Le damos muchas vueltas al asunto, y negamos verdades como puños dependiendo de que creamos que pueda o no perjudicar o manchar el buen nombre del partido al que solemos votar: Así somos los humanos de soberbios, incapaces de aparecer desnudos ante el Creador mientras culpamos a Eva de entregarnos la manzana.
En Galicia suena raro decir que eres español... bueno, ahora mismo no, porque está "super de moda", es trend o "se lleva", pero sonó raro durante muchos años, durante los cuales los populistas populares (o populares populistas, que ya ni se sabe) decidieron exterminar al castellano de la vida pública. ¡Hala, qué mentiroso! No, en serio... ellos decidieron exterminarlo de la vida pública porque son más listos que los bloqueiros, que no han leído Asterix en Hispania y no saben que a los españoles basta con que nos digan una cosa para que queramos hacer la contraria.
Sin embargo algo se quebró en nuestra inquebrantable tozudez nacional, y decidimos unirnos al poder en contra del poder establecido (lo sé, lo sé), construyendo un mundo distópico en el que el principal enemigo descansaba en Cuelgamuros, seguramente ajeno al revuelo autonomista excluyente o al autonomismo revoloteante, o a lo que sea: Ahora que el generalito ya estaba muerto era sin duda el mejor momento para oponernos a él.
Luego vinieron muertos y más muertos: Los de ETA... y otros, como los brigadistas de Guadalajara que no fueron atendidos porque el del 112 que les cogió la llamada era catalán, o aquellos que no pudieron acceder a tratamientos médicos porque les tocó vivir en el lado equivocado de la raia. Empezó entonces una vida incómoda para los que defendíamos que las lenguas no son sujeto de derecho y que la Constitución consagra el derecho a usar el castellano -o español- en cualquier situación, y tuvimos que enfrentarnos solos (sin prensa, sin partidos y sin nadie) contra los que pretendían imponernos el dogma autonómico como una verdad inmutable según el cuañ un nacido en Pontevedra con sangre aragonesa era absolutamente distinto a un nacido en Cádiz con sangre catalana.
Mientras nuestras actrices solo se vestían por exigencias del guion, se empezó a insultar a todos los de derechas hasta el punto de que dejaron de existir; se obró un milagro por el que José Antonio se merecería la canonización: Todo el mundo había luchado contra el franquismo durante cuarenta años, mientras el generalísimo pescaba salmones en el Sor o lubinas desde el Azor. Como pasa siempre es estos casos el personaje presuntamente más mediocre y patético de la Historia de España dominó el país sin ningún apoyo durante cuarenta años.
Y claro: Se proscribieron las selecciones nacionales en las comunidades históricas (cuya historia consistía en que tenían Estatuto de Autonomía antes del comienzo de la Guerra Civil); se incidió en la imposición del idioma y se continuó con la ocultación de la historia, de la verdad y sobre todo de la bandera que nos unía a todos hasta que los perdedores de las municipales de 1931 decidieron cambiarla.
Y los que empezamos a decirlo cuando nos empezaron a obligar a estudiar en gallego, los que decíamos que se daba más importancia al hecho diferencial que a la paella, la siesta o a las pechugas de la Bombi y a tantas y tantas cosas que nos unen más allá de que unos digan proceso y otros digan pruses pasamos a la categoría permanente de facha irredento por los siglos de los siglos.
Nuestros hijos seguirán con la paella, la tortilla de patatas (que tantas discusiones admite en su concepción pero ninguna en su esencia, por lo que seguramente sea la metáfora más perfecta de España) y cambiarán la discusión de Santillana y Quini por la de Ronaldo y Messi, los chistes de Martes y Trece por los de José Mota, y las ya venerables pechugas de la Bombi por las todavía rozagantes de Cristina Pedroche... y seguirá habiendo un montón de títeres pagando gustosos a una pandilla de millonarios corruptos que ni lucharon contra el franquismo, ni corrieron delante de los grises, ni sudaron una gota más allá de una cálida noche de ópera.
Y también seguirán unos cuantos, todavía tildados de fachas, diciendo que todo esto no es más que una absurda mascarada en la que prácticamente nadie dice lo que quiere decir. Porque el adoctrinamiento empezó el día en que toda una nación decidió borrar su historia y reírle las gracias a los que se cagaban en sus padres, en su sangre, en su sacrificio, en su esfuerzo y en sus muertos.
