Uno de los seres más extraordinarios que conozco es un caballo... bueno, en realidad es una persona con alma de caballo: Noble, luchador y creado para ser libre. En nuestras extensas conversaciones llegamos juntos a conclusiones de escasa utilidad pero de alto valor moral. En una de las últimas departimos acerca de profesionales y de cómo calificarlos. Trataré de explicarme:
En toda organización jerarquizada -y yo no conozco ninguna que no lo esté- existe una base y una serie de responsables que, conforme vaN subiendo en la organización, son mejor tratados y remunerados porque son acreedores de esas gratificaciones; al menos en teoría.
En la base de las organizaciones la principal obligación de los miembros es acatar y realizar sus tareas de forma eficaz (cumpliendo sus cometidos) y eficiente (utilizando el mínimo de recursos para ello). Por penoso que sea un trabajo no hay ninguno en el que ésto no sea así: Mineros, soldados, carteros, dependientes, jueces, médicos... todos ocupan en algún momento de su carrera esa base sobre la que se asienta cualquier sistema, y cualquiera puede llegar a la conclusión de que sin base no hay edificio que se sostenga.
Inmediatamente por encima -y no me refiero a algo físico- están esos escalones intermedios en los que a estas obligaciones se unen las de dirección (dirigir no es mandar, sino establecer un rumbo, objetivo o meta para conseguir la necesaria eficacia), las de planificación (hacer posible la eficiencia de los recursos humanos, materiales y financieros) o el liderazgo (algo más intangible, ya que se trata de implicar a los subordinados en los objetivos de la organización) Las formulas, cabría decir, rara vez tienen alguna utilidad para analizar las labores de dirección: Los resultados analizados de forma global son la única manera de medir si se es un buen mando intermedio.
Encima están las jefaturas, direcciones, mandos, ejecutivas o como se les quiera llamar, que son las que marcan las estrategias generales de dichas entidades y que son también las que tienen el verdadero poder de hundir o lanzar los proyectos que se les asignen o que ellos mismos decidan llevar a cabo.
El principio de Peters dice que todo miembro de una prganización es capaz de ascender en la misma hasta que alcanza su nivel de incompetencia, y que eso genera el gravísimo problema de que esa persona que ha alcanzado un cargo sin tener las competencias necesarias para ejercerlo es detectado cuando empieza a fallar.
En medio de todos estos niveles organizativos están los que trabajan para el de arriba y no para alcanzar los objetivos de la organización, que suelen caracterizarse por tener un desmedido afán de medrar y que nunca se plantean si están preparados o no para un puesto, sino qué tienen que hacer para conseguirlo.
Ojalá algún día llegáramos a ese equilibrio perfecto en el que seamos capaces de identificar a aquellos que tienen la preparación y las aptitudes necesarias para ocupar un puesto y que comparten los objetivos finales de la organización. Esa fórmula haría que todas las organizaciones funcionaran de la mejor manera posible... cosa que a veces no es lo deseado, ya que muchos de sus miembros zancadillearán cualquier iniciativa que pueda detectarlos.
Sencillo ¿No?
En toda organización jerarquizada -y yo no conozco ninguna que no lo esté- existe una base y una serie de responsables que, conforme vaN subiendo en la organización, son mejor tratados y remunerados porque son acreedores de esas gratificaciones; al menos en teoría.
En la base de las organizaciones la principal obligación de los miembros es acatar y realizar sus tareas de forma eficaz (cumpliendo sus cometidos) y eficiente (utilizando el mínimo de recursos para ello). Por penoso que sea un trabajo no hay ninguno en el que ésto no sea así: Mineros, soldados, carteros, dependientes, jueces, médicos... todos ocupan en algún momento de su carrera esa base sobre la que se asienta cualquier sistema, y cualquiera puede llegar a la conclusión de que sin base no hay edificio que se sostenga.
Inmediatamente por encima -y no me refiero a algo físico- están esos escalones intermedios en los que a estas obligaciones se unen las de dirección (dirigir no es mandar, sino establecer un rumbo, objetivo o meta para conseguir la necesaria eficacia), las de planificación (hacer posible la eficiencia de los recursos humanos, materiales y financieros) o el liderazgo (algo más intangible, ya que se trata de implicar a los subordinados en los objetivos de la organización) Las formulas, cabría decir, rara vez tienen alguna utilidad para analizar las labores de dirección: Los resultados analizados de forma global son la única manera de medir si se es un buen mando intermedio.
Encima están las jefaturas, direcciones, mandos, ejecutivas o como se les quiera llamar, que son las que marcan las estrategias generales de dichas entidades y que son también las que tienen el verdadero poder de hundir o lanzar los proyectos que se les asignen o que ellos mismos decidan llevar a cabo.
El principio de Peters dice que todo miembro de una prganización es capaz de ascender en la misma hasta que alcanza su nivel de incompetencia, y que eso genera el gravísimo problema de que esa persona que ha alcanzado un cargo sin tener las competencias necesarias para ejercerlo es detectado cuando empieza a fallar.
En medio de todos estos niveles organizativos están los que trabajan para el de arriba y no para alcanzar los objetivos de la organización, que suelen caracterizarse por tener un desmedido afán de medrar y que nunca se plantean si están preparados o no para un puesto, sino qué tienen que hacer para conseguirlo.
Ojalá algún día llegáramos a ese equilibrio perfecto en el que seamos capaces de identificar a aquellos que tienen la preparación y las aptitudes necesarias para ocupar un puesto y que comparten los objetivos finales de la organización. Esa fórmula haría que todas las organizaciones funcionaran de la mejor manera posible... cosa que a veces no es lo deseado, ya que muchos de sus miembros zancadillearán cualquier iniciativa que pueda detectarlos.
Sencillo ¿No?
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