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Tengo un décimo premiado con el gordo en el bolsillo.

No, que va: no creo que me toque la Lotería Nacional, porque no he comprado, y ya se sabe. El caso es que tampoco quiero que me toque, porque no me podría retirar... yo soy más de Euromillones, ya sabéis. Pero bueno, que Dios reparta suerte, que se suele decir.
Andaba yo dándole vueltas a un edificio del que estoy perdidamente enamorado. Es como esas viejas glorias de Hollywood que siguen despertando pasiones incluso después de muertas, como Paul Newman para mi mujer. El edificio en cuestión es el Cine Avenida, al que acaban de lavarle la cara y que sigue sin uso, y aquí está el quid de la cuestión: ¿Qué podemos hacer con ese bello y decadente inmueble, con esa Ava Gardner ojerosa de la Magdalena? Porque la cosa va de eso ¿No?... de hacer cosas con las cosas que ya no sirven para ser las cosas que eran antes de dejar de serlo: Pues yo quiero un café-teatro, ahí es nada.

El Cine Avenida durante su último pintado.

La idea vino como un relámpago, de improviso; le estaba yo dando vueltas a lo ideal que sería hacer un hotel en el edificio de Ucha que está frente a su Pescadería, ese que está actualmente cubierto por un andamio y una tela de esas que ponen ahora para evitar ladrillazos indeseados. En su azotea tiene una especie de terraza que me imaginé llena de cincuentones engominados con una copa de brandy en la mano (vaya usted a saber por qué), y también me imaginé a unos hacendosos cocineros trajinando mercancías desde el Mercado Central a un precioso restaurante con decoración Art-Decó.
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Mi hermana dice que se me va la pinza; mi mujer ya ni me lee, pero el caso es que lo vi tan claro como siempre veo las cosas antes de que retiren los andamios y sólo hayan pintado. Sí, me llevo unos chascos monumentales últimamente, y eso que un primo mío que es arquitecto me dijo que no eran siempre restauraciones, que las más de las veces eran pintados obligados por normativas municipales.
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Bueno, el caso es que de pronto llegó la epifanía: En el Avenida hay que hacer un café-teatro, en el que siempre haya al menos un pianista haciendo ruido o una pantalla gigante transmitiendo un concierto o una ópera, y en el que se pueda también escuchar a una rondalla, un coro gallego, una coral polifónica, a un grupo local de rock, a una banda de jazz o a un famosete venido a menos de esos que se avienen a cualquier cosa que les engorde el puchero... por no hablar de las fiestas de fin de año con orquesta, de los bailes en verano con mantón de manila, de las fiestas de disfraces en las que los ferrolanos rezumen elegancia por los cuatro costados...
Y por eso no quiero que me toque la Lotería: Te dan trescientos mil euros y te dedicas a tapar agujeros (al menos eso es lo que dice todo el mundo). No, yo lo que quiero es un café-teatro, un esmoquin blanco y a mi esposa vestida de Ingrid Bergman con una copa fina en la mano... y por eso me hacen falta los Euromillones.

PD: Este artículo lo escribí a mediados de diciembre y lo dejé preparado para su última edición y repaso de errores. El martes 19 de diciembre me encuentro este artículo en La Voz de Galicia, que corrobora casi al cien por cien mi percepción: Qué malo es ser cinéfilo ¿Verdad? ¡Se imagina uno unas cosas!
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/ferrol/ferrol/2017/12/19/lavado-cara-dos-edificios-singulares-magdalena/0003_201712F19C4991.htm

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