Se cierra el círculo sobre el pangolín, dice parte de la prensa... así nos va, porque así somos de gilipollas. Ayer llegó el pico, como ya he dicho en Facebook, pero el pico de infamia por parte de la izquierda, y eso está empezando a provocar las primeras disensiones en el seno de Pablo Iglesias el ferrolano.
Recuerdo casi de forma fotográfica la primera vez que fui consciente de la muerte, la primera vez que se murió uno de mis seres queridos, la primera vez que se murió una niña a la que conocía, la primera vez que se murió un amigo en su juventud... y asisto atónito a más muertes de conocidos de las que recuerdo y que esta vez no se quedarán grabadas en mi memoria por su profusión.
Empezaron los famosos, luego los "parientes de", y ahora ya ha llegado a mi segundo círculo de conocidos, y parece que el gobierno de la nación sigue sin dar su brazo a torcer y pretende seguir ocupando el pódium de las infamias hacia los ciudadanos que administra. Ya no se trata de las mentiras de Sánchez y Simón, de las 50.000 pruebas defectuosas, de la invención de expertos falsos, de la negativa de los dos gobiernos a asumir la más mínima parte de la culpa en lo que está pasando. No, ahora que ya estamos a los pies de los caballos se muestra la escasa talla intelectual de gran parte de los cuadros de los partidos que nos rigen y la nula talla moral que atesoran.
Claro que es cierto que Sánchez está haciendo todo lo posible para acabar con la epidemia, y por supuesto que todos los partidos políticos y los ciudadanos queremos que triunfe en sus propósitos. ¿De verdad alguien se cree que Sánchez quiere suicidarse políticamente hablando? ¿De verdad alguien puede sostener que la ciudadanía de derechas prefiere morir a colaborar con las medidas que se están tomando? Pero es que el problema no es eso, ni mucho menos: Por supuesto que hace falta control parlamentario a un gobierno con poderes extraordinarios, solo faltaría. Por supuesto que hace falta crítica al gobierno desde la ciudadanía y desde los medios de comunicación, faltaría más.
Y permitídmelo, ya que sois poquitos los que me seguís en este diario de la infamia. ¿Quién le ha extendido a esta turba de incompetentes y desleales un cheque en blanco para que gestionen la mayor crisis planetaria de los últimos ochenta años? ¿Quién es el tarugo que se cree que tenemos que estar en plan We are the world hasta que todo esto acabe dentro de uno, dos o seis meses? ¿Quién se cree tan moralmente superior como para decirle a los familiares de los más de 4.000 muertos que callen y remen por el bien de la nación? ¿Quién en posesión de las vidas de los mayores que quieren seguir viviendo?
Pues los de siempre ¿Quién si no? Los del Prestige, los del No a la Guerra, los del Nunca máis, los que prefirieron a los golpistas antes que a los constitucionalistas, los que creen que la eutanasia es algo bueno, los que creen que el aborto no es discutible... y los que cada día que pasa, y siempre tras llamar fachas a los representantes políticos que las proponen, van aprobando todas las medidas de las que se mofaron desde enero en el congreso de los diputados con el apoyo de los medios comprados y vendidos y el escarnio de todos los que ahora jalean como si fuera un dogma divino lo que calificaron hace apenas unos día como pamemas de facciosos.
Leí ayer que la profecía de Garabandal viene diciendo que la humanidad se enfrentará a una prueba de la que saldrá reforzada o hundida... ¿Podría ser esta? ¿Podría ser que la pérdida brutal de vidas en su senectud nos hiciese reflexionar acerca de nuestra responsabilidad en el mantenimiento de la vida? ¿Podrían esos niños nacidos sanos de madres enfermas iluminarnos acerca de la unicidad del ser humano? ¿Podrían esos aplausos colectivos curarnos hasta cierto punto del egoísmo en el que permanentemente vivimos? ¿Podríamos llegar a pensar que ser español no es un mal en sí mismo y que no podemos ser más grandes intentando empequeñecer nuestras fronteras?
Pues hasta el momento el nacionalismo ya ha aprovechado para reclamar a voz en grito el aislamiento de sus regiones, varios socialistas han defendido que la naturaleza está liquidando a los viejos que sobran y casi toda la izquierda sigue sin ser capaz de reconocer que lo privado está resultando el complemento indispensable para lo público, que es incapaz de llegar a todos los entresijos de una sociedad tan compleja como la nuestra.
Y os voy a confesar, que nadie se alarme, que mi consumo de televisión sigue exactamente en el mismo punto en que estaba cuando empezó el confinamiento, y que yo sigo llenando mis ratos libres con la lectura, con la convivencia familiar, con la escritura... y que estoy tocando la guitarra como no lo hacía desde mis tiempos de tuna y cocinando como cuando estaba soltero y de vacaciones... Resumiendo: Cuando cenamos mi mujer y yo, ponemos una peli o una serie en esas televisiones en las que no hay permanentemente un retrasado moral dando lecciones o predicando dogmas que únicamente se basan en una ortodoxia progre que nunca nos ha traído nada bueno.