En Galicia suena raro decir que eres español... bueno, ahora mismo no, porque está "super de moda", es trend o "se lleva", pero sonó raro durante muchos años, durante los cuales los populistas populares (o populares populistas, que ya ni se sabe) decidieron exterminar al castellano de la vida pública. ¡Hala, qué mentiroso! No, en serio... ellos decidieron exterminarlo de la vida pública porque son más listos que los bloqueiros, que no han leído Asterix en Hispania y no saben que a los españoles basta con que nos digan una cosa para que queramos hacer la contraria.
Sin embargo algo se quebró en nuestra inquebrantable tozudez nacional, y decidimos unirnos al poder en contra del poder establecido (lo sé, lo sé), construyendo un mundo distópico en el que el principal enemigo descansaba en Cuelgamuros, seguramente ajeno al revuelo autonomista excluyente o al autonomismo revoloteante, o a lo que sea: Ahora que el generalito ya estaba muerto era sin duda el mejor momento para oponernos a él.
Luego vinieron muertos y más muertos: Los de ETA... y otros, como los brigadistas de Guadalajara que no fueron atendidos porque el del 112 que les cogió la llamada era catalán, o aquellos que no pudieron acceder a tratamientos médicos porque les tocó vivir en el lado equivocado de la raia. Empezó entonces una vida incómoda para los que defendíamos que las lenguas no son sujeto de derecho y que la Constitución consagra el derecho a usar el castellano -o español- en cualquier situación, y tuvimos que enfrentarnos solos (sin prensa, sin partidos y sin nadie) contra los que pretendían imponernos el dogma autonómico como una verdad inmutable según el cuañ un nacido en Pontevedra con sangre aragonesa era absolutamente distinto a un nacido en Cádiz con sangre catalana.
Mientras nuestras actrices solo se vestían por exigencias del guion, se empezó a insultar a todos los de derechas hasta el punto de que dejaron de existir; se obró un milagro por el que José Antonio se merecería la canonización: Todo el mundo había luchado contra el franquismo durante cuarenta años, mientras el generalísimo pescaba salmones en el Sor o lubinas desde el Azor. Como pasa siempre es estos casos el personaje presuntamente más mediocre y patético de la Historia de España dominó el país sin ningún apoyo durante cuarenta años.
Y claro: Se proscribieron las selecciones nacionales en las comunidades históricas (cuya historia consistía en que tenían Estatuto de Autonomía antes del comienzo de la Guerra Civil); se incidió en la imposición del idioma y se continuó con la ocultación de la historia, de la verdad y sobre todo de la bandera que nos unía a todos hasta que los perdedores de las municipales de 1931 decidieron cambiarla.
Y los que empezamos a decirlo cuando nos empezaron a obligar a estudiar en gallego, los que decíamos que se daba más importancia al hecho diferencial que a la paella, la siesta o a las pechugas de la Bombi y a tantas y tantas cosas que nos unen más allá de que unos digan proceso y otros digan pruses pasamos a la categoría permanente de facha irredento por los siglos de los siglos.
Nuestros hijos seguirán con la paella, la tortilla de patatas (que tantas discusiones admite en su concepción pero ninguna en su esencia, por lo que seguramente sea la metáfora más perfecta de España) y cambiarán la discusión de Santillana y Quini por la de Ronaldo y Messi, los chistes de Martes y Trece por los de José Mota, y las ya venerables pechugas de la Bombi por las todavía rozagantes de Cristina Pedroche... y seguirá habiendo un montón de títeres pagando gustosos a una pandilla de millonarios corruptos que ni lucharon contra el franquismo, ni corrieron delante de los grises, ni sudaron una gota más allá de una cálida noche de ópera.
Y también seguirán unos cuantos, todavía tildados de fachas, diciendo que todo esto no es más que una absurda mascarada en la que prácticamente nadie dice lo que quiere decir. Porque el adoctrinamiento empezó el día en que toda una nación decidió borrar su historia y reírle las gracias a los que se cagaban en sus padres, en su sangre, en su sacrificio, en su esfuerzo y en sus muertos.
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