Sería presuntuoso por mi parte creer que estas pobres letras influyen en alguien a la hora de decidir algo en su vida; si acaso, considero que pueden mover a pensar a mis escasos lectores, aportando argumentaciones a los que las necesitan y no encuentran tiempo para llegar a estas conclusiones. Perdón por mi soberbia; negar que creo que esto sirve para algo me haría desistir de su publicación.
Pero ahora resulta que el miedo ha cambiado de bando, y de que políticos que provienen casi exclusivamente del mundo universitario, los sindicatos y de movimientos antisistema han decidido que la democracia en la que vivimos no es legítima, y que los más de dieciséis millones de votos que han obtenido el partido que desde hoy vuelve a gobernar España y aquellos que con su abstención han facilitado la investidura no tienen la capacidad de decidir algo que a ellos no les convenga. Ladran, amigo Sancho, señal de que cabalgamos, que diría el más famoso de los caballeros andantes españoles, o catalanes, que vaya usted a saber.
Y encima al que se sube a la palestra a insultar y deslegitimar a aquellos que defienden el actual marco constitucional mientras aplaude a los terroristas y separatistas le escuece que le menten a la bicha y abandona el hemiciclo unos minutos para buscar la notoriedad mediática que le están dejando de dar las televisiones.
Y tanto él como Pedro el Dimisionario consideran que cualquier cosa que huela a orden o tradición supone intransigencia, fascismo e intolerancia. A ambos les da igual la paliza a los de la mesa de Ciudadanos en Vallecas, o a las chicas que pedían que en Barcelona se viera un partido de la selección; ambos soslayan la paliza a los guardias civiles y sus parejas o el puñetazo del dirigente popular este fin de semana de investidura. Ni menciono a la representante de VOX que dejaron inconsciente y casi matan por decir algo que a ellos no les gusta.
Y siguen culpando al diablo Rajoy de que los catalanes se hayan echado al monte, y niegan su perdida de votos, escaños y representatividad, mientras son jaleados por una corte de plañideras que pretenden convencernos a todos de que estábamos mejor con Zetaparo, que hay que abrir las heridas de la guerra civil y que cuando se ultraje a todo aquello que nos ha unido durante cientos de años tenemos que poner la otra mejilla porque ellos sí están en posesión de la verdad.
Y cuando veo a jóvenes cercanos lamentarse de que se haya ido el botarate que ha pretendido vender España por un plato de lentejas, ignorando el furor abortista, el ansia por la desmembración de España, la negación de la existencia de verdades absolutas y el no solo pretendido adoctrinamiento de esa pandilla de zarrapastrosos que le bailan el agua a los jeques extremistas mientras nos critican a los que sólo pretendemos que nos dejen vivir en paz, sin imponernos sus ideas a base de mantras repetidos, siento una profunda pena, a la que a veces se une el asco de saber que ellos son tan conscientes del mal que están haciendo como aquellos que desde la red tratamos de combatirlos.
Pero miedo es, en realidad, lo que sintieron ellos cuando en la Guerra Civil huyeron como gallinas del país que habían destrozado, dejando que los pobres gañanes combatieran contra el fascio mientras ellos mandaban nuestro oro al Moscú de Stalin. Que Dios los ayude si algún día pasa algo, porque hay mucha gente valiente que no está dispuesta a que un chófer venezolano de dudosa sexualidad sea el que nos diga lo que somos o no somos. Al menos no otra vez.
Pero ahora resulta que el miedo ha cambiado de bando, y de que políticos que provienen casi exclusivamente del mundo universitario, los sindicatos y de movimientos antisistema han decidido que la democracia en la que vivimos no es legítima, y que los más de dieciséis millones de votos que han obtenido el partido que desde hoy vuelve a gobernar España y aquellos que con su abstención han facilitado la investidura no tienen la capacidad de decidir algo que a ellos no les convenga. Ladran, amigo Sancho, señal de que cabalgamos, que diría el más famoso de los caballeros andantes españoles, o catalanes, que vaya usted a saber.
Y encima al que se sube a la palestra a insultar y deslegitimar a aquellos que defienden el actual marco constitucional mientras aplaude a los terroristas y separatistas le escuece que le menten a la bicha y abandona el hemiciclo unos minutos para buscar la notoriedad mediática que le están dejando de dar las televisiones.
Y tanto él como Pedro el Dimisionario consideran que cualquier cosa que huela a orden o tradición supone intransigencia, fascismo e intolerancia. A ambos les da igual la paliza a los de la mesa de Ciudadanos en Vallecas, o a las chicas que pedían que en Barcelona se viera un partido de la selección; ambos soslayan la paliza a los guardias civiles y sus parejas o el puñetazo del dirigente popular este fin de semana de investidura. Ni menciono a la representante de VOX que dejaron inconsciente y casi matan por decir algo que a ellos no les gusta.
Y siguen culpando al diablo Rajoy de que los catalanes se hayan echado al monte, y niegan su perdida de votos, escaños y representatividad, mientras son jaleados por una corte de plañideras que pretenden convencernos a todos de que estábamos mejor con Zetaparo, que hay que abrir las heridas de la guerra civil y que cuando se ultraje a todo aquello que nos ha unido durante cientos de años tenemos que poner la otra mejilla porque ellos sí están en posesión de la verdad.
Y cuando veo a jóvenes cercanos lamentarse de que se haya ido el botarate que ha pretendido vender España por un plato de lentejas, ignorando el furor abortista, el ansia por la desmembración de España, la negación de la existencia de verdades absolutas y el no solo pretendido adoctrinamiento de esa pandilla de zarrapastrosos que le bailan el agua a los jeques extremistas mientras nos critican a los que sólo pretendemos que nos dejen vivir en paz, sin imponernos sus ideas a base de mantras repetidos, siento una profunda pena, a la que a veces se une el asco de saber que ellos son tan conscientes del mal que están haciendo como aquellos que desde la red tratamos de combatirlos.
Pero miedo es, en realidad, lo que sintieron ellos cuando en la Guerra Civil huyeron como gallinas del país que habían destrozado, dejando que los pobres gañanes combatieran contra el fascio mientras ellos mandaban nuestro oro al Moscú de Stalin. Que Dios los ayude si algún día pasa algo, porque hay mucha gente valiente que no está dispuesta a que un chófer venezolano de dudosa sexualidad sea el que nos diga lo que somos o no somos. Al menos no otra vez.
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