Las fronteras de Roma han caído y los bárbaros ya están dentro reclamando su corona, aunque midan nano-milímetros y su estructura sea tan sencilla como el mecanismo de un sonajero... y claro, todo está en llamas sin que seamos capaces de apagarlo.
Recuerdo casi de forma fotográfica la primera vez que fui consciente de la muerte, la primera vez que se murió uno de mis seres queridos, la primera vez que se murió una niña a la que conocía, la primera vez que se murió un amigo en su juventud... y asisto atónito a más muertes de conocidos de las que recuerdo y que esta vez no se quedarán grabadas en mi memoria por su profusión.
Empezaron los famosos, luego los "parientes de", y ahora ya ha llegado a mi segundo círculo de conocidos, y parece que el gobierno de la nación sigue sin dar su brazo a torcer y pretende seguir ocupando el pódium de las infamias hacia los ciudadanos que administra. Ya no se trata de las mentiras de Sánchez y Simón, de las 50.000 pruebas defectuosas, de la invención de expertos falsos, de la negativa de los dos gobiernos a asumir la más mínima parte de la culpa en lo que está pasando. No, ahora que ya estamos a los pies de los caballos se muestra la escasa talla intelectual de gran parte de los cuadros de los partidos que nos rigen y la nula talla moral que atesoran.
Claro que es cierto que Sánchez está haciendo todo lo posible para acabar con la epidemia, y por supuesto que todos los partidos políticos y los ciudadanos queremos que triunfe en sus propósitos. ¿De verdad alguien se cree que Sánchez quiere suicidarse políticamente hablando? ¿De verdad alguien puede sostener que la ciudadanía de derechas prefiere morir a colaborar con las medidas que se están tomando? Pero es que el problema no es eso, ni mucho menos: Por supuesto que hace falta control parlamentario a un gobierno con poderes extraordinarios, solo faltaría. Por supuesto que hace falta crítica al gobierno desde la ciudadanía y desde los medios de comunicación, faltaría más.
Y permitídmelo, ya que sois poquitos los que me seguís en este diario de la infamia. ¿Quién le ha extendido a esta turba de incompetentes y desleales un cheque en blanco para que gestionen la mayor crisis planetaria de los últimos ochenta años? ¿Quién es el tarugo que se cree que tenemos que estar en plan We are the world hasta que todo esto acabe dentro de uno, dos o seis meses? ¿Quién se cree tan moralmente superior como para decirle a los familiares de los más de 4.000 muertos que callen y remen por el bien de la nación? ¿Quién en posesión de las vidas de los mayores que quieren seguir viviendo?
Pues los de siempre ¿Quién si no? Los del Prestige, los del No a la Guerra, los del Nunca máis, los que prefirieron a los golpistas antes que a los constitucionalistas, los que creen que la eutanasia es algo bueno, los que creen que el aborto no es discutible... y los que cada día que pasa, y siempre tras llamar fachas a los representantes políticos que las proponen, van aprobando todas las medidas de las que se mofaron desde enero en el congreso de los diputados con el apoyo de los medios comprados y vendidos y el escarnio de todos los que ahora jalean como si fuera un dogma divino lo que calificaron hace apenas unos día como pamemas de facciosos.
Leí ayer que la profecía de Garabandal viene diciendo que la humanidad se enfrentará a una prueba de la que saldrá reforzada o hundida... ¿Podría ser esta? ¿Podría ser que la pérdida brutal de vidas en su senectud nos hiciese reflexionar acerca de nuestra responsabilidad en el mantenimiento de la vida? ¿Podrían esos niños nacidos sanos de madres enfermas iluminarnos acerca de la unicidad del ser humano? ¿Podrían esos aplausos colectivos curarnos hasta cierto punto del egoísmo en el que permanentemente vivimos? ¿Podríamos llegar a pensar que ser español no es un mal en sí mismo y que no podemos ser más grandes intentando empequeñecer nuestras fronteras?
Pues hasta el momento el nacionalismo ya ha aprovechado para reclamar a voz en grito el aislamiento de sus regiones, varios socialistas han defendido que la naturaleza está liquidando a los viejos que sobran y casi toda la izquierda sigue sin ser capaz de reconocer que lo privado está resultando el complemento indispensable para lo público, que es incapaz de llegar a todos los entresijos de una sociedad tan compleja como la nuestra.
Y os voy a confesar, que nadie se alarme, que mi consumo de televisión sigue exactamente en el mismo punto en que estaba cuando empezó el confinamiento, y que yo sigo llenando mis ratos libres con la lectura, con la convivencia familiar, con la escritura... y que estoy tocando la guitarra como no lo hacía desde mis tiempos de tuna y cocinando como cuando estaba soltero y de vacaciones... Resumiendo: Cuando cenamos mi mujer y yo, ponemos una peli o una serie en esas televisiones en las que no hay permanentemente un retrasado moral dando lecciones o predicando dogmas que únicamente se basan en una ortodoxia progre que nunca nos ha traído nada bueno.
Las fronteras de Roma han caído y los bárbaros ya están dentro reclamando su corona, aunque midan nano-milímetros y su estructura sea tan sencilla como el mecanismo de un sonajero... y claro, todo está en llamas sin que seamos capaces de apagarlo.
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