí ofertas para aprender a hacer reiki y he sonreído por dentro pensando que el reiki va a ser como el pádel o el pilates, una moda pasajera con más bien pocos adeptos.
Cuál fue mi sorpresa cuando empecé a leer en publicaciones cristianas alertas acerca de los peligros del reiki. "Para la cartera, supongo", pensé, pero me quedé preocupado acerca del porqué del asunto y decidí acudir a magisterios con más discernimiento que el mío, recordando que mi madre, en su preocupación por mi salvación, había tenido a bien enviarme un documento del Papa Francisco acerca de la familia en el que algo hablaba de la filosofía oriental. Lo rebusqué en internet y me encontré con que en su segunda exhortación apostólica (Amoris laetitia) el pontífice máximo diserta largo y tendido acerca del amor en la familia, mencionando el erotismo en las relaciones conyugales en uno de sus puntos y sugiriendo que en el pensamiento oriental se puede encontrar cierta ayuda para alcanzar una sexualidad plena y consciente.
Lo realmente curioso es la airada contestación en las redes sociales, por parte incluso de sacerdotes que consideran que el Pontífice máximo no tiene razón y que además no debe opinar acerca del erotismo en la sexualidad dentro de los matrimonios cristianos. Su más airada protesta viene de la sugerencia de acudir a la filosofía oriental para alcanzar la plenitud en la unión entre los cónyuges, acusando al Pontífice Máximo de la Iglesia de ir en contra de la doctrina.
Cuando titulo la entrada como la titulo es porque esos airados contestatarios están rotundamente en contra de que el Papa proponga utilizar el Kama Sutra o practicar el sexo tántrico para alcanzar una felicidad más plena -cosa que por supuesto no ha hecho- y en absoluto analizan el resto de la exhortación (extraordinaria en su enfoque, como todo lo que hace Su Santidad).
Pero yo considero que el modus operandi en el lecho conyugal no es una cosa especialmente tipificada en el mandato divino, o al menos no encuentro una normativa clara en la que a través de ningún profeta o por su propia voz el Señor nos haya prohibido salirnos del misionero con la ropa puesta. Otra vez, tristmente, nos encontramos con que el sexo de los ángeles se antepone al claro mensaje del Papa en el que nos recuerda que en esta vida Dios nos quiere felices.
Lo siguiente será alertar contra la depilación láser o las camisas de seda. A veces parece que no aprendemos, la verdad.
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