Bueno, pues resulta que a mi clase llegó ese típico chico alto y guapo que rompió el equilibrio natural al que habíamos llegado después de muchos años de formación. Casi todos los roles masculinos estaban más que asignados (yo era el raro que caía bien), y entonces apareció un chico madrileño, de perfecta dicción, con buenos modales, deportista y con unas notas más o menos correctas. Nos hundió, pese a que no nos hizo nada.
A las chicas les cayó bien desde el principio (ejem), pero él se encandiló de la capitana del equipo de volley-ball: alta, rubia, esbelta... algo musculosa, un poco hombruna y algo presumida (su padre tenía mucho dinero, aunque nunca nos contó cómo lo ganaba). Eso nos devolvió en parte la esperanza, porque la verdad es que la llamábamos la marimacho, y no nos gustaba a ninguno, ni a Benito, que tenía el listón tan bajo que lo había enterrado.
Al poco tiempo la atención hacia nuestro compañero decayó bastante, y la gente empezó a darse cuenta de que ni era un alumno brillante, ni era tan buen deportista, ni nada... pero sobre todo es que no era tan simpático como parecía. No, el chaval era más bien estirado y condescendiente, y basaba sus relaciones personales en la adulación, hasta que se topó con Sinforiano, que le ganaba en todo menos en belleza, imagen, labia, simpatía, dicción... lo que hizo que nuestro nuevo condiscípulo lo despreciara, ya que a él esas cualidades le parecían las más importantes.
Cuando ya tenía al menos tantos detractores como admiradores fueron las elecciones para delegado de clase; Sinforiano era un tío eficaz, aunque un poco cobarde cuando queríamos que hablara con el tutor, pero la cosa iba bien con él y en general nadie tenía demasiada intención de cambiarlo. El nuevo empezó a desacreditarlo, a criticarlo por su cobardía, a proponer cosas que a muchos nos parecían absurdas pero que a él le parecían importantísimas. En general tenía pocos seguidores y perdió las elecciones, y no salió delegado de clase, y se enfadó y pidió que lo cambiaran a "B". A todos nos extrañó, porque se apellidaba Adánez, pero no le dimos ni la mitad de importancia de la que se dio él mismo; al fin y al cabo acababa de entrar en nuestras vidas.
Pero un día volvió, con el tutor, y sucedió algo insólito: Habló para toda la clase y nos contó que él iba a ser el delegado de clase porque los que tenían menos votos que él le habían cedido los suyos. Ni que decir tiene que nos quedamos atónitos ¿Ser delegado de clase con los votos de otros? ¡Inaudito! Creo que fue uno de los socks más grandes de mi juventud: el pobre Sinforiano lo pasó tan mal que se fue del colegio y no volvimos a saber nada de él, aparte de que siguió sacando buenas notas y siendo un poco timorato. Pero el nuevo empezó a actuar de forma extraña, y la marimacho también, porque como novia suya nos decía a qué debíamos jugar en el recreo, proponía concursos de redacción o de dibujo de temas que a nadie interesaban, proponía excursiones aburridas... pero lo peor es que todo lo que decidía era respaldado por su apolínea pareja, que ya empezó a ganarse el rechazo de una gran mayoría, que echaba de menos al pobre Sinforiano, con sus formas retraídas y sus buenos modales.
Al año siguiente nuestro ya envalentonado compañero, empezó a actuar desde el primer día como si siguiera siendo el delegado, y varios de los más echados para adelante de la clase decidieron competir con él para representarnos. El nuevo estaba convencido de que había convencido a la mayoría de que su persona tenía que volver a ser el delegado de clase, aunque nadie tenía muy claro cuáles eran sus supuestos logros. ¿Sabéis lo que pasó?
Bueno, pues recordadme que os lo cuente el 30 de abril, que no quiero desbarataros el final de una buena historia.
A las chicas les cayó bien desde el principio (ejem), pero él se encandiló de la capitana del equipo de volley-ball: alta, rubia, esbelta... algo musculosa, un poco hombruna y algo presumida (su padre tenía mucho dinero, aunque nunca nos contó cómo lo ganaba). Eso nos devolvió en parte la esperanza, porque la verdad es que la llamábamos la marimacho, y no nos gustaba a ninguno, ni a Benito, que tenía el listón tan bajo que lo había enterrado.
Al poco tiempo la atención hacia nuestro compañero decayó bastante, y la gente empezó a darse cuenta de que ni era un alumno brillante, ni era tan buen deportista, ni nada... pero sobre todo es que no era tan simpático como parecía. No, el chaval era más bien estirado y condescendiente, y basaba sus relaciones personales en la adulación, hasta que se topó con Sinforiano, que le ganaba en todo menos en belleza, imagen, labia, simpatía, dicción... lo que hizo que nuestro nuevo condiscípulo lo despreciara, ya que a él esas cualidades le parecían las más importantes.
Cuando ya tenía al menos tantos detractores como admiradores fueron las elecciones para delegado de clase; Sinforiano era un tío eficaz, aunque un poco cobarde cuando queríamos que hablara con el tutor, pero la cosa iba bien con él y en general nadie tenía demasiada intención de cambiarlo. El nuevo empezó a desacreditarlo, a criticarlo por su cobardía, a proponer cosas que a muchos nos parecían absurdas pero que a él le parecían importantísimas. En general tenía pocos seguidores y perdió las elecciones, y no salió delegado de clase, y se enfadó y pidió que lo cambiaran a "B". A todos nos extrañó, porque se apellidaba Adánez, pero no le dimos ni la mitad de importancia de la que se dio él mismo; al fin y al cabo acababa de entrar en nuestras vidas.
Pero un día volvió, con el tutor, y sucedió algo insólito: Habló para toda la clase y nos contó que él iba a ser el delegado de clase porque los que tenían menos votos que él le habían cedido los suyos. Ni que decir tiene que nos quedamos atónitos ¿Ser delegado de clase con los votos de otros? ¡Inaudito! Creo que fue uno de los socks más grandes de mi juventud: el pobre Sinforiano lo pasó tan mal que se fue del colegio y no volvimos a saber nada de él, aparte de que siguió sacando buenas notas y siendo un poco timorato. Pero el nuevo empezó a actuar de forma extraña, y la marimacho también, porque como novia suya nos decía a qué debíamos jugar en el recreo, proponía concursos de redacción o de dibujo de temas que a nadie interesaban, proponía excursiones aburridas... pero lo peor es que todo lo que decidía era respaldado por su apolínea pareja, que ya empezó a ganarse el rechazo de una gran mayoría, que echaba de menos al pobre Sinforiano, con sus formas retraídas y sus buenos modales.
Al año siguiente nuestro ya envalentonado compañero, empezó a actuar desde el primer día como si siguiera siendo el delegado, y varios de los más echados para adelante de la clase decidieron competir con él para representarnos. El nuevo estaba convencido de que había convencido a la mayoría de que su persona tenía que volver a ser el delegado de clase, aunque nadie tenía muy claro cuáles eran sus supuestos logros. ¿Sabéis lo que pasó?
Bueno, pues recordadme que os lo cuente el 30 de abril, que no quiero desbarataros el final de una buena historia.
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