No estoy para mucha Niebla últimamente, y en cierto modo siento que he traicionado a los que me seguís sin comentaros nada de lo que siento, de lo que pienso, de lo que quiero...
El caso es que a veces la vida te empieza a dar golpecillos que te ocupan la cabeza y no te dejan centrarte en otras cosas, y a algunos que aunque humildes (como condición, que no virtud) somos complicados, nos cuesta emitir más allá de una opinión de pitillo y cervecita.
Yo me quiero ir, quiero cambiar, las cosas no me van como había esperado y ni familiar ni profesionalmente siento que esté en un momento dulce... ¿O sí lo estoy y estoy tan ciego que me empeño en ver la copa medio vacía? Y escribo a esto porque hoy me encontré a Félix, que con su lengua de trapo me contaba lo contento que está porque ya casi se le entiende del todo después de que le tuvieran que sajar media lengua, parte de las cuerdas vocales, del paladar, de las encías... y yo no podía evitar sentirme un miserable pensando en que lo estoy pasando mal cuando tengo las tras cosas que hay en la vida del tango de Rodolfo Sciammarella:
Y claro, le pido a Dios que me permita entrever siquiera ese mensaje que me llega incesante de que tengo que cambiar, porque realmente no sé exactamente si es de trabajo, de vida, de ciudad, de amigos, de actitud...
Y por eso en este momento no me centro, y soy incapaz de pensar en fiestas de verano, en lugares que conocer, en reencuentros vacacionales, en noches de marisco y vino blanco o en besos a la luz de las estrellas. Mi cuerpo, al contrario que todos los años por estas fiestas, no me pide sol y agua, no me pide sumergirme en el frío océano y limpiarme de las cuitas del invierno. Es extraño, pero siento que he llegado a un otoño, a un ocaso, a una despedida.
Parece que las señales me muestran que ha cambiado el viento, que está cayendo la tarde sobre una parte de mi vida, que me voy lejos y que, por ahora, no voy a volver. Esta sensación ya la he tenido, esta desazón ya antes ha motivado los muchos cambios de ciudad que he hecho, que ha motivado que la piel de toro sea mi piel de toro.
Me voy, amigos, y no sé a donde. En breve os contaré si al fresco y gris verdor de mi Galicia o si a otra parte. Mi ciclo aquí se ha acabado y sé que empieza a otro... pedirle a Dios conmigo que sea para bien.
El caso es que a veces la vida te empieza a dar golpecillos que te ocupan la cabeza y no te dejan centrarte en otras cosas, y a algunos que aunque humildes (como condición, que no virtud) somos complicados, nos cuesta emitir más allá de una opinión de pitillo y cervecita.
Yo me quiero ir, quiero cambiar, las cosas no me van como había esperado y ni familiar ni profesionalmente siento que esté en un momento dulce... ¿O sí lo estoy y estoy tan ciego que me empeño en ver la copa medio vacía? Y escribo a esto porque hoy me encontré a Félix, que con su lengua de trapo me contaba lo contento que está porque ya casi se le entiende del todo después de que le tuvieran que sajar media lengua, parte de las cuerdas vocales, del paladar, de las encías... y yo no podía evitar sentirme un miserable pensando en que lo estoy pasando mal cuando tengo las tras cosas que hay en la vida del tango de Rodolfo Sciammarella:
Tres cosas hay en la vida:
Salud, dinero y amor.
El que tenga esas tres cosas
Que le de gracias a dios.
Pues, con ellas uno vive
Libre de preocupación...
Salud, dinero y amor.
El que tenga esas tres cosas
Que le de gracias a dios.
Pues, con ellas uno vive
Libre de preocupación...
Y claro, le pido a Dios que me permita entrever siquiera ese mensaje que me llega incesante de que tengo que cambiar, porque realmente no sé exactamente si es de trabajo, de vida, de ciudad, de amigos, de actitud...
Y por eso en este momento no me centro, y soy incapaz de pensar en fiestas de verano, en lugares que conocer, en reencuentros vacacionales, en noches de marisco y vino blanco o en besos a la luz de las estrellas. Mi cuerpo, al contrario que todos los años por estas fiestas, no me pide sol y agua, no me pide sumergirme en el frío océano y limpiarme de las cuitas del invierno. Es extraño, pero siento que he llegado a un otoño, a un ocaso, a una despedida.
Parece que las señales me muestran que ha cambiado el viento, que está cayendo la tarde sobre una parte de mi vida, que me voy lejos y que, por ahora, no voy a volver. Esta sensación ya la he tenido, esta desazón ya antes ha motivado los muchos cambios de ciudad que he hecho, que ha motivado que la piel de toro sea mi piel de toro.
Me voy, amigos, y no sé a donde. En breve os contaré si al fresco y gris verdor de mi Galicia o si a otra parte. Mi ciclo aquí se ha acabado y sé que empieza a otro... pedirle a Dios conmigo que sea para bien.
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